El Príncipe Ladrón de Corazones
El Príncipe Ladrón de Corazones
Por: mvgg.escritora
PRÓLOGO.

Ser un heredero al trono, puede significar muchas cosas. Todas son igual de emocionantes hasta cierto punto. Poseer el título de heredero de la corona no es un documento legal que cualquiera sería inmoral para romperlo y quitarle dicho papel a alguien que, naturalmente se ganaba ese título por herencia familiar y no por un papel común y corriente.

Eric estaba con ese título representativo, y por muy ortodoxo que eso fuera a ser. Esto apenas le daba cierta ventaja, además de poseer un privilegio que todo príncipe, y futuro rey, debía poseer. Sin embargo, se debía tener en cuenta el más mínimo detalle sobre la corona la cual él iba a heredar tarde o temprano. Ya que antes de poseerla, él debía de consumar su unión con alguna chica de su edad. De lo contrario, el título nunca podría llegar a obtenerlo así nada más.

Aunque era una posibilidad, ya que había llegado al mundo como si fuera literalmente el primogénito más importante e influyente de la familia Dellanor. Y más que nada, era algo que debía ganarse después de cumplir la mayoría de edad.

En una situación tan importante como ésta, Eric tenía una posición económica bastante notable como cualquier familia de clase alta. Aunque muy a pesar de lo que realmente poseía, las riquezas de sus dos progenitores lo convertían en alguien destacable y de suma relevancia, ya que, recordemos que él nació bajo el título de príncipe. Por lo cual, debía comportarse como tal. Si es que así se le podría decir de cierto modo. Además de pertenecer a una familia de clase alta, no sólo tenía un documento que firmar. Es decir, no sólo estaba entre sus manos la futura herencia que, independientemente de la situación, él llegaría a tener y que heredaría por ser el único hijo de la familia Dellanor, un linaje que pasó exitosamente con esfuerzo, a ser una de las familias imperiales más queridas, respetables y admirables.

Y para su buena suerte, Eric tuvo una infancia bastante normal. De vez en cuando se podría decir que era un niño que gozaba de una buena educación logrando terminarla a nivel completo. Pero que, al intentar entrar en algunas instituciones prestigiosas, no todas aceptaban a un príncipe como él. No importaba cuánto dinero llegasen a entregar los padres del joven para que su hijo pudiera estudiar, aquello no iba a ser una tarea sencilla de ejecutar.

Afortunadamente, el joven se mantenía ocupado realizando algunas actividades como arte, música y desarrolló un gusto algo particular por el jazz, uno de los géneros musicales más importantes del siglo veinte. Agradecía tanto que su padre le haya compartido dicha música que él mismo llegaba a escuchar en su juventud.  Era como si los recuerdos comenzarán a hacerse presentes una vez más en su vida. Por otro lado, su madre también solía escuchar aquellos sencillos del género anteriormente mencionado.

Son buenos gustos, o bueno, hasta cierto punto.

Eric disfrutaba bastante de tener que escuchar aquellas melodiosas y armoniosas canciones en la radio. Le daba una paz y tranquilidad absoluta que lo hacía sonreír y a veces querer bailar. Y fue ahí donde comenzó a desarrollar su oído musical, y podría decirse que ése es un talento que él tiene y que no muchos conocían acerca de él.

(...)

Su suerte estaba a punto de cambiar cuando cumplió los diez años, ya que su madre había sido coronada como la reina Emilia Alejandra II de Dellanor. Por fin su progenitora obtendría la corona por ser la principal fuente de vital inspiración para su pequeño hijo. Al mismo tiempo en que la coronación tuvo lugar, se le hizo una fiesta sorpresa al pequeño Eric. Y todos comenzaron a celebrar ese día junto a él y sus padres.

Durante el crecimiento y desarrollo de Eric, el joven príncipe comenzaba a manifestar un tipo de comportamiento algo impropio de parte de alguien que había crecido bajo el seno de una familia de clase alta y con mucho poder económico. Su tiempo lo empezaba a dedicar viendo muchas películas de romance, y casi nunca se le veía hablando con nadie, ni siquiera cuando empezó la escuela. Los padres del pequeño casi nunca le prestaban la debida atención a estos comportamientos tan inusuales. Emilia, su madre, trató de hacerle compañía en cada una de sus “aventuras”. Y su padre, siempre procuraba alentar y aconsejar, de alguna manera, sobre ese tipo de situaciones. Eric aún era pequeño, pero no iba a ser un niño para siempre.

—Ven, hijo. —su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta el balcón principal.

—¿A dónde vamos, papá? —el pequeño se aferró de la mano de su padre.

El padre lo cargó y puso a su hijo sobre sus hombros para que mirara hacia adelante, se estaban dirigiendo hacia el balcón principal donde había una hermosa vista hacia la ciudad parisina. El pequeño Eric estaba asombrado con lo que estaba viendo, casi no se lo podía creer.

—Algún día… —dijo su padre. —y para cuando ya seas mayor, todo esto podrás verlo desde aquí. —el padre comenzó a sonreír después de mirar las luces.

—¿De verdad, papá? —el pequeño abrazó a su padre con tanta emoción, y su padre asintió.

—Así es. —se fueron de allí y ésa fue la última vez en que Eric vio el balcón de su padre.

En un momento así, Eric logró entenderlo todo con mucha prisa. Todavía estaba empezando a experimentar por su cuenta y, también por voluntad propia, los sentimientos no correspondidos por los cuales vive un adolescente de su edad, hasta que sus padres al intentar regañarlo en la mayoría de sus “rabietas”, optaron por darle la mejor opción; estudiar en una institución privada. Y aunque Eric no estaba seguro si le vendría bien estudiar en una, lo aceptó sin rechistar o en un caso así, ni siquiera intentaba negarse. Estaba de acuerdo.

Después de todo, Eric ya estaba en la edad idónea para estar estudiando en una institución, y no en cualquier institución. Sino que iba a ser en una de las mejores de la ciudad y eso provocó que Eric empezase a ganarse la popularidad que nunca deseó conseguir ni tampoco obtener gracias a su prestigiosa descendencia.

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