338. SOY INOCENTE

ELLIOT

—¡Piedad, por favor! ¡Sr. Vittorio… es… es el Duque! ¡POR FAVOR, PIEDAD, SU SEÑORÍA! —uno de los prisioneros se ha puesto a gritar desesperado al vernos pasar, a través de la ventanita en la puerta maciza de acero.

Ha desencadenado toda una sinfonía de súplicas, y eso que aquí abajo hay, si acaso, menos de diez prisioneros esperando a morir.

—¡CÁLLENSE DE UNA VEZ, MALDITOS PERROS, O LOS ASESINO HOY MISMO! —Vittorio les ruge encolerizado.

Los murmullos de llantos se escuchan; yo solo avanzo hasta la puerta al final del pasillo.

El chasquido del látigo es lo que me recibe cuando Vittorio abre la cerradura y empuja la puerta.

Paso adelante; mis ojos se acostumbran enseguida a la escasa luz de la fría habitación, solo iluminada por algunos candelabros de velas anclados en la pared.

De una estructura de madera, en forma de X, está amarrado el que alguna vez fue mi hombre de confianza, con la cabeza colgando, la ropa hecha trizas y cayéndose a pedazos, las heridas sanguinolentas expu
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