NARRADORA Sigrid lo supo incluso antes de que tocara su piel: era puro veneno. Alzó su mano y cientos de cuervos invadieron las oscuras tinieblas, atravesando el vendaval, fundiéndose unos con otros, endureciéndose para formar un escudo gigante que protegía a su gente. Sin embargo, el escudo estaba defectuoso: tenía un enorme agujero, justo sobre ella. «¡¿Sigrid qué pretendes?!» Aldric le rugió intentando correr para socorrerla pero su hija lo bloqueó por completo con una barrera. Valeria, en la distancia, miró en pánico cómo el poder de las Selenias que tanto se esforzaron en refinar y reunir protegía al ejército, pero no a su hija. "Sigrid, no, hija, no, por favor" comenzó a llorar y a llamarla por su vínculo, pero Sigrid no los escuchaba y solo miró al hombre sobre su cabeza. —Soy tuya y tú eres mío. No eres Umbros, ni Gray, eres Silas. Solo mi Silas —los labios le temblaron con las últimas sílabas dichas entre susurros, pero sabía que él la escuchaba. Las gotas ne
NARRADORAReían y lloraban; parecían dos locos enamorados que se habían extrañado durante una eternidad. —Yo… esta es mi forma original, soy… soy así —Sigrid susurró contra sus labios, con las mejillas sonrojadas.Ya no podía escudarse detrás del cuerpo de Electra; ahora era ella por completo, en cuerpo y alma. —Lo sé… te soñé tantas veces, y no te hace justicia. Nada hace justicia a tu belleza. Eres… simplemente perfecta —el dedo de Silas dibujó su labio inferior, tan lleno, tragando con el deseo que resurgía en su cuerpo.Sus ojos ávidos recorrían las delicadas facciones, la piel como porcelana, los ojos expresivos, luminosos.Sus manos acariciaban la suave espalda, la tomaban de la estrecha cintura, pegándola a su cuerpo, sintiendo sus curvas, deseando tocar su piel bajo la armadura.Ambos se miraban cargados de pasión, sus alientos enredados. Sigrid estaba un poco avergonzada; Silas solo pensaba en besarla, en tomarla para él, y nunca más dejarla ir.Olvidaron la guerra y la lu
NARRADORAAldric sabía muy bien que, a pesar de su fortaleza, no era rival para asesinar a este hombre que hasta las Selenias le temían, pero tampoco bajaría la cabeza frente a nadie. —Dame a mi mujer y te puedes quedar con tu estúpido reino. No me interesan las tierras podridas de los seres sobrenaturales.Sigrid casi pensó que le iba a dar un ataque al corazón. Había olvidado lo directo que era Silas.—¡¿TÚ MUJER?! ¡Eso tenemos que verlo todavía! ¡Ni siquiera me has pedido su mano y te atreves a besuquearla delante de mis narices! —las garras de Aldric brillaron saliendo de golpe. El pelaje oscuro del lycan volvía a aparecer en su cuerpo humano, apenas vestido con harapos.—Calmémonos todos, por favor, papá… —Sigrid intervino, aguantando el pecho de Aldric con fuerza.Parecía una pequeña muñeca frente a la estatura monstruosa de su padre y los fuertes músculos abultados. Este enfrentamiento estancado no llegaba a ningún lado, nadie quería ceder.Por su parte, Quinn salió corriend
NARRADORAAunque sabía que era la madre de su mate, que no tenía la culpa de sus desgracias, todo su cuerpo se rebelaba a darle un mínimo de cortesía a otra Selenia que no fuese su Sigrid.Un gruñido bajo retumbó detrás de Valeria. Aldric se aguantaba como nunca. ¿Cómo se atrevía a despreciar así a Valeria, la persona que trajo a su compañera a este mundo?Sigrid también lo miraba aprensiva. Ella, más que nadie, lo entendía, pero tampoco le gustaba el desplante hacia su madre.—Silas…—No importa, cachorra, él necesita tiempo. Entiendo muy bien tus temores… Valeria no se ofendió para nada. Iba a retirar su mano, sostenida por un tiempo en el aire, pero de repente fue tomada por otra más grande y fría.—Gracias por darla a luz —fue la respuesta de Silas, mientras devolvía con torpeza el saludo.—Yo soy la única bendecida por eso —sonrió, mirando con cariño a su hija, que no pudo evitar meterse entre sus brazos y anidar contra su pecho.Amaba a sus padres, a su familia, siempre habí
NARRADORAValeria miraba un poco nerviosa hacia los lados de este pasaje.Confiaba en su hija, sin embargo, la energía negativa en esa bruma que ahora los rodeaba le erizaba el cabello a cualquiera.Aldric apretó su mano, sintiendo su inquietud, acelerando el paso. El final de este túnel parecía estar cerca.Valeria se imaginó que quizás saldrían al sitio donde lucharon, delante de la puerta de las Selenias.Aunque todo eso había quedado en ruinas y, luego de la explosión que creó el sello al destruirse por completo, no debería quedar nada… ¿cierto?Escuchó la inspiración de asombro de Sigrid delante de ellos.La claridad iluminó sus ojos, y sus largas pestañas parpadearon sin poder creer lo que veían.Habían salido a unas llanuras.Ahora mismo se encontraban encima de una colina con suave pasto verde, tierno y florecillas que se mecían al viento.¿Dónde era esto y, lo más importante… quiénes eran todas esas personas que esperaban armadas?Aldric se tensó. ¿Al final sería una embosca
NARRADORAEn la delantera del ejército, un hombre con un casco de plumas negras en el penacho miraba con ojos azules intensos hacia el intercambio.Su oído desarrollado escuchaba muy bien toda la conversación que los elementales no podían oír a esa distancia.El caballo intranquilo entre sus piernas corcoveaba un poco, pero no más intranquilo que su corazón, que palpitaba desbocado.Una oportunidad, esto era el milagro por el que había pedido a los cielos.El hombre a caballo, el Duque de Everhart tenía un gran secreto.Los seres elementales creían que bloqueaban a todos los seres sobrenaturales afuera de esa niebla oscura y no sabían lo equivocados que estaban.Algunos habían quedado atrapados durante el encierro de Umbros, escondidos forzadamente en su sociedad.Pasaron de ser los amos a ser los marginados y perseguidos, a vivir con miedo de ser descubiertos.Una sonrisa de alivio apareció en los labios de Elliot Everhart.Su mujer tenía dos cachorros en camino, dos cachorros de lob
NARRADORAAtaviada con un hermoso vestido crema hasta el suelo, bordado con rosas en tul y satén, lucía hermosa, radiante.Silas avanzaba por el pasillo alfombrado con la guía de Valeria, pero él estaba embobecido en los ojos grises como las estrellas, su piel tan suave, esa sonrisa que calentaba su alma.Cómo amaba a esa mujer.La había añorado hasta el punto de no saber cómo soportó tantos años sin ella, sin enloquecer por completo.Su cerebro la olvidó, para protegerlo de volverse demente y poder sobrevivir hasta este día.—Ahora debes pedirle la mano a su padre —la voz de Valeria lo sacó de su nube de amor.Al mirar al enorme pelirrojo al lado de su Selenia, reconoció los mismos ojos grises, al menos en el color.Pero la expresión general de gruñón, en cambio, no tenía nada que ver.—Rey Lycan, yo, solo Silas, solo un ser elemental, pido la mano de su hija Selenia, Sigrid Von Carstein. Deseo ser su protector, su compañero, y prometo amarla hasta el último de mis días —pronunció su
NARRADORA Valeria tenía más desarrollada la parte de su pequeña loba, que ahora lo miraba como el plato fuerte que se comería a continuación. —Nena, sé muy bien lo que estás haciendo —Aldric le dijo con la voz ronca. Solo su presencia y las imágenes calientes que Valeria tenía en su mente lo estaban endureciendo. —¿Y qué vas a hacer al respecto? —Valeria pasó el seguro y comenzó a avanzar en a través de la oscuridad, los haces de luna, la iluminaban a intervalos. El olor embriagante del vino la tenía mojada; el deseo rugía en sus venas, más apasionante que nunca.—Vale, no quiero lastimarte, el embarazo… —Shhhh - Valeria se paró frente a él. Su pequeña silueta brillaba a la luz de la luna frente a la enorme de Aldric, acorralado contra el escritorio, con su dedo índice sobre los finos y sexis labios del Rey. —Los cachorros están muy bien, pero la madre no. Necesito la esencia vital de mi macho… —comenzó a hablarle con esa voz que a Aldric le paraba hasta el corazón. La vio dar