FabianoCon la vista puesta en mi amigo Carlos y sin saber qué responderle, porque es más que claro que me está dando a entender que está muy interesado en Perla y yo no le estoy dando el permiso. ¿Estaré siendo muy obvio? ¿Cómo le puede llegar a interesar, una mujer que solo vio a través de la ventana de mi despacho? —¿De qué me perdí? —Julio nos mira a los tres, tratando de buscar una respuesta entre nosotros. Enzo baja el brazo de mi hombro y con una sonrisa, mira a Julio. —Es una empleada nueva de Fabiano —sonríe con picardía—. Es… Bueno, muy interesante —me lanza una mirada—. ¿O no, Fabiano? —con diversión me observa—. Yo siendo tú, ya le hubiera hecho una buena propuesta, digo —levanta las manos con un gesto inocente y divertido—. Digo, todavía no te has casado. —Carajos, tengo días sin venir, me he perdido de mucho al parecer —refiere Julio con una sonrisa, y, por otro lado, expresando curiosidad—. Si la están nombrando es por qué si es interesante. —¿Por qué exagera
FabianoYo no debería de estar aquí. Mi deber es estar acompañando a mi prometida en esa reunión. Sin embargo, estoy de pie, mirando con deseo a la mujer que acabo de conocer la noche anterior. —¿Estabas por ir a la cama? —cierro la puerta detrás de mí. Ella se incorpora, sin quitar su atención de mí. —Creo que tenía que tocar a la puerta, señor —dice con voz molesta y firme. Me agarro las caderas y miro a mi alrededor, para apartar por un momento la mirada de su cuerpo y rostro. De ella. —No, yo puedo hacer lo quiera. Esto es mío —la miro a los ojos—. Recoge tus cosas —le ordeno—. Ahora. —Es… qué… —empieza a decir y da varios pasos hacia mí—. No tengo nada, ¿a dónde me va a llevar? —el miedo se le nota en la voz. Me acerco a ella, pero no tarda en retroceder, tanto, que su espalda pega de la pared y se cubre el rostro. —¡No me haga daño, por favor! —pide con voz quebrada. Detengo el paso, ya frente a ella. —No te haré nada, Perla —le aseguro con voz sutil.Se quita las man
Fabiano Hace un silencio de segundos. —No, señor —dice—. Si le soy sincera no tengo a donde ir —se rasca el cuero cabelludo. Levanta el rostro y me mira de nuevo—. De hecho estuve pensando en escapar —confiesa con cierta preocupación—. Y no debería decirle esto… —no dice otra palabra. Me cruzo de hombros y levanto las cejas, tratando de no sonreír debido a su expresión.Definitivamente, me equivoqué al pensar que es inofensiva. —¡Ah, sí! —alzo una ceja, todavía mirándola. Algo sorprendido, al escuchar como me dice en la cara, que se iba a escapar. En sus sueños iba a suceder. Esta casa está totalmente vigilada ahora, mucho menos la dejaré escapar y le será imposible. De inmediato su cara se enrojece.—Estuve pensando —advierte y una pequeña sonrisa sale de sus labios—. Es pasado, señor. Ya no lo haré, creo que no vale la pena. Además, me he dado cuenta de que es peligroso.—¿Ahora cómo creerte? —levanto las cejas—. Pero, te aconsejo qué no lo intentes. Su garganta trabaja, lueg
PerlaLa alarma de la habitación de al lado se escucha baja, pero es nítida al llegar a mis oídos. Me muevo en la cama y abro los ojos para lanzar una mirada al techo blanco y prepararme mentalmente qué debo levantarme a trabajar. La habitación está completamente oscura, ya que ni siquiera hay ventanas, pero por la rendija de la puerta se ve entrar la luz del pasillo, encendida. No tardo en levantarme y encender la luz de la habitación, luego cruzo al baño y reviso en los cajones si hay productos de uso personal, por suerte si los hay. Lavo mis dientes, mi rostro y acomodo mi cabello negro y suelto. No tengo para atar mi cabello y tampoco tengo otro vestido que usar. Al parecer me va a tocar usarlo hasta que me den mi primera paga. Luego de mirar mi reflejo en el espejo por última vez, salgo del cuarto de baño. Ordenó mi cama y salgo de la habitación para dirigirme a la casa de los obreros. Cuando voy cruzando el pasillo, veo que de la habitación de donde provenía el tono de la al
PerlaSigo al lado de Lidia, quien me mira. —No les hagas caso. Siempre son así con las chicas nuevas. Ellos saben que está prohibido cualquier relación amorosa —informa—. O insulto. Las dos salimos de la casa y nos dirigimos a la villa. —Trabajé en un bar, como mesera y barman. Creerme qué allí los «halagos» eran peores, Lidia. —Entiendo, ¿qué edad tienes? —24.—¡Ah, qué joven! Yo voy a cumplir 30, ¿el señor Greco te ha dado día libre? —me observa. —No… —Qué extraño. Puedes preguntarle a la señora Elisa —refiere. Nos detenemos frente a la puerta de la despensa y ella al abrir, entra. —Adelante. Sigo detrás y enseguida llegamos a la pequeña mesa del comedor, en donde están todas las mujeres de la cocina. —Buenos días, señoritas —saluda Lidia, quien se sienta en una de las sillas libres—. Les presento a Perla, nuestra nueva compañera. Todas me miran y me saludan con sonrisas amables. Yo, sin perder el tiempo, también me siento y miro la mesa repleta de comida de todo tipo y
Perla Termino de lavar los platos del almuerzo y me limpio el sudor de la frente con suavidad, para luego liberar un suspiro lleno de cansancio. Lo peor, es que me toca asistir como mesera a esa fiesta. ¿Cómo mesera? Miro hacia el reloj que está en la cocina y me doy cuenta de que estoy retrasada. —¡Mi Dios!, ¡lo olvidé! Reviso que todo esté en su lugar y con pasos rápidos salgo de la casa, para irme a la villa, pero justo por el camino me encuentro con Angela, quien viene caminando con rapidez, agita su mano. Me detengo y la miro roja. —Lo siento, estaba muy ocupada.—Vengo por ti —dice mirándome—. Te has tardado —comunica. —Lo lamento, lo había olvidado —refiero con voz rápida.—Vamos debemos de estar lista antes de que llegue el primer invitado —se da la vuelta y empieza a caminar—. Debemos llegar primero. También la sigo. Hasta que entramos por la puerta trasera y cruzamos al pasillo, después nos detenemos en su habitación. —Entra —indica y abre la puerta—. Eres bienven
PerlaAl salir de la habitación nos dirigimos en dirección a la despensa, y en donde ya Maria está esperando con su vestido blanco, y ya lista, además de la señora Elisa. —¡Oh, vaya! —dice con una sonrisa—. Lucen muy guapas.—Gracias —responde Angela con una sonrisa.—¿Ya están listas? —inquiere Elisa.—Sí, ya estamos listas —respondo mirándola.—Perfecto. Vamos, mujeres. Le voy a explicar el protocolo —Elisa mira el reloj que tiene en su muñeca—. Dentro de diez minutos empezarán a llegar los invitados —informa.Las tres nos mantenemos en silencio y cuando Elisa empieza a caminar enseguida la seguimos.Al salir de la despensa, nos vamos en dirección al jardín trasero en donde se ve a lo lejos una cancha grande de tenis. Del otro lado cerca del jardín hay un tordo color blanco muy grande, unos sofás cómodos largos y acolchados en color verde oscuro que contienen mesas cortas y rectangulares. En una esquina del tordo, hay una mesa larga que contiene platos y copas, también hay neveras
Perla Llena de vergüenza, con rapidez quita la mirada y me encargo de recoger la bola de billar que he hecho caer sin querer. Al levantarme dejo la bola sobre la mesa y decido mirar al hombre frente a mí. —Disculpe de nuevo. —respondo con voz suave y volviendo a mirarlo a sus ojos azules—. No quise interrumpir su llamada, señor. La verdad, sí. Pero no de esa forma. —No se preocupe, señorita —guarda el teléfono en el bolsillo de su pantalón y con los ojos sobre mí, se empieza a acercar a mi lugar—. ¿Cómo te llamas? —se detiene delante de mí y guarda las manos en los bolsillos de su patrón fino. Su piel es blanca y es más alto que yo. La verdad también puedo agregar que es muy guapo. Aparenta unos veintiocho años de edad. Su mandíbula se marca, tiene la nariz derecha y una impecable barba escasa, pero que le luce muy bien. Por su manera de vestir se nota que es un hombre adinerado. —Soy Perla Lee, señor —extiendo mi mano y le regalo una sonrisa—. Mucho gusto. Mira mi mano y