Capítulo 87

La cabeza le daba vueltas cuando se abrió camino al trote hacia el castillo. Esos hijos de perra, las bestias llamadas Bells inyectaron con sus dientes la toxina más virulenta posible, que ahora corría por sus venas como un río sin obstáculos para fluir. Las raíces de absolutamente todo su pelaje, pelo por pelo negro, ardía como mil fuegos. Estaba a dos alucinaciones más de arrancárselas él mismo. No soportaba ni siquiera su carne.

Tras unos pocos días de felicidad con su Kary, días en los que había descuidado más de lo normal sus obligaciones, el alfa había olvidado lo insoportable que era la toxina de los Bells.

Ese viejo Sasen tenía razón al advertirle de lo peligroso que se había vuelto el sector de los jardines. Los migrantes milkis habían atraído a un número absurdo de bestias, muchas de las cuales habían resultado gravemente heridas. Llevaría al menos un par de días más rastrear y erradicar todas las amenazas errantes de la zona. Pero ahora no era el momento de pensar en ello.
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