405. EL ORIGEN DE MI HECHICERÍA

KATHERINE

Dudé un poco en volver a meter la mano en un sitio desconocido.

Observé la yema ya curándose.

La loca idea de que solo con mi sangre o la de mi hermana, se abriría ese escondite secreto, pasó por mi mente.

“Si ya estás sobre el burro, sigue dándole los palos”, pensé, haciendo una mueca sarcástica con la boca, mientras tomaba el último riesgo y rezaba por no perder la extremidad.

Me colé por el agujero y palpé una superficie dura y metálica, la tomé en mi mano, parecía un cofrecito, se sentía pesado mientras lo elevaba.

A través de la poca luz, de las sombras y mis pupilas estrechándose para enfocar, noté que había conseguido un pequeño joyero.

Los detalles en bronce brillaban tan hermosos, la superficie como ópalo me recordó a ese collar que le di a Elliot.

Tan concentrada estaba mirándolo que no noté el cambio en el ambiente, que la luz de la luna se apagaba detrás de las tormentas de nubes, que el aire viciado se enrarecía, que las tinieblas me acechaban.

Todo sucedió en u
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