140. EL DUEÑO DEL CASTILLO
NARRADORA

Entonces levantó su falda y casi corrió hasta el carruaje de su padre.

— Dime, dime, hija, ¿lograste confirmarlo? – el hombre anciano con una barba larga entre castaña y gris miró con sus ojos verdes a su hija, cuando entró en su zona de descanso.

Laila cerró la puertecita y se sentó sobre la suave manta con expresión emocionada.

— ¡Sí, sí, padre, lo confirmé! Tiene en su muslo interno casi llegando a su parte íntima un pequeño tatuaje rojo en forma de lágrima o gota, algo así – Laila recordó cuando hizo su revisión en nombre de curar a Celine.

— ¡Lo sabía!, la Diosa está de nuestro lado, que buena suerte – el viejo hechicero palmeó su muslo complacido mientras le daba una calada a su tabaco

— Preparé el hechizo, tienes que asegurarte de que entre a su cuerpo, ¡no puedes fallar!

— Pero padre, ¿de verdad que no le hará daño? Me siento un poco mal, ella y su hermano me rescataron aquella vez – Laila frunció el ceño, de nuevo insegura.

— Niña tonta – su padre golpeo su
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