SILAS“No puedo morir, no puedo morir, no puedo… ¡morir! ¡¡NO PUEDO MORIR!!” Gritaba como un demente, luchando con la rabia desbordando mis venas, rugiendo dentro de mi prisión como el condenado a muerte que era. Podía ver, a través de este ojo corrompido, todo lo que sucedía afuera de ese monstruo que ellos llamaban “árbol”. Los árboles dan vida y esto solo era otra abominación de esos malditos seres, una muerte lenta y dolorosa como si ya nuestras vidas de esclavitud no fueran suficiente calvario. “Lo lamento, bebé”, escuché una suave voz cuando ya me había rendido. Abrí mi ojo maldito y la vi, una hermosa mujer cargando a un bebé, su mirada llena de debilidad y compasión, sus arrullos suaves, su poder sanador llegando hasta mi interior fragmentado. Era una hechicera, yo la conocí alguna vez, en esa mansión que ha sido mi cárcel desde que era prácticamente un niño. No recuerdo su nombre, pero quiero vivir, tengo que hacerlo como sea, no puedo morirme con este odio profundo qu
SIGRID“¡¿Qué rayos está sucediendo con el cuerpo de Electra?!” En medio de la noche, la temperatura comenzó a subir, quemando toda mi piel. Sentía como si un volcán hiciera erupción en mi vientre.Mis pezones sensibles y mi vulva se contraían y expulsaban jugos sin cesar; estaba excitada, parecía como el celo en las lobas, ¡pero este ni siquiera era mi cuerpo real! ¿Qué sucedía?“¡Maldit4 pervertida!”, grité en mi interior al revisar la mezcolanza de sus memorias y darme cuenta de qué era este hechizo que Electra se había lanzado a sí misma. Se inventó para aumentar la libido y la fertilidad, vamos, para follar como una zorra por días con sus esclavos y aumentar la posibilidad de salir embarazada.Intenté neutralizar el deseo recorriendo mis venas, pero era abrumador. Necesitaba al menos desahogarme una vez o sentía que moriría de los dolores y calambres en mi vagina, que pedía a gritos ser penetrada y llenada por la esencia de un hombre.Comencé tocándome los senos, intentando
SIGRIDCuando me estaba cerrando el pantalón, Silas regresó y agradecí que me diese mi espacio.— ¿Todo bien por allá afuera, no tuviste problemas? —le pregunté, sentándome en la mesa.— No, mi señora, la mayoría de los invitados se fueron ya o duermen aún —me respondió, y ya iba a vaciar el agua de la tina.— Deja eso para el posadero, ven a desayunar; pensaba quedarme más tiempo, pero no puedo, hoy debemos regresar —le dije sin entrar en detalles.Estaba frustrada; gasté dinero en algo que no me interesaba y tampoco pude ver al tío abuelo.Pero no podía quedarme con esta situación en inusual en el cuerpo de Electra.— ¿A qué estás esperando? —untaba la jalea en la rebanada de pan cuando giré la cabeza y lo vi de pie a mi lado.— Yo… espero a que finalice para comer las sobras —respondió como algo obvio, sin embargo, su ojo se desviaba a la comida y podía ver su hambre voraz.Quise resoplar enojada.La verdad era extenuante seguir todas estas reglas inhumanas.— Puedes comer, no nece
SIGRIDComo si no supiese que ya le habían avisado desde que entré por las murallas.— Solo deseo servirle con lo mejor, su señoría; tendría preparado su baño de rosas y la cena que le gusta —bajó un poco la cabeza, pero sus ojos agudos no podían dejar de desviarse al acompañante detrás de mi espalda.— ¿Es un nuevo esclavo? —me preguntó al fin mientras me quitaba los guantes. — Sí, quiero que le den alimentos, una buena y cómoda habitación y, ya que estabas tan preocupado, ordena preparar mis cosas —le ordené, dándole los guantes de cuero. — Enseguida, señorita Electra —hizo una reverencia y lo vi como su rostro cambió a arrogancia, caminando hacia Silas.— ¡Tú, ven conmigo al ala de los esclavos! —le rugió.Daría órdenes para que mejorara la vida de los esclavos de Electra, pero no podía liberarlos aún o levantaría sospechas; por lo menos, se librarían del acoso de esta arpía.Silas estaría mejor aquí que con Lucrecia, comería sus comidas, dormiría tranquilo y nadie lo iba a oblig
SIGRID —Sí, pero no… no era necesario desnudarse por completo —intenté recuperar la seguridad que no sentía. —Tengo heridas en todo el cuerpo, mi señora —respondió muy normal.Subí mi mirada para fijarme en la suya. Como siempre, ese ojo dorado no dejaba de observar cada uno de mis movimientos; algunos podían verlo hasta espeluznante. En realidad, a mí me parecía como un cachorrito abandonado. —Bien, pero si te sientes incómodo, puedes cubrirte tus… tus partes —caminé hacia él, mirando su pecho, su cuerpo dañado. Comencé a concentrarme en todas las cicatrices de látigos y formas extrañas grabadas en su piel, me imagino que de instrumentos de tortura. Suspiré, parada frente a Silas, ¿cómo se me ocurría siquiera mirarlo de manera lasciva imaginando todo lo que sufrió? Esta Electra era una cerda. —Bien, quédate ahí. Pintaré unas runas de sanación para tratarte —le expliqué, inclinándome en el suelo. Me hice una pequeña herida en el índice y comencé a pintar con mi sangre los an
SIGRID Fui levantada repentinamente, me agarré de su cuello, mis pies suspendidos en el aire. Caminaba hacia la cama donde me dejó con suavidad. —Gracias, ¿estás bien? —por un segundo perdí todo el norte de mi actuación y solo fui yo misma, al menos una vez. —Sí, mi señora, gracias a su sanación estoy mucho mejor, ¿le duele? — su rostro cerca del mío, mi piel afiebrada volvía a arder, el deseo revolviéndose en mi vientre y nublando mis sentidos. —Estoy bien, Silas, solo fue algo extraño, después quiero hacerte algunas preguntas —le dije con la lengua algo torpe, los párpados parecían pesarme toneladas.Reposaba en la cama, pero estaba toda pegajosa; mi incomodidad era evidente. Él se separó y escuché sus pasos, quizás se marchaba, no sé, solo pensaba en dormir y en tener muchos orgasmos… Cerré mis ojos sin poderlo evitar, la energía de Electra estaba agotada, herida, debía descansar para reponerla. Desgraciada bruja haciéndose la fuerte y es una debilucha. Pasos de nuevo lleg
SILASMis dedos se hundieron en la hendidura mojada por encima de la suave tela de su braga.Estimulé su vulva arriba y abajo, apretando más en ese punto sensible que la debería enloquecer. Estaba empapada, deseosa. —Sshh, aahhh —arqueó su espalda sumida en sus deseos, sus puños se cerraban agarrando la sábana, mi cuerpo entero prácticamente encima del suyo sobre la cama. Mi mano apartó el tejido y me hundí en el pecado entre sus piernas. Suave y mojada, resbalosa, temblorosa, deliciosa… Jugué un poco con su intimidad; mis besos subían por su cuello, donde vibraban sus gemidos. Acariciaba su clítoris, lo estiraba un poco y pasaba la yema para moverlo arriba y abajo; se endurecía y latía bajo mi toque vigoroso.—Másss… —sentí su mano agarrando mi cabello, cerré los ojos disfrutando de sus caricias. También quería que me tocase, que me deseara, que sus labios se fundieran en mi piel, en mi pene… en mi boca. Hundí un dedo en su coño, la penetré poco a poco sintiendo el estremecim
SIGRID ¡Qué rayos estaba sucediendo! ¡Estaba dormida, no muerta! A pesar del agotamiento de este cuerpo, podía sentirlo todo, cada caricia, sus labios fríos besando mi piel afiebrada, su cuerpo vibrando pegado al mío. ¡¿Qué me estaba haciendo Silas?! Diosa, lucho por despertar y no puedo, o más bien… no quiero. Sus dedos, ¡oh por todos los cielos, qué placer! Quiero gritar que me chupe más fuerte los senos, que me los apriete más. Me está llevando a la locura. Escucho su respiración agitada, su boca sobre la mía, ¿por qué no me besa? ¿A qué saben sus besos? Este hechizo es demoledor, está nublando mi mente en la cruda lujuria y parece que también afecta a Silas. Esa es la única explicación para que me toque de esta manera cuando es obvio que odia el contacto sexual. No, no, no pares, más rápido, Silas, así… mmmm… justo ahí. Mi magia escapa de mi cuerpo, clama buscando la suya, oscuridad con oscuridad, placer con placer. Me fragmento en miles de pedazos cua