ELLIOTSe marcharon un momento después.No me cabe duda de que Lavinia es la hija de Katherine.Rossella nunca la había tratado así; más bien parecía que odiaba a la pequeña.—Katherine —murmuré en voz baja, saboreando su nombre. Deseaba tanto poder llamarla así abiertamente.Debo buscar el momento adecuado, pero primero…Toc, toc, toc.Golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos.—Pasa adelante —le doy la vuelta al escritorio, escuchando a Vittorio entrar a la vez que tomo asiento.—Su señoría, vengo a darle los reportes matutinos —me dice pasándome los papeles.A veces me cuesta creer que Wallace me haya traicionado.—¿No ha confesado nada en claro? —pregunto, arrugando la cara con ira.—No, señor. No importan las torturas, él sigue manteniendo que no lo hizo. Su hija… ya envié que la trajeran a la capital —me explica, pero mis ojos se quedan clavados en el informe sobre el sur.—¿Mi espía entonces se puso en contacto con el apoyo? ¿Todo salió bien?Me responde que sí. Asiento
KATHERINEEl carruaje avanzaba por las calles bulliciosas.No podía dejar de mirar a través del tul de la cortina hacia las personas que pasaban, el vaivén animado de las ferias nocturnas.Se respiraban aires de festividades; era la primera vez que venía a estas tierras, fuera del Ducado de Everhart y propiedad de otros nobles.De repente, nos detuvimos un momento, quizás porque había algo obstruyendo el avance del carruaje.Mi atención cayó sobre una pareja de amantes que estaban frente a un puesto de baratijas.El hombre se veía que era un trabajador del campo, curtido por el sol, pero con una expresión de tonto enamorado al observar a la pequeña mujer a su lado.Tomó unos colgantes para probárselos a ella.La mujer lucía avergonzada, y luego él le dijo algo al oído, acercándose a ella, que la hizo sonreír y enrojecer como un tomate.Suspiré con melancolía.Siempre fui una romántica empedernida, tanto así que, por unas palabras y gestos bonitos, me acosté con el jardinero de la casa
NARRADORA Desde el segundo piso de la enorme y glamurosa Mansión Coral, una mujer observaba furtivamente detrás de la pesada cortina granate.Las pupilas de Brenda cambiaron de color al descubrir a Elliot bajándose del carruaje.Enseguida, la brisa nocturna trajo hasta ella esas masculinas y seductoras feromonas que ese macho desprendía, tan poderoso y viril, le encantaba.Pero su estado de ánimo excitado cambió en cuanto lo vio estirar la mano y apoyar a una mujer de cabello castaño que venía acompañándolo.Brenda la examinó detenidamente, como una hembra que evalúa a su rival.Recordaba haberla visto algunas veces, a esa pobre cosa que fingía una clase que no tenía.Pero hoy… no sabía… algo en esa mujer parecía diferente, proyectaba un aura más confiada, de seguridad indomable.Llevaba un vestido azul, hermoso, vaporoso.El talle del corsé le apretaba, haciéndole una cintura estilizada.El escote cuadrado no podía ocultar la sensualidad de unos pechos rellenos. ¿Esa idiota tenía ta
KATHERINEAlgunos murmullos se escucharon de repente cerca de mí.Sentí el brazo de Elliot un poco rígido.Intenté no sacar conclusiones precipitadas, pero a medida que esa hermosa voz se acercaba, la mujer cantaba una balada llena de pasión, como si fuese a un amante prohibido, y casualmente sus ojos grises buscaron entre la multitud hasta quedarse fijos en un hombre.Intensamente, sin mucho disimulo, esa cantante llamativa, la tal Zafiro, parecía estarle dedicando su letra de amor a Elliot.—… oye, Brenda sí que es atrevida. Mira que ni respeta que la mujer del hombre está presente… —… pft, para el caso, eso es un secreto dicho a voces, ni sé por qué el Duque la trajo… —… para humillarla, es obvio…Algunas palabras furtivas me llegaban desde mi espalda.Subí el mentón y observé de reojo a Elliot midiendo su actitud.Él bebía de su vaso, no miraba hacia la tal Brenda, que ahora estaba muy segura. Ella era su amante.Él me trajo hasta esta fiesta donde estaba su amante, que además,
NARRADORA— Duquesa, qué vergüenza. Deborah, ¿por qué mencionaste lo del colgante? —Katherine vio a Brenda haciéndose la asombrada e incluso avergonzada.Todo esto había sido su plan desde el inicio.Su hermana debería de estarse revolcando en su tumba porque ahora mismo la estaba maldiciendo de todos los colores.¿Cómo podría una mujer haber caído tan bajo por un hombre?—Duquesa, lo lamento, solo le dije a mi amiga sobre el suceso del colgante, digo, que usted… usted creyó que era un obsequio del Duque para su aniversario y, bueno, resultó que no… —le dijo la muy cínica con una sonrisa “culpable”—. Él lo mandó a confeccionar para otra persona.Ni falta hacía que dijera quién era esa persona; si resultaba obvio, la mujer que llevaba el original en el cuello no era la legítima esposa.—Al parecer le gustó tanto que mandó hacer una falsificación. Me imagino que con la pensión de noble que le da el Duque, no le alcanzaría para algo tan valioso —murmuró una de las mujeres detrás de ella
NARRADORAEl Duque escuchó los pasos apresurados en el pasillo.La puerta se abrió y se cerró. Elliot la estaba esperando.—Elliot, creí que nunca me llamarías —Brenda enseguida caminó hacia él, su loba alborotándose por las feromonas de ese poderoso macho.A pesar de que el Duque era raro, nunca le había mostrado su lobo interior, ni dejaba acercarse a su loba, pero ellas siempre lo intentaban.Incluso durante las relaciones sexuales, cuando se salía un poco más de su autocontrol, resultaba bastante hermético.Brenda no conocía tampoco mucho de su raza; fue una huérfana acogida por unos nobles elementales que no podían tener hijos.Era una niña linda, aprendió a cantar, a ser obediente y a manipular el corazón de los demás.Aprendió a esconder su verdadera naturaleza hasta ser descubierta en su primer celo por el poderoso hombre frente a ella, y desde ese día Brenda lo había codiciado realmente en su alma.Con Elliot podía ser ella misma, sin máscaras, ni mentiras.—No te me acerques
NARRADORAKatherine se recompuso a la velocidad de la luz, secándose con un pañuelo; por suerte no se rajó a llorar como Magdalena.Hizo por escaparse, pero al final fue capturada por unos invitados para llevarla de vuelta al salón, a uno de los juegos principales de la velada.*****Elliot resolvió su asunto con Brenda, la puso en su sitio.¿Qué mierd4 era eso de amor y sentimientos?Ni que fuese idiota; Elliot sabía muy bien que a esa loba lo que más la movía era el interés por su dinero y su título.Se limpió con asco los restos de su labial en la boca y su olor rechinante que le molestaba en la nariz.No quería que Kath sospechara y lo malinterpretara.Pensó en poner más espías alrededor de Brenda, solo por si acaso, no se confiaba ni un poco en ella.—Sra. Hildaly, qué bueno que la encuentro —caminó ágilmente hacia la Baronesa, que estaba pidiendo una bebida—. ¿Dónde está mi Duquesa?Elliot inspeccionó alrededor de la pequeña sala de catering.Al ver el rostro avergonzado de la m
NARRADORALa chica le había colocado sutilmente esta esfera en la mano, no la que había tocado realmente.¿A qué estaba jugando exactamente Elliot? Si es que esto era obra suya.Los ojos de Kath captaron el momento en que Brenda entró al salón. Iba con otra ropa.La Duquesa no quería ni imaginar por qué se cambió.Para qué negarlo, se ahogaba en los inútiles y amargos celos.Entre risas y bromas, Brenda fue llamada a escoger en el sorteo.Una idea bastante derrotista se armaba en la mente de Katherine. Ya por hoy se había cansado un poco de aparentar.Se levantó con sutileza, metiéndose entre la gente, aprovechándose del hecho de que las luces habían bajado y las sombras la amparaban.Comenzaron a dictarse las parejas.Cada vez que un hombre gritaba su número, era iluminado por una luz indirecta y luego era el turno de su compañera de intercambios.Brenda sintió el asqueroso olor de esa mujer, la Duquesa.Se acercaba hasta su posición.Se preparó para una escena, quizás le venía a rec