345. INSINUACIONES

KATHERINE

El carruaje avanzaba por las calles bulliciosas.

No podía dejar de mirar a través del tul de la cortina hacia las personas que pasaban, el vaivén animado de las ferias nocturnas.

Se respiraban aires de festividades; era la primera vez que venía a estas tierras, fuera del Ducado de Everhart y propiedad de otros nobles.

De repente, nos detuvimos un momento, quizás porque había algo obstruyendo el avance del carruaje.

Mi atención cayó sobre una pareja de amantes que estaban frente a un puesto de baratijas.

El hombre se veía que era un trabajador del campo, curtido por el sol, pero con una expresión de tonto enamorado al observar a la pequeña mujer a su lado.

Tomó unos colgantes para probárselos a ella.

La mujer lucía avergonzada, y luego él le dijo algo al oído, acercándose a ella, que la hizo sonreír y enrojecer como un tomate.

Suspiré con melancolía.

Siempre fui una romántica empedernida, tanto así que, por unas palabras y gestos bonitos, me acosté con el jardinero de la casa
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