Entre tragos, no hay secretos...

Gerald jamás imaginó que aquella conversación en la que él y Annette discutieron, estuviese Kate presente. Miró la hora por enésima vez en su reloj, y decidió ir a ver a su amante, a liberar su frustración y pérdida de control sobre Priscila, sometiendo a la única mujer que siempre estaba para él, Kate.

Salió de la mansión, subió a su lujoso auto deportivo y condujo hasta el edificio. Él tenia llaves del lugar, por lo que entró al edificio sin inconveniente. Abrió la puerta del apartamento y encontró frente a él, una escena desastrosa. ¿Qué había pasado? Por un momento pensó que podía tratarse de George Ford.

—¡Kate! ¿Estás bien? —entró sigilosamente abriéndose paso en medio de los restos de vidrios y el caos.

Kate no contestaba y aquello lo puso mucho más nervioso, fue hasta la habitación y escuchó la regadera abierta. Se acercó a la puerta, no quería pensar en lo peor. Se asomó y vio a la hermosa pelirroja debajo de la regadera en un mar de lágrimas.

—¿Kate, mi amor qué tien
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