SIGRID—¡Vendido este magnífico esclavo a la Sra. Lucrecia Silver! —miré hacia abajo, suspirando con pesar, a ese hombre que ahora estaba en el peor sitio posible. —Saldré, mi señora —el murmullo de Silas me devolvió la atención a él, entonces me di cuenta de cuán cerca estábamos.Di un paso atrás enseguida, no queriendo incomodarlo. —Bien, no hagas una locura, por favor, recuerda, no caeré por ti, a la mínima burrada te puedo asesinar con un chasquido de dedos —por último lo amenacé, temía que fuese directo a querer atacar a Lucrecia. Era como enviar a un cachorro a asesinar a un lycan adulto. Lo vi salir con toda esa oscuridad que lo rodeaba, lo había notado, el ojo de Silas no estaba solo quemado, sino maldito. Después, cuando tomara confianza, debía preguntarle de qué se trataba exactamente esa energía oscura que se movía por sus venas.Él era un elemental, no debería estar así. Me senté de nuevo, había perdido todo, las runas y al hombre que debía salvar. Esto era un desast
SIGRIDEl filo de sus enormes anillos cortando la carne de las mejillas, dejando rayas sanguinolentas, el hombre luchaba por obedecerla.—Así está mejor, como recompensa, es hora de marcarte de alguna manera para que todos sepan que me perteneces — le habló y di un paso adelante, tragando el nudo en mi garganta.Apreté los dientes sintiendo el entumecimiento de los músculos faciales.La ira recorriendo mis venas cuando la vi bajar la boquilla y pegarla en la parte inferior del cuerpo del hombre que comenzó a forcejear y a gritar a pesar de la mordaza. El olor a piel quemada enseguida se filtró en mis sentidos, mis ojos se cruzaron con los de él, parecía llamarme desesperado, me decían “¡sálvame, sálvame, por favor!”Comencé a desbloquear mi magia de Selenia que ocultaba para no ser descubierta.Mataría a esta perra y rescataría a este elemental importante, esta mujer no merecía ni respirar un segundo más. Mi mano se estiró hacia una espada como garras directas a su cuello.—¡Número
SIGRIDSilas se tensó cuando me acerqué, su respiración se hizo más pesada y escuchaba el golpeteo acelerado de su corazón contra mi pecho.Se quedó rígido entre mis manos que fueron a abrazar su espalda, mi cara se hundió en su cuello. Su cabello cosquilleaba en mi nariz y ese delicioso aroma a cítricos que tenía su cuerpo, como un árbol de naranjas maduras. Por alguna razón me entraron ansias de comerme unas jugosas naranjas.— Solo unos segundos, tan solo fingimos Silas - le susurré algo preocupada.—Mmm, más, bésame más… —mis gemidos vergonzosos hicieron eco en el silencio de la calle. Diosa, agradecía lo oscuro porque yo misma me daba pena.— Mmm tócame más ahí, más rápido… —gemí contra su cuello. Creía que en cualquier instante Silas me empujaría para ahogarme, pero solo se quedó de pie, tranquilo, rígido, soportando mi agarre y mis gritos de becerra loca en su oído. Pasos curiosos se acercaban a nosotros.Vi unos basureros de metal cerca y los pateé con el pie mientras me
SILAS“No puedo morir, no puedo morir, no puedo… ¡morir! ¡¡NO PUEDO MORIR!!” Gritaba como un demente, luchando con la rabia desbordando mis venas, rugiendo dentro de mi prisión como el condenado a muerte que era. Podía ver, a través de este ojo corrompido, todo lo que sucedía afuera de ese monstruo que ellos llamaban “árbol”. Los árboles dan vida y esto solo era otra abominación de esos malditos seres, una muerte lenta y dolorosa como si ya nuestras vidas de esclavitud no fueran suficiente calvario. “Lo lamento, bebé”, escuché una suave voz cuando ya me había rendido. Abrí mi ojo maldito y la vi, una hermosa mujer cargando a un bebé, su mirada llena de debilidad y compasión, sus arrullos suaves, su poder sanador llegando hasta mi interior fragmentado. Era una hechicera, yo la conocí alguna vez, en esa mansión que ha sido mi cárcel desde que era prácticamente un niño. No recuerdo su nombre, pero quiero vivir, tengo que hacerlo como sea, no puedo morirme con este odio profundo qu
SIGRID“¡¿Qué rayos está sucediendo con el cuerpo de Electra?!” En medio de la noche, la temperatura comenzó a subir, quemando toda mi piel. Sentía como si un volcán hiciera erupción en mi vientre.Mis pezones sensibles y mi vulva se contraían y expulsaban jugos sin cesar; estaba excitada, parecía como el celo en las lobas, ¡pero este ni siquiera era mi cuerpo real! ¿Qué sucedía?“¡Maldit4 pervertida!”, grité en mi interior al revisar la mezcolanza de sus memorias y darme cuenta de qué era este hechizo que Electra se había lanzado a sí misma. Se inventó para aumentar la libido y la fertilidad, vamos, para follar como una zorra por días con sus esclavos y aumentar la posibilidad de salir embarazada.Intenté neutralizar el deseo recorriendo mis venas, pero era abrumador. Necesitaba al menos desahogarme una vez o sentía que moriría de los dolores y calambres en mi vagina, que pedía a gritos ser penetrada y llenada por la esencia de un hombre.Comencé tocándome los senos, intentando
SIGRIDCuando me estaba cerrando el pantalón, Silas regresó y agradecí que me diese mi espacio.— ¿Todo bien por allá afuera, no tuviste problemas? —le pregunté, sentándome en la mesa.— No, mi señora, la mayoría de los invitados se fueron ya o duermen aún —me respondió, y ya iba a vaciar el agua de la tina.— Deja eso para el posadero, ven a desayunar; pensaba quedarme más tiempo, pero no puedo, hoy debemos regresar —le dije sin entrar en detalles.Estaba frustrada; gasté dinero en algo que no me interesaba y tampoco pude ver al tío abuelo.Pero no podía quedarme con esta situación en inusual en el cuerpo de Electra.— ¿A qué estás esperando? —untaba la jalea en la rebanada de pan cuando giré la cabeza y lo vi de pie a mi lado.— Yo… espero a que finalice para comer las sobras —respondió como algo obvio, sin embargo, su ojo se desviaba a la comida y podía ver su hambre voraz.Quise resoplar enojada.La verdad era extenuante seguir todas estas reglas inhumanas.— Puedes comer, no nece
SIGRIDComo si no supiese que ya le habían avisado desde que entré por las murallas.— Solo deseo servirle con lo mejor, su señoría; tendría preparado su baño de rosas y la cena que le gusta —bajó un poco la cabeza, pero sus ojos agudos no podían dejar de desviarse al acompañante detrás de mi espalda.— ¿Es un nuevo esclavo? —me preguntó al fin mientras me quitaba los guantes. — Sí, quiero que le den alimentos, una buena y cómoda habitación y, ya que estabas tan preocupado, ordena preparar mis cosas —le ordené, dándole los guantes de cuero. — Enseguida, señorita Electra —hizo una reverencia y lo vi como su rostro cambió a arrogancia, caminando hacia Silas.— ¡Tú, ven conmigo al ala de los esclavos! —le rugió.Daría órdenes para que mejorara la vida de los esclavos de Electra, pero no podía liberarlos aún o levantaría sospechas; por lo menos, se librarían del acoso de esta arpía.Silas estaría mejor aquí que con Lucrecia, comería sus comidas, dormiría tranquilo y nadie lo iba a oblig
SIGRID —Sí, pero no… no era necesario desnudarse por completo —intenté recuperar la seguridad que no sentía. —Tengo heridas en todo el cuerpo, mi señora —respondió muy normal.Subí mi mirada para fijarme en la suya. Como siempre, ese ojo dorado no dejaba de observar cada uno de mis movimientos; algunos podían verlo hasta espeluznante. En realidad, a mí me parecía como un cachorrito abandonado. —Bien, pero si te sientes incómodo, puedes cubrirte tus… tus partes —caminé hacia él, mirando su pecho, su cuerpo dañado. Comencé a concentrarme en todas las cicatrices de látigos y formas extrañas grabadas en su piel, me imagino que de instrumentos de tortura. Suspiré, parada frente a Silas, ¿cómo se me ocurría siquiera mirarlo de manera lasciva imaginando todo lo que sufrió? Esta Electra era una cerda. —Bien, quédate ahí. Pintaré unas runas de sanación para tratarte —le expliqué, inclinándome en el suelo. Me hice una pequeña herida en el índice y comencé a pintar con mi sangre los an