Después de comenzar este tomo seguido del otro y hacer dos maratones continuas, recuperamos el ritmo normal de las actualizaciones diarias con uno o dos capítulos, a veces tres. Maaaás adelante, hacemos otro maratón. Felices lecturas y espero que esta nueva pareja, les esté conquistando el corazoncito. Hoy solo hay este capítulo, mañana seguimos con más. Besucos
KATHERINE—No, ese vestido tan elegante no, metan en el baúl cosas más prácticas, sí, sí, ese pantalón de montar está bien —le indicaba a las dos doncellas que empacaban mis necesidades para este loco viaje.Caminé hacia la ventana mientras ellas hacían sus deberes. La noche avanzaba afuera, tan oscura que no se veía más allá de las sombras de los enormes faroles.¿Dónde estaba el Duque y por qué no había regresado?Tenía una preocupación muy grande: ¿estaría en la casa de su amante?Necesito averiguar bien quién será, de seguro una mujer hermosa y a su altura.¿Estará acostándose con ella ahora mismo?Subí el dedo pulgar para mordisquearme la uña. La ansiedad crecía en mi interior, la inseguridad de que esa mujer quedase embarazada y peligrara nuestra posición aquí.Solo tenía la casa vieja de mi padre, ni siquiera las tierras de cultivo. Rossella lo vendió todo. Nos quedaríamos con una mano adelante y otra atrás.De repente, en medio de la bruma nocturna, escuché el relincho de u
KATHERINESalí con mi vestido sencillo y cómodo para el largo viaje. Me acomodé los guantes, y el ama de llaves me ayudó a subir al espacioso carruaje, explicándome algunas cosas.—Que tenga un buen viaje, Duquesa —me dijo al final, y le agradecí, corriéndome a un lado en el aterciopelado asiento, dejando espacio para el Duque.Todo por dentro estaba forrado de un damasco verde con patrones plateados, elegante y hermoso.Debajo de los asientos enfrentados había compartimentos cerrados. El ama de llaves me dijo que ahí se guardaron provisiones de comer.Se notaba el lujo, pero obvio, se trataba del dueño y señor de estas tierras.Y hablando del Duque, lo esperé y esperé y nada.Cerraron la puerta del carruaje, sentí que se estremeció cuando el cochero tomó su lugar y luego el chasquido del látigo y su exclamación azuzando al caballo.Enseguida me incliné sobre la ventanita y aparté la cortina. Entonces lo vi.El Duque iba montado sobre ese hermoso caballo blanco de anoche, con otros h
KATHERINE— Solo estoy dando una vuelta para ver las instalaciones, lo puede hacer sola, se puede retirar —le respondí con firmeza, aunque por dentro mi el corazón me palpitaba acelerado.—Insisto, no debería…—¿Quién eres tú para decirle a la Duquesa dónde o no debe estar dentro de sus propias tierras? —la voz autoritaria del Duque me hizo dar un suspiro de alivio.Ya me estaba preparando para gritarle a todo pulmón.—Duque… señoría, yo no, solo la intentaba ayudar… —el hombre se giró, bajando la cabeza y su postura de matón.—Nadie pidió tu ayuda, y no me gustó para nada tu forma con mi esposa. Sr. Philip, saque a este hombre de las cosechas —ordenó implacable. Se veía molesto, su aura amenazante nos hacía temblar a todos.—Sí, sí, señor —el contador sacó un pañuelo para secarse la frente.El jornalero no dijo nada. Iba a salir con la cabeza baja, pero lo detuve.—¡Espera! Antes de marcharte, mueve estas pacas. Quiero ver qué hay detrás y debajo —le ordené fríamente. Vi cómo se te
KATHERINE—Ay, por todos los cielos, lo lamento, lo lamento —me saqué el pañuelo del bolsillo interno del vestido y me levanté un poco, inclinándome hacia delante, apoyando una mano entre sus piernas abiertas.Empecé a secarle las manchas en la camisa, tirando de los botones, bajando por su abdomen.—Creo que es mejor que se cambie, maldit4 sea, qué torpe soy…—Está bien, Rossella, no tiene importancia…—No, no, déjeme al menos secarlo —continuaba descendiendo. El vino había rodado. Estaba ansiosa; no me di cuenta de mi error hasta que mi mano acarició una dureza.Abrí los ojos como platos al percatarme de que casi le saco brillo a la bragueta del Duque, donde una erección comenzaba a formarse.—Yo… —subí la mirada. Estábamos tan cerca, prácticamente yo encima de él. Respiraba pesado y profundamente, como si me olfateara.Sus ojos, esos ojos que me parecían tan salvajes y hermosos, me observaban fijos, depredadores.Tragué saliva y mi mirada bajó a sus labios, tan masculinos y besab
KATHERINEAy no, no, no, qué susto.Estaba en un puro temblor, esgrimía el cuchillo del pan como un arma mortal delante de mi cuerpo.Agucé el oído, me moví suavemente para no hacer ruidos que me delataran.No se escuchaban más pasos, pero con los sonidos de lucha en el exterior y los alaridos, era complicado discernir nada en concreto.Repentinamente, la manija de una de las puertas laterales comenzó a moverse lentamente, mi corazón casi queriéndose salir de mi pecho, el miedo atenazando mis sentidos, la indecisión llenando mi mente.Era la puerta que daba a la zona boscosa, por supuesto la más despejada, la lucha se desarrollaba desde el otro lado del carruaje, en la carretera.Me levanté inclinada, la cabeza rozando con el techo, con el mango apretado al punto de poner blancos los nudillos de la fuerza.Temblaba por completo, mis ojos sin despegarse de la entrada, pensando si lo más sensato no era salir por la otra puerta.Tantas decisiones y muy poco tiempo, en cuestión de segundo
KATHERINE Intenté arrastrarme de regreso a la protección del bosque con un último aliento desesperado. —¡Aahh! —grité por el aguijón punzante cuando la suela de su zapato presionó sobre mis manos atadas con una cuerda. Sentí cómo todos los huesillos de los dedos traqueaban a punto de la fractura. —¡AUXILIO, ELLIOT, ALGUIEN... AUXILIO! —¡Cierra el pico, maldición, ya me hartaste! —¡Mejor elimínela de una vez! El jefe dijo… —¡Cállate y no me digas lo que tengo que hacer! ¡Ven acá, habla de una vez o morirás perra! Me tomó esta vez de las manos unidas, como una muñeca de trapo. Jadeaba pesadamente, las lágrimas empañaban mis ojos. Intenté luchar, sin mucha fuerza. El filo helado de la punta de un puñal se pegó a mi cuello. —Dime de una vez, ¿quién te dijo que robábamos? ¿Trabajas para otra persona y nos quieres joder los negocios? ¡Habla! —Vete al demonio… maldito cabrón —le escupí a la cara, suspendida de rodillas. La sangre y la saliva salpicaron su expresión mortal. “Lo l
ELLIOT—¡ROSELLA! —rugí aún con más premura, una premonición siniestra asaltando mis sentidos.Corrí hacia donde la olía y luego… ese aroma a hierro, intenso y asfixiante.Antes de llegar, la vi salir de la sombra de los árboles, su piel pálida, sus labios temblorosos, el cabello todo revuelto.Bajé los ojos, impactado.Sus manos… sus manos se apretaban sobre la empuñadura de un arma que se hundía en su pecho.—¡NOOOO! —rugí corriendo hacia ella.Intentaba dar pasos hacia mí, tambaleante, tropezó y se fue hacia adelante.La atrapé en el aire entre mis brazos; la temperatura fría de su piel atenazaba mis miedos.La cargué enseguida, temía tocarla en el pecho, sentía que su vida se escapaba en cada respiración.Me senté en el suelo, cerca del precipicio, de espaldas al bosque.—No, no, Rosella, no puedes hacerme esto, ¡no puedes! ¡Maldición! —mis dedos fueron a esa infame arma.¿Cuándo sucedió esto? ¿Cómo pude descuidarme tanto?—Lo… lamento…—No hables, no hables, pequeña, maldit4 sea
ELLIOT Sus labios enrojecidos dejaron de succionarme. Observé, dando un suspiro, como regresaba el color a su rostro, levanté mi muñeca y lamí la herida con restos de su saliva. Mi corazón, al fin cayendo en su sitio, y esa entidad dentro de mí, más calmada ahora que Rossella vivía. ¿Por qué es tan importante para él si antes sé que la odiaba? Parte de mi desprecio visceral hacia ella venía de sus propios sentimientos crudos. Ahora que el peligro urgente había pasado, escaneé con detenimiento mi entorno. Me había puesto de espaldas al bosque y de frente al acantilado para tapar la vista de cualquier espía. Siempre estuve alerta a algún ataque furtivo, no parecía quedar nadie en los alrededores. Sin embargo, antes de incorporarme para ver cómo salía de esta escabrosa situación, con las amenazas aún acechando, el sonido estrepitante de galopes desbocados y ruedas, de algo siendo arrastrado, llegó a mis sentidos. Mi propio caballo, dejado a un lado, se encabritó, alzándose sobr