20 AÑOS DESPUÉS… NARRADORA —¡¡SIGRID!! —la voz ensordecedora de Zarek resonaba por todo el castillo oscuro. Celine, sentada en la biblioteca leyendo, subió la cabeza sonriendo y luego continuó su lectura. ¿A saber qué travesura había hecho esa niña ahora con las cosas de su mate? Como en efecto, el príncipe oscuro estaba echando chispas mirando la biblioteca secreta donde guardaba todo tipo de libros de hechicería oscura y prohibida. Se llamaban prohibidas por algo, eran conjuros peligrosos, tenebrosos, con altos costos, por eso los tenía a resguardo de ciertas manitas inescrupulosas y ese cerebrito hiperactivo. —Esta vez no lo dejaré pasar. ¡Sigrid, sal de una maldit4 vez! —Zarek dejó el subterráneo mientras toda su mente escaneaba el palacio, pero como siempre, esa Selenia revoltosa era definitivamente su archienemiga, la némesis de su poder, la única que podía esconderse incluso en sus propias tierras. —¡Rousse, ven acá! —llamó a su comandante, uno de sus más leales si
SIGRID —¿Qué es esto? Ay, no puede ser —bufé al mirar lo que había tomado en mi apuro.Quería darme coscorrones a mí misma en la cabeza. Eran los planos para armar un artefacto mágico que te permitía entrar en los sueños de alguien y dejarle mensajes, órdenes o incluso provocarle sus peores pesadillas. —¿Qué hago con esto ahora, me cuelo en el sueño de Dave y lo fastidio un rato? —murmuré pensativa, pero luego lo descarté algo molesta. Tanto esfuerzo para nada, me había dejado leer todos sus libros menos ese y la curiosidad me picaba. ¿Qué tanto había prohibido en esos escritos? Caminé hacia el pozo escondido en el medio del bosque, siempre lleno de niebla oscura y al que casi nadie se atrevía a entrar por estar en los límites del palacio. Aquí creé hace unos años otro hechizo que me permitía trasladarme al momento hacia las tierras de mi padre. Vi unos lirios negros y a mi madre le encantan, así que me puse a recoger algunos para ella.De seguro estaba tomando la merienda de
SIGRID El grito se quedó atascado en mi garganta, los ojos casi salidos de mis órbitas y con las manos en un puro temblor, alcé a esa pobre criatura a punto de morir.Toda su pálida piel llena de horribles marcas negras, como patrones de maldiciones que incluso cubrían su rostro. No lloraba, sentía su débil corazoncito a punto de detenerse y abrió los ojitos, uno de cada color, para mirar a la cara de la perra que lo estaba ahogando en el pozo. —¿Mi señora, sucede algo? —me estremecí al escuchar una voz a mi espalda, no estaba sola. Diosa, tenía que disimular, meterme en el papel de esta hija de puta, porque si me descubrían, estaba muerta. —No sucede nada, Grimm, terminaré rápido con esto, ve a preparar el carruaje. —Ya está listo.—¡Que vayas de nuevo, o acaso eres sordo! —le grité con todo el desprecio que pude reunir, esperando que el temblor en el fondo de esta voz, tan rara para mí, no fuese notado. En cuanto escuché sus pasos, me giré en medio de este bosque extraño, don
SIGRIDEl carruaje se detuvo y escuché que Grimm saludaba a unos hombres, luego el sonido de rejas y de nuevo en marcha. Aparté la cortina con mi dedo donde un enorme anillo de esmeralda relucía y enseguida los guardias bajaron la cabeza con respeto. Pasamos por unas poderosas murallas que daban acceso a una ciudad llena de villas, casas de piedra y madera.Se escuchaba el bullicio de las calles y el aroma a comida, junto con el pregoneo de las personas en el mercado. Todos los campos de cultivos y lo que estaba dentro de estas murallas, pertenecía al feudo de la familia de hechiceras De La Croix. Tres hermanas, la mayor y jefa actual del castillo, Morgana De La Croix, la del medio Drusilla De La Croix y la menor de ellas, la mujer que mantenía prisionera en su conciencia, mientras ocupaba su cuerpo con mi espíritu primordial: Electra De La Croix. —Quiero descansar, que nadie me molesteDi órdenes y avancé, según los recuerdos, a través del patio exterior donde nos detuvimos, atr
SIGRID —Sí, sí, lo sé, por la Diosa que frías eres. Pensé que por ser la menor serías más linda —murmura hablando atropelladamente—. Ya sé por qué eres la favorita de Morgana, si casi parece que te parió. —¿Te pasarás la tarde hablando estupideces o ya te marchas de mi habitación? —Me voy, me voy, uf, qué mal genio. Te debo una. Sale al fin dejando una estela de ese empalagoso perfume que usa y su cabello negro largo ondeando en su espalda. Es bella, como casi todos los seres sobrenaturales, pero una mujer que habla de sus hijos como objetos desechables, solo puede tener el vientre y el corazón podridos. Además, Morgana se va a enterar y no solo porque Grimm es su espía, sino porque Drusilla es pésima para todo, incluso para mentir. Decido sentarme en la cama a pensar en mi misión, debo trazar planes para salir de aquí por mi cuenta. La Diosa, como siempre, habló en acertijos, mi tarea es encontrar a un hombre especial, sumamente apuesto y salvarlo de su cruel destino. El
SIGRIDEn estos momentos estaba demasiado agradecida de mis conocimientos de magia negra. Aun así, y a pesar de todas las cosas raras que había presenciado, observar el tronco de ese árbol abrirse, con sangre oscura como brea, destilándose al suelo desde su interior y el cuerpo de ese hombre siendo “liberado”, fue una escena que se quedaría grabada en mis memorias. Cayó la mitad de cuerpo afuera del tronco, apenas era reconocible su piel en carne viva, siendo devorada poco a poco. Intentó arrastrarse con ayuda de sus brazos, pero no podía, sus piernas capturadas, parecía que ese endemoniado árbol no dejaría ir tan fácil su alimento. El esclavo se aferraba a vivir, de su boca no escapaba ni un sonido a pesar del dolor tan excruciante que debería estar sintiendo, algo de admiración creció en mi pecho. Coloqué al bebé en la suave hierba, lejos de esta escena tan horrible y caminé hacia él con decisión.—Vamos, no me hagas malgastar mi tiempo y hechizos en vano —lo apremié con dureza
SIGRIDLa noche avanzaba y debía moverme con rapidez. No era lo mismo llevarme a un bebé convertida en niebla que a un hombre tan pesado, debía moverlo primero a algún sitio más cercano.—¿Puedes caminar?, oye —me incliné a su lado, con la guardia en alto pensando en que podría atacarme a traición. Pero toqué su hombro con fuerza y su cuerpo cayó inerte hacia atrás, se había desmayado. Por todos los cielos. Estaba resoplando, pero cualquier pensamiento quedó congelado en mi mente al verle el rostro descubierto ahora que su cabello sucio se había despejado. Apreté los puños con la ira recorriéndome, su cara estaba destruida.Llena de horribles y profundas heridas, cicatrices y lo que era peor, alrededor de su ojo derecho, una enorme mancha negra como de quemadura que abarcaba parte de su mejilla y su frente. ¿Qué tipo de hechizo maldito estaban experimentando con este infeliz? Lo cubrí como pude con la capa y conjuré un hechizo de fortaleza, esto me consumiría mucha magia, pero
SIGRIDEse hombre se había incorporado y me estaba atacando, con una fuerza descomunal que no sabía ni de dónde salía, dada su condición.—Te estoy… quitando… el sello —clavé mis uñas en sus muñecas, resistiendo la falta de oxígeno y mirando directamente a ese ojo dorado que ahora me fulminaba nublado y errático.La locura asomaba en sus profundidades.—No… me… toques… maldit4 … —me gruñó con un odio que me trajo escalofríos por todo el cuerpo, tan visceral y profundo, tan sangriento.—Aaggrr —gemí resistiendo, forcejeando. Las uñas negras de sus manos se hundían más y más dolorosamente en mi blanco cuello, la oscuridad pululaba en mis ojos y el mareo en mi cabeza.—No soy… ella… tranqui… lo… no soy… Lucre… cia Supe que me estaba confundiendo, que el rencor que sentía hacia su anterior ama, era lo que impulsaba el último resquicio de resistencia en su cuerpo. Tendría que atacarlo, lo sentía, pero no moriría por los pecados de otra. A punto de prender las llamas en mis manos, de r