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​​​​​​​*—Uriel:

Después de debatirse en decirle o no a su compañero de trabajo, Uriel decidió hablar al fin de su vida a Erik.

—No se me está parando —admitió en voz alta, sin evitar sentirse avergonzado de decirlo. Al ver la reacción de Erik, Uriel notó cómo la expresión relajada de su asistente cambiaba, de sorpresa a incredulidad.

—Okay, eso es serio —dijo Erik, casi en un susurro, pero sonriendo.

Uriel no pudo evitar sentir la incomodidad del momento al ver la sorpresa de Erik. Su asistente era muy directo, y en ese sentido, no temía hacer preguntas incómodas.

—No estoy bromeando, Mitchell —le dijo Uriel, un poco irritado por la sonrisa que le dedicaba Erik.

—Lo sé, lo sé —respondió Erik entre risas, pero después tomó una bocanada de aire, como para calmarse. Se acercó al escritorio y se sentó frente a él. Los ojos de Erik no se apartaban de Uriel—. Entonces… ¿Por qué no se te para? —preguntó directamente, con la misma franqueza con la que había abordado todo.

Uriel se sorprendió
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