KATHERINE Los finos botines negros tocaron los adoquines del patio interior. El corsé no me dejaba hacer movimientos bruscos; bajé tomando la mano del cochero como apoyo. Intentaba no desviar la mirada a todos lados o mostrar asombro por la imponente edificación en piedras labradas blancas. Era hermoso el castillo, lleno de detalles y lujos en cada esquina. —Su señoría, bienvenida —una mujer con el cabello canoso estirado hacia atrás salió a saludarme con varias sirvientas. Era el ama de llaves; había estudiado a todos aquí. —Sra. Prescott, manden a llevar mi equipaje a la habitación —di una orden fría, seguida por unas toses falsas mientras me cerraba la pesada capa frente al pecho. Mi tono de voz era más ronco que el de mi hermana y, debido a tantos años amordazada, pudiendo hablar pocas veces, me costó mucho trabajo poner a funcionar mis cuerdas vocales de nuevo. Así que fingía seguirme recuperando de la enfermedad pulmonar que mi hermana tomó como justificación para mud
KATHERINE Me quedé rígida por un momento sin saber qué responderle, los sentimientos chocaban con contradicción en mi pecho.La alegría efusiva de conocerla, el nerviosismo de acercarme a ella, de cómo me trataría, si podría ganarme su amor perdido por más de 10 años, y ahora… Ahora solo quedaba la amargura de ver a mi hija tratándome como su enemiga y una extraña.—Yo soy tu madre, Lavinia, y solo quiero lo mejor para ti… —¡Yo no tengo una madre, tú no tienes el derecho de llamarte así! ¡Vete de mi habitación, márchate, márchate…! —comenzó a gritarme y a lanzarme agua.Una esponja llena de jabón impactó directo en mi escote, mojando todo el vestido y mi piel, salpicando mi rostro. Apreté los puños en un puro temblor, mi mirada viajó de ella con su ataque de rebeldía hacia la susodicha “nana” parada en una esquina. Bajó los ojos enseguida, pero lo pude ver muy claro: el regodeo y la burla en ellos.—Salga del baño, no volveré a repetirlo —le dije con voz fría, tomando el control.
KATHERINEYa era de noche. Estaba empapada de agua, sucia del polvo del camino y en extremo cansada, más mental que físicamente.Entré a una pequeña sala, con un juego de muebles suntuoso y una mesa para el servicio del té.La decoración era exquisita: cuadros y cortinas pesadas, muebles decorados de madera dura, incluso el techo estaba finamente trabajado.Todo muy hermoso, pero había detalles que se podían apreciar si mirabas bien: las telarañas medio ocultas en las esquinas, el polvo mal sacudido.Al abrir la habitación, el olor a guardado y humedad me asaltó la nariz, a pesar de que las sábanas estaban limpias.La persona que se encargó de la limpieza de este cuarto hizo de todo, menos limpiar bien.Al menos dejaron prendida la chimenea dentro de la fría habitación.Cuando abrí el enorme clóset de madera, casi pensé que saldrían murciélagos de una cueva.Eso no había tomado ni un soplo de aire en todo este tiempo.—Vaya Duquesa de pacotilla que eras, querida hermanita —murmuré sus
KATHERINE—¡Auch! —me agarré la nariz al borde de las lágrimas de dolor y levanté la mirada para ver “la pared” con la que me había tropezado.Un hombre de más de 1.80, con músculos poderosos bajo la camisa blanca que llevaba algunos botones abiertos, dejando entrever unos sexis pectorales. La túnica negra con brocados plateados por encima lo hacía lucir imponente.Yo parecía una cosita con mis escasos 1.60, parada delante de él.Sus ojos azules me miraron fijamente, tan intensos que comencé a ponerme nerviosa, pensando que sospecharía. El aroma de su colonia, una mezcla masculina a base de bergamota, picaba en mi nariz, colándose dominante en mis pulmones.—¿Qué estás haciendo? —me preguntó con voz grave y fría, ese tono ronco y autoritario de fondo.Di un paso atrás; estábamos demasiado cerca. Debía ser precavida. Este hombre… este hombre me gritaba peligro por todos lados.—Esperando a su señoría para cenar —le dije secamente, dando media vuelta y regresando a mi puesto.La verd
KATHERINEMiré con incredulidad a esa mujer que había echado la noche anterior y que, sorprendentemente, estaba de vuelta saliendo del cuarto interior.—Te di una orden muy clara ayer. ¿Qué haces aquí? —le pregunté en voz baja, evitando hacer una escena delante de la niña.—El Duque fue quien me contrató, y hasta que él no me eche, no me voy a ninguna parte —me respondió con todo el descaro del mundo.La niña comenzó a decirme que dejara de acosar a su nana, que ella era buena, que me fuera de nuevo para el campo, pero no escuchaba nada. Solo veía a esa mujer con su mirada llena de seguridad y desprecio.—¿Le dijiste al Duque que te pedí marcharte, o le inventaste alguna mentira?—Le dije que la señora prescindió de mis servicios, y él me dijo que me quedara a cuidar a la niña…Ni siquiera esperé a que terminara. Salí como un vendaval del cuarto.Con su maldito castillo podía hacer lo que quisiera, como si no me dieran comida o me escupieran la cara sus sirvientes, pero en las cosas
KATHERINE—Duquesa, ¿deseaba algo? —el insufrible del mayordomo fue quien me abrió la puerta.—Deseo ver al Duque —le respondí, igual rayando en la mala educación, porque su tonito superior no me gustaba para nada.—Sabe que tiene que sacar cita para ver a su señoría, puedo darle una para la semana que viene…—Es de emergencia y necesito verlo, ahora —hice hincapié en el "ahora". Podría sentir los sonidos del Duque dentro de la habitación.No sé si lo hacía a propósito, pero se escuchaban las cosas moverse sobre el escritorio y él leyendo algún documento.—El Duque está ocupado con la sesión matutina, no puede ser hoy… ¡oiga, nmmm! —gimió de dolor cuando le hundí el tacón de los botines a fondo en su pie. Aprovechando su descuido, lo empujé y pasé adelante, a la oficina de ese prepotente.—Lo lamento, su señoría, por interrumpirlo, pero debo hablar un asunto urgente con usted —le dije, aguantando mi genio.“Soy Rossella, soy Rossella, ¡soy la maldit4 sumisa enamorada de mi hermana!”
KATHERINE—Sí, su señoría —el mayordomo se retiró, cerrando la puerta.Al quedarme a solas con él, mi corazón, por algún motivo, comenzó a ponerse algo nervioso.Más aún cuando lo vi pararse y caminar cerca de la ventana, donde había unos licores sobre la mesita de bebidas.—¿Desea algo de tomar?—No, no, Duque. Vengo a hablarle de nuestra hija —fui enseguida al grano.—¿Nuestra hija? —se giró con el vaso en la mano, alzando una ceja con sarcasmo—. Aquí no hay nadie más, Rossella. No tienes que fingir.Apreté los puños, suspirando. Es cierto, él solo crio a una chiquilla impuesta a la fuerza.—Bien, mi hija —rectifiqué fríamente—, y precisamente como es solo mía, creo que puedo escoger quién la cuida y quién no. No me gusta su nana. La eché del castillo.—La Sra. Elena la ha estado cuidando desde bebé. Lavinia le tiene mucho cariño. No puedes despedir a una mujer honesta solo porque sí…—¿¡Honesta!? ¿Sabes lo que decía a la niña mientras la bañaba? —di un paso adelante, indignada, y c
ELLIOTLa nana de Lavinia iba gritando mientras era arrastrada por el cabello, sostenido en el puño inflexible de Rossella, hasta el rellano de la escalera.—¡Te vas a buscarle mujer a tu hijo en otra casa, desgraciada! —le gritó Rossella por encima de los alaridos de la Sra. Elena, quien se agarraba el cabello con expresión de dolor.De un momento a otro, en medio del forcejeo, los ojos en pánico de la mujer se cruzaron con los míos.—¡Su señoría, se lo suplico! ¡La Duquesa me está acusando injustamente! ¡Solo he cuidado a su pequeña como una madre! ¡Ella… AAAAHHHH!El grito estridente resonó cuando Rossella la lanzó sin compasión, empujándola escalera abajo, justo como hice yo el día de su llegada con el cadáver del contador.Ni siquiera me inmuté al ver el cuerpo rodar entre gemidos amortiguados, sus manos manoteando en el aire, intentando agarrarse de algo, hasta que cayó con un sonido sordo en el recibidor.Mi mirada no podía despegarse de la mujer fría e implacable que bajaba la