El Pecado Del CEO
El Pecado Del CEO
Por: Kleo M. Soto
Epígrafe

—Esto no puede seguir así señorita Hilton —espeta con firmeza el profesor Robert. 

Un hombre de cuarenta años, alto, atleta, de cabello crespo Azabache. Imparte una de las materias que más me gustan; dibujo arquitectónico. Revisa a detalle cada una de las hojas marcadas con tinta roja en donde remarca mis errores en la última prueba de teoría. Me parece ilógico que todo el drama sea por una m*****a décima.

Comienzo a mover el pie izquierdo con impaciencia, haciendo un sonoro e irritable "tic" sobre el mármol blanco de su oficina. Levanta la mirada lanzándome una advertencia en silencio y dejo de hacerlo. Es mi profesor favorito, desde el inicio de clases en Lesley University, h**o una conexión entre los dos, de docente a alumna estrella ¿En qué momento pasamos a esto? Hasta hace apenas una semana mis calificaciones eran sobre +A, soy inteligente, no alardeo, estudié mucho, no entiendo qué pasó.

Tuerce la boca cuando repasa rápido la última hoja dejándola sobre su escritorio, junta sus manos y se inclina hacia adelante. 

—Tenemos que arreglar esto —dice—. ¿Sabes lo que pasará con una mancha así en tu historial cuando busques trabajo? 

Me indica que tome asiento, eso hago, los pliegues de mi falda se levantan mostrando mis muslos desnudos, no me doy cuenta de ello de no ser por sus ojos avellana que me dan aviso, bajo mi falda a su carraspeo. 

—Como te mencionaba —continúa—. Eres la mejor alumna de mi clase, de la escuela, tienes o mejor dicho, tenías un historial implacable hasta ahora, Anastasia James te lleva la delantera. 

«Esa m*****a zorra»

Anastasia James es una pelinegra con la que llevo haciendo competencia desde los cinco años, tipo si ella tenía una fiesta de pijamas, yo hacía la mejor superándola por mucho, uno de mis grandes defectos es que soy competitiva, es idiota, pero este hombre que me dobla la edad, me ha picado y ahora estoy interesada en hacer todo por volver a mi puesto de nerd estrella. 

—¿Qué puedo hacer para subir de promedio? —inquiero.

No me gusta irme por las ramas, soy directa y honesta con lo que quiero. Un brillo de malicia destella de sus pupilas y se aclara la garganta recargando su espalda sobre el respaldo de su silla giratoria de cuero negro. 

—Eres una chica inteligente, tienes el mundo a tus pies, lo mismo que hermosa —enfatiza dejándome con la boca abierta—. No le he entregado las calificaciones finales a la directora, por lo que se pueden hacer cambios a tiempo. 

Una pequeña luz al final del túnel se me presenta, la puerta a una nueva oportunidad se abre y relajo los hombros. 

—¿Qué tengo que hacer? —la pregunta brota con sofoco, repitiendo. 

Sus ojos se clavan en los míos, me evalúa en silencio, emite un extraño y ronco sonido desde el fondo de su garganta. 

—Si es un trabajo extra... 

—Ven —demanda—. Acércate. 

Frunzo el ceño, sin embargo, lo hago, de tres zancadas mermo el espacio que hay entre los dos. Lo miro y parece que ha retenido la respiración, estira su mano en mi dirección, toma la mía, su tacto me causa un escalofrío que recorre mi espina dorsal. 

—Encuentro un tanto hostil esta situación —carraspeo apartando mi mano, pero de último momento lo impide ejerciendo fuerza en su agarre. 

—Voy a ser directo —arguye.

Jala más y nuestros rostros quedan a pocos centímetros lanzando en mi interior todas las alarmas. Su aliento mentolado choca con furia contra mis labios y su loción costosa me pica la nariz.

—Podrías ser atenta y cariñosa con tu profesor favorito —musita con un deje de voz melosa—. Hacer algo por mí a cambio de devolverte el primer lugar. 

Me congelo, algo en mi pecho se fractura, decepción, miedo, terror, todo se dirige como enorme bola de nieve a punto de aplastar mis creencias morales, dirige mi mano hacia su pecho y va guiándome hasta la bragueta de su pantalón vaquero color caqui. 

—Me parece que esto se ha salido de contexto —recupero mi voz—. Le pido de favor que me suelte. 

No lo hace, sus ojos se convierten en dos esferas llameantes que desatan la rabia mezclada con la lujuria y la lascivia con la que detalla mis piernas y mi pecho. 

—Oh, no, no me equivoco —tira de mi brazo hasta que me estrecha contra su pecho, me acorrala—. Todos estos años me di cuenta de las señales, te gusto y tú me gustas. 

«Maldito enfermo, jodida situación»

—No... 

—Puedes tener todo, solo necesitas... 

Me aparta y me relajo, se desabrocha el cinturón y saca su asqueroso pedazo de carne, el ácido estomacal se sube por mi garganta, tenso el cuerpo dejando que el enfado y la indignación, se apoderen de mí. No hay miedo, no me hago un ovillo, siempre le he dado cara a mis problemas, soy fuerte, lo he sido desde que mamá murió. 

«Este viejo degenerado no me va a amenazar a mí, a Everly Hilton»

—Sabes qué hacer, nena —se agita. 

Odio la palabra "nena" 

—Por supuesto —afirmo con lentitud. 

Dejo caer mi bolso al suelo, recojo mi cabello hacia un lado y me arrodillo frente a él sonriendo, aplicando un intenso coqueteo de miradas, me inclino hacia adelante metiendo mi mano en uno de los bolsillos de mi falda, alzo el mentón, su expresión es de mera demencia sexual, como el depravado que admira a su presa, el León a la gacela. 

—Hazlo, Eve, hazlo —me incita. 

«Odio que me digan Eve» asqueroso y repugnante. 

Le regalo la última sonrisa que verá en mi rostro, porque de esta no sale, pienso decirle a papi para que lo meta a la cárcel, saliendo de aquí. Saco mi pequeño paralizador eléctrico; cortesía de mi Daddy el año pasado, y justo al ver que acerco mi boca a su miembro, le regalo un guiño. 

—Que malo eres profesor —rio—. Que degenerado y estúpido me saliste. 

Su rostro se queda en blanco asimilando mis palabras, demasiado tarde, porque dirijo el paralizador hacia su asqueroso y pequeño miembro, regalándole una descarga de electricidad que lo hace chillar como niña. 

—¡Maldita hija de perra! —brama el hombre. 

Me empuja y caigo de bruces, sin embargo, logro ponerme de pie observando con triunfo como se dobla del dolor al otro extremo del escritorio. 

—¡Yo que tú recogía mis cosas y me preparaba para…! 

—No profesor, yo que usted iba solicitando apoyo de un abogado, porque lo voy a acusar con mi Daddy y no vamos a parar hasta que pague por lo que me pidió hacer —le amenazo. 

—Es tu palabra contra la mía —refuta.

—Exacto —apunto—. La palabra de un profesor divorciado y alcohólico, un simple docente, contra la hija de uno de los hombres más ricos y poderosos del país, una alumna ejemplar. 

Su rostro palidece. 

—Nos veremos en la corte, bastardo acosador —le enseño el dedo corazón y salgo enfurecida de su oficina. 

Las clases habían terminado hace dos horas, subo a mi auto y piso el acelerador huyendo lo más rápido de ahí. Al llegar a casa siento que puedo volver a respirar, mi lugar seguro es donde esté mi padre, mi única familia. Entro, los hombres de seguridad realizan sus monótonos rondines alrededor de la mansión, pienso en subir a mi habitación, darme una larga ducha cuando un olor dulzón inunda mis fosas nasales. 

—¡Acabas de hacer trampa, Zaid! 

La exclamación de una voz femenina me frena al pisar los primeros peldaños de las escaleras. 

—¡Soy el rey! —grita mi papá eufórico y... 

Espera ¿eso que escucho es una risa? Un espasmo que se siente como una patada en el vientre, me acojona, desde que murió mamá de cáncer hace quince años, no he vuelto a escuchar su risa sincera, los recuerdos me hacen revivir momentos que prefiero dejar enterrados en el pasado, donde pertenecen, y a paso apresurado voy hasta la estancia principal. 

—Pero yo soy tu reina. 

El murmuro femenino al otro lado de la puerta me retiene la respiración, nubla mi vista y las mejillas me arden. Abro la puerta y... 

—Joder —bufo.

Mi padre se aparta de la mujer que está abrazando, sus ojos, de un azul más intenso que los míos se abren como platos, no obstante mi atención no está en él, sino en la mujer de ojos azul celeste y cabello oscuro sentada sobre sus piernas, rodeando sus hombros con su brazo, la cercanía, el ambiente, la manera en la que se tocan... No soy idiota, sé desde ya, sé que son algo.  

—Cariño —habla mi padre con un hilo de voz. 

—¿Daddy? —murmuro con desconfianza. 

No hace nada por quitarse a la mujer de encima, tampoco hago nada por echarla o portarme como una perra, aunque mi pulso se acelera, la boca se me seca, y solo puedo escuchar las últimas palabras que salen de la boca de papá:

—Cariño, tenemos que hablar. 

«Oh, claro que sí, tenemos que hablar»

—Ella es Analy, una vieja amiga.

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