107. DULCE SUEÑO

VALERIA

El interior de la casita de madera era tan cálido como me imaginaba, lleno de flores y el olor intenso medicinal.

Había una mesa donde esa misteriosa mujer hacía un preparado con hojas, unas sillas a su alrededor y al fondo una chimenea con dos cómodas mecedoras llenas de cojines coloridos.

— Oh querida princesa, no te quedes ahí de pie tan rígida, siéntate en la mecedora, hablemos – me invitó y aunque con algo de recelos lo hice, mirando a mi alrededor con atención.

— Me dijeron que había una sola hechicera sanadora en el pueblo, ¿usted, por qué se esconde? Hay un niño inocente que necesita tratamiento y esa otra bruja no quiere atenderlo – no puedo evitar cuestionarla.

— Lo sé – responde suspirando, sin dejar de moler las hierbas en el mortero

— Este pueblo se llama así porque antes había aquí asentado un clan de Brujas Blancas. Nosotras somos principalmente sanadoras, respetuosas de las leyes naturales y de los designios de la Diosa, pero todo cambió cuando Gabrielle dejó
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