8:43 a.m.
Era una temprana mañana del día nueve de abril, en la cual un joven hombre nacido y bautizado bajo el nombre de Eric, perteneciente a la prestigiosa y ostentosa familia Dellanor. Este joven dormía plácidamente como cualquier otro hombre joven de su edad. Sin embargo, por pertenecer a una familia popular en la enorme ciudad y capital de Francia, París; éste tenía que haberse despertado unas tres horas antes.
—Mi señor, Eric, por décima vez se lo debo volver a repetir. —dijo la paciente y calmada voz de su fiel sirvienta Meredith. —Por favor ya despierte, su madre necesita verlo en la sala de estar en unos minutos. —continuó hablando pero el chico seguía sin ánimos de querer levantarse de la cama.
Y así estuvo por un buen rato. No quiso despertarse ni mucho menos, salir de su habitación. No fue sino hasta después de una media hora, que la madre del joven quiso intervenir y saber si su hijo se encontraba bien. Efectivamente, lo estaba. Pero él no quería levantarse de la cama debido a que cuando le movió un poco la sábana, notó que estaba intentando cubrirse, y la madre por instinto y preocupación se dio cuenta de que su hijo estaba enfermo.
Ante tal sorpresa, la madre llamó a un doctor y a una enfermera para que atendieran a su hijo.
—No es nada grave Su Majestad, su hijo sólo amaneció con fiebre y un poco de malestar. —explicó el doctor después de haber puesto un pañuelo con agua tibia en la frente del chico para nivelar un poco su temperatura corporal. —Su hijo sólo necesita descansar y tomar algunos jugos, preferiblemente cítricos. —le extendió un papel donde agregó los más recomendables para su consumo.
La mujer asintió, estando de acuerdo con darle aquellos jugos a su hijo. Le pagó al doctor y a la enfermera por haber venido y después de que se fueron, ella pudo estar más tranquila. Por otra parte, el padre del joven también se dió cuenta de que su hijo estaba enfermo. Y ayudó a su esposa, ambos son reyes; para darle el cuidado hasta que pudiera estar mejor de salud.
El chico apenas comía de lo que él mayordomo le traía y servía, puesto a que lo único que hacía era beber jugos y descansar, tal cual como se lo había dicho el doctor en ese momento. Hasta que, unos tres días pasaron y ya el chico estaba mejor, salía de su habitación y ahora tenía mucha más energía que antes.
Sus padres lo inscribieron en una institución para chicos de la alta realeza o, como se conoce de esa forma más vulgar; la institución de jóvenes con familias adineradas o de clase alta. El chico no tardó mucho en hacerse bastante conocido en aquella institución. Mucha fama recibió, y sin que él tuviera los ánimos de ganársela. Y ni hablar sobre su reputación que ya comenzaba a hacerse notar. El chico apenas tenía diecinueve años cuando empezó a estudiar el primer semestre en aquella institución.
Es normal que al principio no lograse adaptarse a las normativas, puesto a qué de vez en cuando lo regañaban. Pero eran regaños comunes, nada del otro mundo. Hasta que luego de haber cumplido una semana allí, logró ser el ejemplo a seguir en dicho lugar. Y como ya era como muy común en temas relacionados a la edad y la juventud, habían algunas chicas que no paraban de fijar su atención en él, era un chico algo popular y con pocos amigos.
Todo esto ya era muy obvio, él sin saberlo, ni tampoco quererlo, se ganó ésas atenciones y ésas miradas no deseadas.
—Qué destacable fama te ganaste. —Arthur lo miró con un gesto notable de evidente sorpresa, todavía seguía sorprendido.
—Oh, desde luego... tienes razón. —le respondió Eric con un notable desinterés, después de anotar una asignación que el profesor dejó escrita en el pizarrón. —Eso… de verdad suena genial. —continuó con la mirada puesta en su cuaderno sin mirarlo.
—No te hagas el sordo y dime si escuchaste todo lo que dije. —escupió su amigo con un aire de visible fastidio y aburrimiento.
Eric procedió a levantar la mirada y con un leve movimiento afirmativo con la cabeza, terminó de convencer a su amigo y compañero de clases de que efectivamente sí lo había escuchado hablar. Pese a que no le interesaba en lo absoluto hablar sobre el tema.
Desde que sus padres tuvieron la brillante idea de inscribirlo en ésta institución, mucho de su tiempo libre lo invertía y lo pasaba dibujando o escribiendo alguna palabra nueva que se le ocurría. El tener que realizar actividades físicas, o practicar algún deporte, no era lo suyo. Le encantaban los clubes de arte, dibujo y entretenimiento y eso, a sus padres ya les parecía raro. Pero no le dieron ni tomaron mucha importancia, eso a ellos les enorgullecía de igual manera.
—He entendido bien lo que me quieres decir, Art. —Eric no vaciló ni por un momento, estaba hablando con un tono serio. —Pero te agradecería que no lo digas así como así, no soy una celebridad ni alguien que deba ser catalogada como importante. —dijo de forma seria, conservando esa tranquilidad que ya pasó de ser algo común en él a ser una característica muy notable.
—Que inteligente respuesta, ahora puedo entender con mayor claridad porqué me agradas tanto. —dijo su amigo después de poner su mano en el hombro de Eric y mostrar una gran sonrisa.
Su amistad, más allá de ser algo simple y bueno para el joven Erik, no dejaba de creer que era algo en lo que debería de apoyarse.
Conforme iban pasando los días, su rutina no hacía más que hacer que su mente estuviera muy ocupada. Dedicaba ese tiempo a sus estudios, a sus pasatiempos y a sí mismo. Se hizo notar por ese simple estilo de vida que le gustaba llevar.
Los padres de Erik estaban aplaudiendo su nueva vida y sus pasatiempos, sin embargo; debajo de todo eso, se esforzaba por mantener escondida algo que comenzaba a sonar como una especie de eco. Y ése era el tema sobre su sexualidad. Nadie tenía por qué hablar con él sobre ese tema en particular, y nadie tenía por qué pregúntarselo de esa manera tan indiscreta. Ya que, la sexualidad de cada persona era un tema tan diferente como ambiguo. Seguir el protocolo de mantenerse tranquilo y callado, para no decirlo, ya podría considerarse como un privilegio que muy pocos, y si es que así se podría decir, solían utilizar.En el interior de cada pasillo de la institución donde el príncipe se hacía notar con su presencia, miraba con una felicidad que nadie más entendía, excepto él y eso fue una pila de libros relacionado a su tema favorito.Aceptando y admitiendo para sí mismo su creciente amor y, también apreciación, notable afán por los libros es que todo aquello es que fue totalmente verdad. Erik con el permiso del bibliotecario, se llevó aproximadamente diez libros. Y esto, ya no era un secreto para nadie; a ese chico le encantaba leer.—Vaya, vaya… —su amigo se sorprendió al ver los libros que él muchacho tenía en un cajón. —No recuerdo que la maestra nos haya asignado ni pedido leer todo esto. —bromeó sarc&
Durante la primera hora de clase, Erik estaba prestando atención a lo que decía el profesor. El chico estaba sentado en la primera fila a la derecha, y Arthur curiosamente estaba detrás de él. Aprovechando que el profesor estaba de espaldas, es cuando Arthur comienza a tocar la espalda y la nuca de Erik, y él se estaba empezando a dar cuenta de lo que estaba haciendo su compañero. Y que por hacer eso, podía decirle a modo de regaño que dejara de toquetearle en público, aunque para su buena suerte, nadie les estaba mirando. Todos estaban prestando atención a la clase.La clase culminó y finalmente ambos chicos se fueron a la biblioteca para tener uno de sus momentos más íntimos. En ese preciso instante, y como si fuera algo que fuera producto de la casualidad o del mismo destino, habían algunas pe
Comenzó a amanecer en ese momento y Arthur estaba con la mirada puesta sobre la ventana, estaba notando con un particular asombro lo que el cielo estaba haciendo. Y mientras estaba abrazado de Erik, fue donde el ambiente comenzó a convertirse lentamente en uno bastante romántico. Entre los besos y las suaves caricias que ambos chicos se daban entre ellos, fue justo cuando Arthur aprovechaba la oportunidad de acurrucarse en el regazo de Erik. Y de repente, un pequeño sonido proveniente de los labios de Erik, despertó y preocupó a Arthur.—¿Qué te ocurre? —Arthur le da suaves golpecitos en la mejilla, estaba intentando despertarlo, desafortunadamente sin éxito alguno. —Erik, por favor, respóndeme. —continuó dándole dichos golpecitos para reanimarlo. Arthur comenzaba a ver y notar que Erik no estaba cómodo con lo que acababa de pasar, y por supuesto que esto le dio a entender de qué debía hacer algo cuanto antes. De forma sabia, Erik aprendió a mantenerse a raya, consiguiendo convencerse a sí mismo de que nada estaba pasando, de manera exitosa logró disimular lo suficiente, pero esto no parecía convencer a Arthur. Aquello fue algo que tomó por sorpresa a Arzhel, debido a que él siendo un inexperto en temas de detectar las tensiones en el ambiente, no sabía si ayudar, interferir o dejarlo pasar. Tomó la última decisión, no sabía qué hacer y, de manera algo justa, prefirió y decidió no entrometerse. —Bueno, creo que a tu amigo no le agradó lo que acaba de suceder entre nosotros. —Arzhel miró a Arthur, quién se encoge de hombros, confundido por lo que acababa de pasar.CAPÍTULO 4. (PARTE 2)
Ser un heredero al trono, puede significar muchas cosas. Todas son igual de emocionantes hasta cierto punto. Poseer el título de heredero de la corona no es un documento legal que cualquiera sería inmoral para romperlo y quitarle dicho papel a alguien que, naturalmente se ganaba ese título por herencia familiar y no por un papel común y corriente. Eric estaba con ese título representativo, y por muy ortodoxo que eso fuera a ser. Esto apenas le daba cierta ventaja, además de poseer un privilegio que todo príncipe, y futuro rey, debía poseer. Sin embargo, se debía tener en cuenta el más mínimo detalle sobre la corona la cual él iba a heredar tarde o temprano. Ya que antes de poseerla, él debía de consumar su unión con alguna chica de su edad. De lo contrario, el título nunca podría llegar a obtenerlo así nada más. Aunque era una po