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Capítulo 10: La Primera Cena

En el trayecto hacia el supermercado, mi padre nos pregunta por la tarde en la playa:

- ¿Qué tal ha estado esa primera vez en la playa, Arturo? – lo mira por el retrovisor, yo voy sentada junto a él -.

-Mu-muy bien, señor – lo ha pillado desprevenido, de seguro -.

-Ja ja ja, probablemente sepa más de ti de lo que pensabas. Tu padre y yo hablamos mucho de ustedes – nos guiña un ojo -.

-Supongo que no le dijiste nada vergonzoso de mí – le digo con el ceño fruncido -.

-Claro que no, tú no tienes nada que pueda avergonzarte, ¿o sí? – me dice levantando ambas cejas, pero sin apartar la vista del camino -.

-Espero que todo ya se lo haya contado a Arturo, no quiero que después se te escape algo y quede como payaso – me cruzo de brazos y miro por la ventana, ya pasamos la comisaría, estamos a una cuadra del supermercado -.

-Eso, Arturo, es como mi niña se enoja. Se le pasa pidiendo disculpas, aunque tengas razón, o con un rico chocolate – se ríe y Arturo me mira, me doy cuenta por el reflejo de la ventana -.

-No creo que tus vergüenzas sean peor que las mías… dudo que se te rompiera el pantalón en plena clase de educación física – lo miro con la boca abierta, a punto de reír. El se encoge de hombros y todos nos reímos -.

-Sí, eso les sucede a los hombres cuando crecen e insisten en ponerse la misma ropa – dice mi papá muy divertido -. Yo crecí en los últimos meses – se golpea la barriga -, un día me senté en mi escritorio y se me rompió el pantalón – se ríe muy fuerte, mientras busca dónde estacionar -. Tu papá me ayudó a engraparlo, para poder salir a cambiarme.

Nosotros no podemos sino reír de tal anécdota. Así es mi padre, sabe romper el hielo burlándose de él mismo. No le tiene miedo al escarnio público por sus despistes y torpezas.

Cuando detiene el auto, bajamos e ingresamos. Hemos tenido que estacionar en la calle, porque al interior está lleno de autos. Por eso y porque no encontramos un carrito, sabemos que hay muchas personas dentro. Esperamos un momento cerca de las cajas, hasta que una persona libera un carrito.

Al adentrarnos por los pasillos, hay tanta gente, que mi padre me sigue con dificultad ya que él lleva el carrito y no lo cederá, Arturo va de la mano conmigo. Cuando llegamos al pasillo de la harina, Arturo me mira preguntando que hacemos ahí.

- A mí me gusta preparar la masa, la que venden envasada es muy mala y se rompe cuando se reseca.

- Pues me sorprendes, quiero aprender porque tampoco me gusta mucho y se me da bien la cocina.

- Toma nota, es muy sencilla.

Y saca su celular para escribir los ingredientes, como cualquier niño aplicado en la escuela. Además de la harina, buscamos levadura, miel y una rica salsa de tomates. Voy consultando con mi padre si tiene esos ingredientes en casa, pero sólo tiene aceite de oliva y sal. Aprovecho de comprar otras cosas, porque no iré a comer fuera cada día, eso es muy caro y prefiero mil veces mi comida.

Suena el celular de Arturo, es su padre que lo llama para decirle que lo esperará fuera del supermercado. Compramos todos los ingredientes que nos gustan: tomate, queso, champiñones, aceitunas, jamón y otras cosas más. Pizza casera, sin restricción de ingredientes. Pagamos y Arturo nos ayuda a guardar las cosas en el auto.

Se despide de nosotros, me da un beso rápido mientras mi padre se sube al auto y se va caminando hasta donde su padre le ha dicho que esperaba. Me subo adelante, con mi padre y nos vamos a casa de una vez.

Lamento que Arturo se perdiera el proceso, estaba entusiasmado por aprender esta receta, pero su padre lo llevó a casa a bañarse y cambiarse de ropa. Yo haré lo mismo después que deje leudando la masa. Mi padre se encargará de ayudar con la preparación de los demás ingredientes para que yo pueda prepararme tranquila para nuestra cena.

Mientras estoy en la ducha escucho que mi padre se ríe, asumo que ya llegaron nuestros invitados así que me apresuro. Que bueno que se me ocurrió llevar mi ropa para vestirme ahí, de esa manera lo haré más rápido.

Me seco el cabello sólo un poco, para que no humedezca mi ropa, y salgo nerviosa. Supongo que el padre de Arturo ya lo sabe, no quisiera sentirme mimada, con la reacción de mi padre fue suficiente. Al entrar en la sala sólo está sentado el señor Joaquín, en la cocina están Arturo y mi padre, mientras uno ralla el queso, el otro corta los chorizos.

- Estella, que gusto verte otra vez - el señor González se pone de pie para saludarme con un beso en la mejilla y me da también un abrazo -. Me alegra tanto que estés con mi hijo, tu padre me ha dicho lo especial que eres… como mi hijo.

- Gracias, es un gran chico. No es tan difícil quererlo - OK, no sé de dónde salió eso, miro a Arturo y me sonríe mientras sigue con un trozo de queso en la mano -.

Veo que los tomates ya están pelados y cortados, probablemente mi cara se ve del mismo color. Reviso la masa y ya está lista, así que manos a la obra, así me distraigo de mis palabras.

Arturo me pregunta cómo la he hecho, le explico paso a paso y se da cuenta que es muy sencillo, anota todo eso en su teléfono. Lo invito a tocar la masa, que está muy suave, se acerca y me dice en un susurro:

- Tus labios son igual de suaves, pero más dulces.

Un escalofrío me recorre la espalda, miro a mi padre que está hablando sobre trabajo con el señor González.

-Esa equivocación me va a costar dos días de trabajo, por lo menos… no sé por qué no llamaron antes de hacerlo – tiene el ceño fruncido y se nota muy molesto. El señor González solo se encoge de hombros, también parece preocupado -.

- No te pongas nerviosa – me dice Arturo, obligándome a apartar la atención de nuestros padres -, debes acostumbrarte a que te diga cosas lindas, estás con un romántico de corazón.

- Puedo darme cuenta de eso. Tal vez cometí un error... - al ver su cara de espanto, me río y le digo rápidamente -. Claro que no, sólo evita hacerlo frente a nuestros padres, por favor.

- De acuerdo, trataré de contenerme. Pero sabes lo que sucede cuando algo se acumula, ¿verdad?

-Cuando estemos solos, puedo tolerar todo el romanticismo que quieras – le sonrío y su mirada divertida hace que mi corazón salte de emoción. Es un ángel y es para mí -. Hasta yo podría serlo también.

Ríe negando con la cabeza ante mis palabras y siento que me derrito. Mejor me voy a preparar la placa del horno y lo enciendo, ahora viene la parte que me gusta, estirar la masa para hacer esta maravilla culinaria.

La pongo unos minutos al horno, con un poco de salsa de tomate sobre ella, luego la saco para poner todos los demás ingredientes. Arturo está super emocionado ayudando, se dedica a colocar los ingredientes de forma ordenada. Se ofrece él a poner las pizzas en el horno y me sirve un vaso de jugo.

Nuestros padres están ahora hablando en la terraza, y no los culpo. Con el horno encendido la casa se va vuelto una especie de horno para humanos, bebo feliz el jugo que mi pololo me ha servido… ay, en mi mente se escucha tan lindo “mi pololo”.

Cuando por fin están listas, las llevamos a la mesa donde ya se encuentran acomodados nuestros padres, al menos ya dejaron de hablar del trabajo y ahora se entretienen hablando de fútbol. Reparto un trozo generoso para cada uno y empezamos a comer.

El último en terminar es el señor González, menos mal que he preparado dos pizzas, al final nos hemos comido media pizza cada uno, pero el tamaño es de la placa de horno, así que es como una pizza familiar de una tienda famosa para cada uno… demasiada pizza, lo sé. Ha sido muy grato compartir con ellos, es primera vez que invitamos gente a la casa, y resultan ser mi pololo y su padre.

Entre toda la conversación, hemos llegado a nuestra naciente relación, y como menores de edad nos han puesto límites, sobre todo, desde el uso del teléfono hasta no quedarnos solos en la casa de ninguno. Mientras nuestros padres estén en el trabajo prometimos reunirnos en cualquier lugar extremadamente público. Esa es la preocupación del señor González sobre ese asunto, lo tranquilicé un poco:

- Señor González, créame, debe estar tranquilo. ¿Ha visto a los descarados de nuestra edad? Incluso en los lugares con más gente, hacen cosas bastante desagradables – pongo cara de asco, recordando algunas cosas desagradables que me ha tocado ver -. Para su tranquilidad me crio mi abuela materna, bien pudo ser monja o general en su vida pasada.

- Eso es cierto, Joaquín - me apoya muy calmado mi padre, creo que hasta divertido de su amigo-. Mi niña ha sido criada con un recelo extremo. Si puse los límites de teléfono es porque hoy le regalé su primer teléfono en la vida, ¿no te lo comenté cuando me ayudaste?

- La verdad, no - me mira como si fuera de otro mundo -. Creo que me quedo un poco más tranquilo.

- Papá, si dudabas de tu hijo – agrega Arturo, poniendo sus manos sobre las mías -, en Estella puedes tener toda la confianza que necesites.

Guau, por primera vez veo tanta confianza depositada en mí. Mi abuela no me tiene mucha y no la culpo. Una vez creyó que lo estaba haciendo bien pero su única hija la defraudó.

Luego de todos los sermones, más por parte del señor González, mi padre lo invita a la terraza otra vez. Arturo se queda conmigo para ayudarme a limpiar.

- Una de mis especialidades es lavar platos - lo miro incrédula, a qué chico de dieciséis años le gusta lavar platos -. Y no se me caen.

Suelto una carcajada, probablemente lo está haciendo para quedar bien, pero en la conversación de nuestros padres, alcanzo a escuchar al suyo:

- Es tan raro este chico, le encanta lavar platos. En la casa de su mamá se los pelea con la empleada.

Pues, bien, entre raros nos entendemos. Mientras yo limpio los restos, él los apila de forma muy ordenada y los pone en el fregadero. Guardo la bebida y los ingredientes que nos quedaron en el refrigerador, mañana haré algo rico con todo esto para el almuerzo. Mi padre ya vuelve a trabajar, así que empezamos con nuestra rutina.

Mientras me quedo sola por las mañanas, duermo un poco más y luego limpio la casa, a pesar de que a él no le gusta porque son mis vacaciones. Pero no puedo no hacer nada. Después le cocino algo rico, generalmente compramos los ingredientes el día antes, así era desde que mi abuela sólo viajaba para dejarme aquí y después se devolvía a Santiago. Supongo que no cambiará mucho, pero si podré salir sola a hacer las compras si faltara algo. Además, tengo a mi chico, con el que puedo quedar de vez en cuando en las mañanas.

Ya casi cumplo los diecisiete, el siguiente mes será mi cumpleaños y será diferente a todos los demás. Al parecer tendré más invitados que mi padre y mi abuela.

Cuando terminamos con la cocina, me abraza y me mira feliz. Se tiene que encorvar un poco para poder besarme, es tan dulce que haga eso. Una vez vi a un chico tratando de levantar a su enamorada para besarla, no me gustaba la idea de que eso me sucediera, es casi humillante. Estoy loca, lo sé...

Me toma la mano y nos unimos a la conversación.

- ¿Ya terminaste de lavar? - pregunta burlón el padre de Arturo -.

- Si, era muy poco.

- Mi suegra te amaría - dice mi padre. ¡Rayos, mi nana! Al ver mi cara, se ríe -. No sabe nada y prefiero que no se entere por un tiempo, si crees que te dará un sermón, a mí me va a tocar peor.

- Bruno, gracias por todo, pero ya nos tenemos que ir – dice el señor González -. Es tarde y mañana hay que trabajar.

- Me parece que el tiempo ha volado, estuvo todo muy agradable – dice mi padre, muy relajado -. Supongo que esto se repetirá más de lo que esperamos.

- Claro que sí - le estrecha la mano a mi padre -. Estella, eres una jovencita muy especial. No cambies.

Recibo un abrazo muy efusivo de su parte y alcanzo a ver la sonrisa de Arturo. Sabe que no estoy acostumbrada a estas muestras de cariño tan repentinas y seguidas.

- Ya papá, vamos. El señor Díaz y Estella deben estar cansados - se acerca y me abraza -.

- Dale un beso muchacho, como macho despidiendo a su dama. Yo no me voy a espantar.

- No quería faltarle el respeto – los dos estamos de color escarlata -.

- Para nada, es normal – mueve sus manos -. Yo sé lo que es pasar por eso, créeme, algún día te contaré y me entenderás.

Sonríe tímido y me besa. Si él no se siente incómodo con esto, yo me siento así por los dos. Pero sé a qué se refiere mi padre. Mientras estábamos solos, me dijo que quería que aprovechara el destello del primer amor lo más que pudiera, porque una vez que me vaya ya no será lo mismo. Y yo ruego que esta vez mi padre no tenga razón, que se equivoque tremendamente.

Los despedimos desde la puerta y ellos se van. Le doy las buenas noches a mi padre y me voy a mi habitación, estoy muy cansada, pero feliz. Este ha sido un día hermoso, es algo que no me esperaba, mucho menos en el primer día de llegada. 

Mientras me pongo el pijama, pienso en que esto será eterno, que el próximo año volveré y así será cada verano. Si sobrevivimos la universidad, esto puede llegar a más. O mejor aún, podemos estudiar en la misma universidad, así la distancia ya no sería un problema.

¡Hey, espera!, me digo de pronto. Recién lo conoces, no puedes hacerte planes de vida con alguien que con suerte sabes que le gusta la pizza y lavar platos. Ni siquiera sabes si quiere estudiar en la universidad en realidad, no sabes si esto seguirá lo que queda de vacaciones. 

Acostada en mi cama, me abrazo y me digo que, estando sola, puedo pensar y desear lo que sea, porque me hace feliz. Por primera vez soy feliz desde otro punto de vista y me gusta. No sabía que podía experimentar esto y se siente fabuloso, mi padre se lo ocultará a mi nana unos días, lo que me deja más tranquila de seguir feliz y soñando, despierta o dormida no importa, puedo soñar con un amor de verano o un amor para toda la vida. En mi mente y en mi corazón no existen límites.

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