Un vínculo eterno

Como dos intensos amantes, Gari tomó de la cintura a Priscila y comenzó a besarla, ansioso, deseoso de sus labios y sus besos. La pelicastaña cedió ante sus ganas de amarlo y ser amada por Gari, nunca antes se sintió tan mujer, ni tan amada como con aquel hombre.

Ambos parecieron olvidar las verdaderas razones por las que estaban allí, en aquel lugar, citados para un encuentro crucial en sus vidas. Ella dejó su bolsa sobre el sofá para poder utilizar sus manos y recorrer la perfecta anatomía de su amante.

Gari besó sus labios, sus lenguas danzaban al mismo ritmo que sus cuerpos, cadenciosamente. Luego de saciarse de sus labios, él descendió por su cuello, mientras Priscila acariciaba su cabello rubio provocando mayor excitación en él. Las manos de él parecían multiplicarse y encender con sus caricias cada trozo de piel por donde se deslizaban sus suaves y firmes manos. Los gemidos de la pelicastaña crecían y se hacían más frecuentes tras cada roce de los dedos de su amante, deslizán
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