SIGRID —Sí, sí, lo sé, por la Diosa que frías eres. Pensé que por ser la menor serías más linda —murmura hablando atropelladamente—. Ya sé por qué eres la favorita de Morgana, si casi parece que te parió. —¿Te pasarás la tarde hablando estupideces o ya te marchas de mi habitación? —Me voy, me voy, uf, qué mal genio. Te debo una. Sale al fin dejando una estela de ese empalagoso perfume que usa y su cabello negro largo ondeando en su espalda. Es bella, como casi todos los seres sobrenaturales, pero una mujer que habla de sus hijos como objetos desechables, solo puede tener el vientre y el corazón podridos. Además, Morgana se va a enterar y no solo porque Grimm es su espía, sino porque Drusilla es pésima para todo, incluso para mentir. Decido sentarme en la cama a pensar en mi misión, debo trazar planes para salir de aquí por mi cuenta. La Diosa, como siempre, habló en acertijos, mi tarea es encontrar a un hombre especial, sumamente apuesto y salvarlo de su cruel destino. El
SIGRIDEn estos momentos estaba demasiado agradecida de mis conocimientos de magia negra. Aun así, y a pesar de todas las cosas raras que había presenciado, observar el tronco de ese árbol abrirse, con sangre oscura como brea, destilándose al suelo desde su interior y el cuerpo de ese hombre siendo “liberado”, fue una escena que se quedaría grabada en mis memorias. Cayó la mitad de cuerpo afuera del tronco, apenas era reconocible su piel en carne viva, siendo devorada poco a poco. Intentó arrastrarse con ayuda de sus brazos, pero no podía, sus piernas capturadas, parecía que ese endemoniado árbol no dejaría ir tan fácil su alimento. El esclavo se aferraba a vivir, de su boca no escapaba ni un sonido a pesar del dolor tan excruciante que debería estar sintiendo, algo de admiración creció en mi pecho. Coloqué al bebé en la suave hierba, lejos de esta escena tan horrible y caminé hacia él con decisión.—Vamos, no me hagas malgastar mi tiempo y hechizos en vano —lo apremié con dureza
SIGRIDLa noche avanzaba y debía moverme con rapidez. No era lo mismo llevarme a un bebé convertida en niebla que a un hombre tan pesado, debía moverlo primero a algún sitio más cercano.—¿Puedes caminar?, oye —me incliné a su lado, con la guardia en alto pensando en que podría atacarme a traición. Pero toqué su hombro con fuerza y su cuerpo cayó inerte hacia atrás, se había desmayado. Por todos los cielos. Estaba resoplando, pero cualquier pensamiento quedó congelado en mi mente al verle el rostro descubierto ahora que su cabello sucio se había despejado. Apreté los puños con la ira recorriéndome, su cara estaba destruida.Llena de horribles y profundas heridas, cicatrices y lo que era peor, alrededor de su ojo derecho, una enorme mancha negra como de quemadura que abarcaba parte de su mejilla y su frente. ¿Qué tipo de hechizo maldito estaban experimentando con este infeliz? Lo cubrí como pude con la capa y conjuré un hechizo de fortaleza, esto me consumiría mucha magia, pero
SIGRIDEse hombre se había incorporado y me estaba atacando, con una fuerza descomunal que no sabía ni de dónde salía, dada su condición.—Te estoy… quitando… el sello —clavé mis uñas en sus muñecas, resistiendo la falta de oxígeno y mirando directamente a ese ojo dorado que ahora me fulminaba nublado y errático.La locura asomaba en sus profundidades.—No… me… toques… maldit4 … —me gruñó con un odio que me trajo escalofríos por todo el cuerpo, tan visceral y profundo, tan sangriento.—Aaggrr —gemí resistiendo, forcejeando. Las uñas negras de sus manos se hundían más y más dolorosamente en mi blanco cuello, la oscuridad pululaba en mis ojos y el mareo en mi cabeza.—No soy… ella… tranqui… lo… no soy… Lucre… cia Supe que me estaba confundiendo, que el rencor que sentía hacia su anterior ama, era lo que impulsaba el último resquicio de resistencia en su cuerpo. Tendría que atacarlo, lo sentía, pero no moriría por los pecados de otra. A punto de prender las llamas en mis manos, de r
SIGRIDÉl se veía algo perdido mirando hacia el balcón. Intentó incorporarse para levantarse, pero cayó con un golpe sordo al suelo. Quise regresar a ayudarlo, no sabía por qué, pero me daba tanta lástima, sin embargo, no podía, aquí no era la princesa Sigrid, sino Electra, la cruel bruja.Por mucho que lo hechicé, no debía confiar en nadie. Se arrastró por el suelo hasta la mesa, no tenía fuerza para sentarse en la silla, así que haló el mantel y toda la comida cayó al piso con el tintineo de los platos metálicos. Lo vi engullir el alimento desesperado, casi sin masticar, como un animal salvaje luchando por sobrevivir. Por primera vez, a pesar de tanto dolor que él había experimentado desde que lo conocí, descubrí las lágrimas cayendo del único ojo que le funcionaba, con la cabeza abajo. Diosa, ¿cómo puedes permitir tanta maldad en contra de los seres que tanto te gustaron? ¿No fue por ellos que deseaste bajar a mirar sus vidas de cerca? Por primera vez sentí vergüenza de per
SIGRID Llevaba la manta por encima, me miró por un segundo para luego bajar la cabeza y hacerse a un lado. —Bien, ya veo que estás al menos de pie —pasé adelante examinando que todo estuviese en orden. —Ponte esta ropa y zapatos que te compré, creo que te sirven, igual luego podemos buscar más. Le arrojé sobre la cama una bolsa de piel, con las cosas del mercado, en lo que me sentaba en la sillita al lado de la pequeña mesa redonda. Pensé que se escondería detrás del biombo de madera, sin embargo, solo se abrió la manta y se quedó desnudo en medio de la instancia. Desvié mis ojos hacia un lado enseguida. Se notaba que no le costaba mucho desnudarse, me imagino que la mitad de su vida se la habrá pasado así. Escuchaba el roce de la ropa, él no hablaba nada, yo tampoco, me aburría. —¿Cómo te llamas? Yo soy Electra de la Croix —me presenté al fin. —No tengo nombre… mi Señora —me respondió y lo observé por un segundo, batallaba con los cierres de la camisa negra a punto
SIGRIDLlegué a la ciudad de Valles, en realidad no sabía muy bien ni en qué parte del reino me encontraba. En tanto tiempo, las cosas habían cambiado demasiado y apenas me guiaba por las memorias de Electra. —¿Dónde queda la casa de subastas? —pregunté a los guardias de la entrada a la ciudad y me dieron instrucciones.Adentrándome en las calles, sorteando algunos carruajes y el trajín de las personas, trotamos hasta llegar a una enorme mansión apartada del bullicio. —Sra., disculpe, esto es una casa privada —dos guardias custodiaban las altas rejas de entrada. —Soy una invitada al evento de hoy —les dije extendiéndole la invitación que examinaron. —¿Y él? —Es mi esclavo, ¿algún problema? —alcé la cejaEl caballo corcoveaba, cansado del viaje y ya me estaba poniendo de mal humor. —No, no, pase adelante Sra. de la Croix, un mozo la va a guiar —me indicaron y al fin las altas rejas llenas de enredaderas se abrieron a un hermoso jardín. —Sígame por aquí —el mozo me guio hasta el
SIGRIDVolví a apretar el pedal mirando con disimulo el palco en el otro extremo, donde la luz roja se prendía en el suelo. Así hicimos nuestro duelo silencioso, los demás se habían retirado, esas runas en realidad eran valiosas, pero tenían pocos usos. —¡500 000 monedas de oro para el número 67! —¡Maldición! —mascullé por lo bajo. Electra tenía dinero, podía pagar esto, pero sacar más monedas de las arcas familiares llamaría la atención de Morgana. Mi mirada se desviaba constantemente hacia la tela roja, algo me atraía, lo que sea que hubiese detrás, debía tomarlo. Pero si gastaba tanto dinero ahora, quizás después no tendría para pujar a lo grande. —¡500 000 monedas de oro para las runas lunares, vendidas al número 67! —No puede ser —me pellizqué el puente nasal. Diosa, esperaba que haber perdido este artículo, que tanta falta me hacía, hubiese valido la pena. — ¡Y ahora, uno de los tesoros de esta noche, sé que lo estaban ansiando, con ustedes, esta preciosura! —haló la t