VictoriaEl día de mi partida había llegado, por fin volvería a ver a mi familia materna, aun así, mis sentimientos habían cambiado, poco quedaba de aquella niña que había llegado a este país hace cinco años, muchas cosas hermosas y dolorosas quedaban en el camino recorrido. Dejar mi país por primera vez había sido muy difícil para mí. Había querido tanto a mi familia y ahora, a pocas horas de volver a verlos, me invadían sentimientos encontrados. La belleza de esta tierra y de sus gentes, la belleza de su cultura y sus tradiciones, su amabilidad y su paciencia, todo eso eran verdaderos tesoros y regalos que no perdería si me marchaba para siempre.Ethan, su esencia, viajaba conmigo, él había sido mío y yo no lo valoré en su momento. Muchas veces me sentí tentada de ir a llevarle flores, pero Eleonor me había dicho que no fuera al mausoleo, ahí ya no estaba su hijo.Abrí nuevamente el álbum de fotos que me había obsequiado Emily, la nostalgia volvió a tocar mi puerta. Todo me parecía t
Es impresionante lo rápido que pasa el tiempo, y cómo se lleva consigo todo lo que va dejándose atrás. Cuánta razón tenía mi abuela al decir “que el tiempo se disuelve como agua entre las manos”. En aquel entonces no lo creía así. Luego aprendería también con el tiempo, que el dolor y el miedo a lo desconocido te enseñan a ser fuerte. Las sombras y los huecos en mi cabeza persisten, no planean abandonarme. Continúan ahí. Aun así, atesoro la esperanza de liberarme de este pesar, aferrándome al hecho de que nada dura para siempre. La señorita Rebeca, mi psicóloga, me repite constantemente que todos necesitamos algo de tiempo para reencontrarnos. Pero es difícil tener un corazón dispuesto cuando hasta los amigos parecen herirte. Es ahí cuando me hundo y las penumbras regresan. Dejo salir mi espíritu de supervivencia y me aferro a la ilusión, de que, en medio del abismo, en un rincón de mi mente, podré verlo. Adrián, el hombre que solamente existe cuando me entrego a los brazos del sue
Tenía casi trece años de edad cuando mi padre decidió enviarme, lejos de casa, a un internado en Canadá. Recuerdo que, en vísperas de mi partida, mis abuelos maternos discutían con mi padre en el despacho. La voz que más se hacía sentir era la mi abuela Esther. Aún puedo ver sus lágrimas llenas de impotencia y dolor por la decisión que había tomado su yerno; esa imagen siempre ha estado presente en mis recuerdos, y no creo que nunca se borre, al igual que los detalles de esa mañana cuando los vi llegar desde la ventana de mi habitación, quizás porque en mi interior sabía qué pasarían años para volverlos a ver. Ese dolor aún está latente y revive al evocar los fragmentos de la escena: cada frase que salía de aquella disputa, la angustia en las miradas de mis abuelos chocando con la frialdad de mi padre. Aprendí en ese instante que las palabras tienen el poder de herir. A pesar de que hablaban a puerta cerrada, podía captar nítidamente cada sonido; siempre tuve un oído agudo, habilidad
Mi llegada a Canadá fue traumática; a pesar de que Vancouver era una ciudad muy bella, mi estado de ánimo no me había permitido admirarla, durante todo el viaje no había hecho más que llorar, hasta el punto de que de mis ojos ardían. Lo primero que hizo mi padre al llegar fue ir directamente a la casa del tío Gustavo, quien nos recibió con los brazos abiertos. —¡Qué grande estás, Victoria! —manifestó con asombro al tiempo que nos conducía hacia el interior de su casa. Le sonreí por cortesía —ya verás que te va a gustar vivir aquí, puedes decirme tío abuelo Gustavo —continuó manifestándome su emoción, sentimiento que me hubiese gustado corresponder.Permanecí callada ante sus comentarios, repitiéndome, una y otra vez, que solo serían cinco años. Me había mentalizado que al cumplir la mayoría de edad nada ni nadie me detendrían de volver al lado de mis abuelos. Luego de un breve momento entró a la sala, Andrea, la esposa del tío Gustavo, sosteniendo una bandeja con galletas. Su aspecto
La habitación era grande e impecable; de color blanco. Había varios cuadros religiosos de colores pálidos que hacían juego con la decoración del espacio, estos se encontraban pendidos a lo largo y ancho. Aquella blancura amenazaba con dejarme ciega de un momento a otro. Suspiré y caminé buscando un color fuerte que contrarrestara lo inmaculado. Necesitaba con apremio sentir vida en aquellas cuatro paredes, mientras inspeccionaba mi nueva habitación me percaté de la ventana con balcón, fui directo a ella. La vista era agradable, se podían ver los árboles y el cielo; el internado estaba rodeado de extensos jardines, la dulce y suave caricia del viento no faltaba. En eso observé otro edificio, separado por el jardín, que quedaba justo al frente del mío. Mi curiosidad entró en receso cuando la madre Caridad irrumpió en la alcoba (ese era el nombre de la religiosa que nos había recibido) Al entrar se dio cuenta de lo que estaba mirando, por lo que de inmediato dijo: Esa edificación alberga
La mañana siguiente me fue más fácil despertar. En cambio, a Emily tuve que sacudirla una y otra vez para que se levantara, la pobre balbuceaba entre quejidos que la dejara dormir. Esa noche mis pesadillas tampoco aparecieron, lo que me hizo pensar que quizás el cambio de ambiente había bloqueado de cierto modo los episodios nocturnos y extraños de mi vida, y que el tener la mente ocupada me había ayudado. Me dirigí al baño y me arreglé como el día anterior. Cuando salí vi como mi compañera se arrastraba hasta el armario para buscar su uniforme y arreglarse, por lo que no me quedó de otra que ayudarla a alistarse.Salimos casi corriendo para llegar a la formación. Por suerte llegamos a tiempo, nos reincorporamos en la fila y esperamos la orden para entrar a las aulas. Ya dentro del salón Emily quiso saber quién era Margot.—No te voy a decir —le susurré –. Tú misma te darás cuenta.Y fue así. Cuando nos dirigíamos a nuestros puestos, Margot nos alcanzó junto a sus dos inseparables am
El fin de semana había llegado junto a la brisa del verano, mientras observaba desde la ventana cuando venían a buscar a los estudiantes. Emily se me unió. —Hoy no saldremos, pero nos quedan muchos fines de semana por disfrutar, ¿no lo crees? —dijo para subirme el ánimo. —Realmente me da igual salir o quedarme encerrada aquí —contesté con apatía. Ella me observó con rareza. —¿Victoria, se puede saber de qué planeta eres tú? ¡Cómo que te da igual! ¿Acaso no quieres conocer mejor la ciudad?— cuando iba a contestar sonó la puerta. Emily salió disparada a ver quién era. En cambio, yo no presté atención, pues en verdad no me importaba saber quién tocaba. —Victoria— me llamó Emily. Giré hacia ella—. Tu familia vino y la mía también— la noticia no me gustó. Lo que menos quería en ese momento era ver a mi tío abuelo. —¡No es que estamos castigadas! —Victoria, una cosa es que no nos dejen salir, y otra muy distinta es que ellos vengan para saber lo que pasó. Así que arréglate para ir a e
Los días siguientes fueron tranquilos. Lo aproveché al máximo y adelanté tareas e investigaciones. Andrea me llamaba de vez en cuando para saber de mí y ponerme al corriente de la coartada que inventó para engañar a mi padre. Al menos mis tíos me estaban demostrando que no eran carceleros, y estaban poniendo su grano de arena para que yo no la pasara tan mal, ganándose mi confianza.El domingo por la noche mientras arreglaba todo para el día siguiente me volvieron a invadir los recuerdos. Definitivamente, no podía sacudirme de la memoria aquellas palabras: ¿Por qué mi abuela le había dicho a mi papá que no me temiera? Por más que le daba vueltas al asunto, no lograba ver el motivo oculto detrás de esa frase.—Victoria, estoy hablando contigo—me tocó Emily, logrando que perdiese el hilo de mis pensamientos.—¡Disculpa!—Sé que me dijiste que no hablabas mucho, pero lo que no me aclaraste es que te perdías en el espacio de vez en cuando —comentó un tanto divertido. Yo la miré por un ins