SIGRIDÉl se veía algo perdido mirando hacia el balcón. Intentó incorporarse para levantarse, pero cayó con un golpe sordo al suelo. Quise regresar a ayudarlo, no sabía por qué, pero me daba tanta lástima, sin embargo, no podía, aquí no era la princesa Sigrid, sino Electra, la cruel bruja.Por mucho que lo hechicé, no debía confiar en nadie. Se arrastró por el suelo hasta la mesa, no tenía fuerza para sentarse en la silla, así que haló el mantel y toda la comida cayó al piso con el tintineo de los platos metálicos. Lo vi engullir el alimento desesperado, casi sin masticar, como un animal salvaje luchando por sobrevivir. Por primera vez, a pesar de tanto dolor que él había experimentado desde que lo conocí, descubrí las lágrimas cayendo del único ojo que le funcionaba, con la cabeza abajo. Diosa, ¿cómo puedes permitir tanta maldad en contra de los seres que tanto te gustaron? ¿No fue por ellos que deseaste bajar a mirar sus vidas de cerca? Por primera vez sentí vergüenza de per
SIGRID Llevaba la manta por encima, me miró por un segundo para luego bajar la cabeza y hacerse a un lado. —Bien, ya veo que estás al menos de pie —pasé adelante examinando que todo estuviese en orden. —Ponte esta ropa y zapatos que te compré, creo que te sirven, igual luego podemos buscar más. Le arrojé sobre la cama una bolsa de piel, con las cosas del mercado, en lo que me sentaba en la sillita al lado de la pequeña mesa redonda. Pensé que se escondería detrás del biombo de madera, sin embargo, solo se abrió la manta y se quedó desnudo en medio de la instancia. Desvié mis ojos hacia un lado enseguida. Se notaba que no le costaba mucho desnudarse, me imagino que la mitad de su vida se la habrá pasado así. Escuchaba el roce de la ropa, él no hablaba nada, yo tampoco, me aburría. —¿Cómo te llamas? Yo soy Electra de la Croix —me presenté al fin. —No tengo nombre… mi Señora —me respondió y lo observé por un segundo, batallaba con los cierres de la camisa negra a punto
SIGRIDLlegué a la ciudad de Valles, en realidad no sabía muy bien ni en qué parte del reino me encontraba. En tanto tiempo, las cosas habían cambiado demasiado y apenas me guiaba por las memorias de Electra. —¿Dónde queda la casa de subastas? —pregunté a los guardias de la entrada a la ciudad y me dieron instrucciones.Adentrándome en las calles, sorteando algunos carruajes y el trajín de las personas, trotamos hasta llegar a una enorme mansión apartada del bullicio. —Sra., disculpe, esto es una casa privada —dos guardias custodiaban las altas rejas de entrada. —Soy una invitada al evento de hoy —les dije extendiéndole la invitación que examinaron. —¿Y él? —Es mi esclavo, ¿algún problema? —alcé la cejaEl caballo corcoveaba, cansado del viaje y ya me estaba poniendo de mal humor. —No, no, pase adelante Sra. de la Croix, un mozo la va a guiar —me indicaron y al fin las altas rejas llenas de enredaderas se abrieron a un hermoso jardín. —Sígame por aquí —el mozo me guio hasta el
SIGRIDVolví a apretar el pedal mirando con disimulo el palco en el otro extremo, donde la luz roja se prendía en el suelo. Así hicimos nuestro duelo silencioso, los demás se habían retirado, esas runas en realidad eran valiosas, pero tenían pocos usos. —¡500 000 monedas de oro para el número 67! —¡Maldición! —mascullé por lo bajo. Electra tenía dinero, podía pagar esto, pero sacar más monedas de las arcas familiares llamaría la atención de Morgana. Mi mirada se desviaba constantemente hacia la tela roja, algo me atraía, lo que sea que hubiese detrás, debía tomarlo. Pero si gastaba tanto dinero ahora, quizás después no tendría para pujar a lo grande. —¡500 000 monedas de oro para las runas lunares, vendidas al número 67! —No puede ser —me pellizqué el puente nasal. Diosa, esperaba que haber perdido este artículo, que tanta falta me hacía, hubiese valido la pena. — ¡Y ahora, uno de los tesoros de esta noche, sé que lo estaban ansiando, con ustedes, esta preciosura! —haló la t
SIGRID—¡Vendido este magnífico esclavo a la Sra. Lucrecia Silver! —miré hacia abajo, suspirando con pesar, a ese hombre que ahora estaba en el peor sitio posible. —Saldré, mi señora —el murmullo de Silas me devolvió la atención a él, entonces me di cuenta de cuán cerca estábamos.Di un paso atrás enseguida, no queriendo incomodarlo. —Bien, no hagas una locura, por favor, recuerda, no caeré por ti, a la mínima burrada te puedo asesinar con un chasquido de dedos —por último lo amenacé, temía que fuese directo a querer atacar a Lucrecia. Era como enviar a un cachorro a asesinar a un lycan adulto. Lo vi salir con toda esa oscuridad que lo rodeaba, lo había notado, el ojo de Silas no estaba solo quemado, sino maldito. Después, cuando tomara confianza, debía preguntarle de qué se trataba exactamente esa energía oscura que se movía por sus venas.Él era un elemental, no debería estar así. Me senté de nuevo, había perdido todo, las runas y al hombre que debía salvar. Esto era un desast
SIGRIDEl filo de sus enormes anillos cortando la carne de las mejillas, dejando rayas sanguinolentas, el hombre luchaba por obedecerla.—Así está mejor, como recompensa, es hora de marcarte de alguna manera para que todos sepan que me perteneces — le habló y di un paso adelante, tragando el nudo en mi garganta.Apreté los dientes sintiendo el entumecimiento de los músculos faciales.La ira recorriendo mis venas cuando la vi bajar la boquilla y pegarla en la parte inferior del cuerpo del hombre que comenzó a forcejear y a gritar a pesar de la mordaza. El olor a piel quemada enseguida se filtró en mis sentidos, mis ojos se cruzaron con los de él, parecía llamarme desesperado, me decían “¡sálvame, sálvame, por favor!”Comencé a desbloquear mi magia de Selenia que ocultaba para no ser descubierta.Mataría a esta perra y rescataría a este elemental importante, esta mujer no merecía ni respirar un segundo más. Mi mano se estiró hacia una espada como garras directas a su cuello.—¡Número
SIGRIDSilas se tensó cuando me acerqué, su respiración se hizo más pesada y escuchaba el golpeteo acelerado de su corazón contra mi pecho.Se quedó rígido entre mis manos que fueron a abrazar su espalda, mi cara se hundió en su cuello. Su cabello cosquilleaba en mi nariz y ese delicioso aroma a cítricos que tenía su cuerpo, como un árbol de naranjas maduras. Por alguna razón me entraron ansias de comerme unas jugosas naranjas.— Solo unos segundos, tan solo fingimos Silas - le susurré algo preocupada.—Mmm, más, bésame más… —mis gemidos vergonzosos hicieron eco en el silencio de la calle. Diosa, agradecía lo oscuro porque yo misma me daba pena.— Mmm tócame más ahí, más rápido… —gemí contra su cuello. Creía que en cualquier instante Silas me empujaría para ahogarme, pero solo se quedó de pie, tranquilo, rígido, soportando mi agarre y mis gritos de becerra loca en su oído. Pasos curiosos se acercaban a nosotros.Vi unos basureros de metal cerca y los pateé con el pie mientras me
SILAS“No puedo morir, no puedo morir, no puedo… ¡morir! ¡¡NO PUEDO MORIR!!” Gritaba como un demente, luchando con la rabia desbordando mis venas, rugiendo dentro de mi prisión como el condenado a muerte que era. Podía ver, a través de este ojo corrompido, todo lo que sucedía afuera de ese monstruo que ellos llamaban “árbol”. Los árboles dan vida y esto solo era otra abominación de esos malditos seres, una muerte lenta y dolorosa como si ya nuestras vidas de esclavitud no fueran suficiente calvario. “Lo lamento, bebé”, escuché una suave voz cuando ya me había rendido. Abrí mi ojo maldito y la vi, una hermosa mujer cargando a un bebé, su mirada llena de debilidad y compasión, sus arrullos suaves, su poder sanador llegando hasta mi interior fragmentado. Era una hechicera, yo la conocí alguna vez, en esa mansión que ha sido mi cárcel desde que era prácticamente un niño. No recuerdo su nombre, pero quiero vivir, tengo que hacerlo como sea, no puedo morirme con este odio profundo qu