La habitación era grande e impecable; de color blanco. Había varios cuadros religiosos de colores pálidos que hacían juego con la decoración del espacio, estos se encontraban pendidos a lo largo y ancho. Aquella blancura amenazaba con dejarme ciega de un momento a otro. Suspiré y caminé buscando un color fuerte que contrarrestara lo inmaculado. Necesitaba con apremio sentir vida en aquellas cuatro paredes, mientras inspeccionaba mi nueva habitación me percaté de la ventana con balcón, fui directo a ella. La vista era agradable, se podían ver los árboles y el cielo; el internado estaba rodeado de extensos jardines, la dulce y suave caricia del viento no faltaba. En eso observé otro edificio, separado por el jardín, que quedaba justo al frente del mío. Mi curiosidad entró en receso cuando la madre Caridad irrumpió en la alcoba (ese era el nombre de la religiosa que nos había recibido) Al entrar se dio cuenta de lo que estaba mirando, por lo que de inmediato dijo: Esa edificación alberga el dormitorio de los caballeros, y está terminantemente prohibido que las señoritas se acerquen.
—¿Ellos compartirán clases con nosotras? –le dije por simple curiosidad, por suponer que eso es lo primero que se pregunta en estos casos.
—No. Los caballeros tienen su espacio al igual que ustedes. El único momento en el que ambos grupos se pueden mezclar es en las actividades extracurriculares y en las misas –puntualizó. Entendí que el internado era estricto en muchos aspectos.
Al concluir la magia que sentí por la vista que ofrecía la ventana, me di cuenta de un gran detalle que me alteró: en la habitación no había una sola cama, sino dos; al igual que dos escritorios y dos armarios. Eso no me gustó. Significaba que no estaría sola, y que iba a tener que compartir mi espacio privado con una extraña.
—¡Perfecto! ¡Esto era lo que me faltaba!
—Te dejo para que descanses y te familiarices con tu nuevo dormitorio —dijo la madre Caridad sacándome de mis pensamientos— ¡Ah! —, prosiguió —se me olvidaba informarte, tu compañera de cuarto llega mañana y los uniformes están en el armario. El tuyo es el del lado izquierdo —le sonreí por cortesía como siempre procedía cuando no quería hablar, luego la monja se marchó y me dispuse a desempacar. Mientras lo hacía pensaba en mi familia y en cómo sería la intrusa que tendría que soportar.
Las horas corrieron rápido; la noche llegó sin darme cuenta. Estaba exhausta del viaje, así que me recosté y en cuestión de minutos quedé dormida profundamente. Por primera vez en mucho tiempo no tuve pesadillas.
***
El reloj sonó a las 6:00 a.m. Giré hacia la pared y vi en letras bien claras las instrucciones que la religiosa habían colocado. Una de ellas era: el reloj suena a las seis para prepararse. Hice un esfuerzo para levantarme, pero una vez en el baño, en cuestión de minutos, ya estaba casi lista. Me miré al espejo. El uniforme no me pareció tan desagradable, la falda plisada era de cuadros, de colores negro y gris claro; la camisa blanca, de manga larga, y sobre esta un blazer negro, mostrando en su lado izquierdo la insignia del internado “Sagrado Corazón de Jesús.” Lo único que consideré que desencajaba era la corbata de color gris que complementaba el atuendo.
—Bien, Victoria —me dije frente al espejo — ¡Es hora de colocarse la armadura para enfrentar lo que te espera afuera!
Terminé de alistarme. Me coloqué unas medias térmicas que hacían juego con la falda y finalmente los zapatos negros. Ya vestida me dirigí a la mesa de noche para buscar la esclava que mi abuela me había dado antes de partir; en eso sonó la puerta, mi corazón se aceleró, desapareciendo en mí todo indicio de valentía, me calmé y caminé hacia la puerta. Al abrirla me encontré con el rostro de una dama, que aparentaba unos treinta y dos años de edad, que no usaba hábitos. Sentí una extraña conexión con la dama, al punto de experimentar una reconfortable sensación de alivio que inundó todo dentro de mí, y al parecer era mutuo.
—¡Hola, Victoria! Vine a ver si estabas lista.
—Sí, ya lo estoy.
—Parece que te costó levantarte, ya casi todas las estudiantes están en la formación. Debes apurarte, no querrás andar perdida en tu primer día de clases, ¿o sí?
—No —contesté con un hilo de voz.
—No te preocupes querida, ningún comienzo es fácil. Ya te acostumbrarás —. De verdad que necesitaba esas palabras de apoyo. Tomé el morral y me fui con ella.
Estaba tan nerviosa que mis piernas temblaban; caminaba sin decir una sola palabra y mi acompañante se limitaba a sonreírme, hasta que llegamos al patio. Ella no había mentido, todo estaba repleto de estudiantes.
—Bien Victoria, es aquí —. Luego miró mi rostro y notando mi temor volvió a regalarme una sonrisa.
—Cálmate ¿No sabes que los retos nos hacen más fuertes? Lo que no te hiere a muerte, definitivamente te fortalece —Tales palabras me infundieron valor, pero yo no quería en ese momento ser más fuerte, y era la segunda persona después de mi abuela que me lo decía.
—Por cierto, qué mal educada soy –dijo llevándose la mano derecha a la frente mientras movía levemente la cabeza en forma de negación. —Mi nombre es Rebeca—. Seguidamente, tocó mi mano para reconfortarme y me dijo: —Victoria, incorpórate. Estás en el tercer grupo, ¡suerte! —le tomé la palabra y me puse en marcha hacia el patio donde varios maestros y monjas nos daban la bienvenida. Era tanto lo desorientada y fuera de lugar que me sentía que por accidente tropecé con otra chica.
—¿Estás ciega? —rezongó con arrogancia.
—Disculpa, no fue mi intención—, pero ella continuó con su mala educación y de respuesta, obtuve una mirada despectiva, y otras palabras.
—La próxima vez fíjate por donde caminas —no contesté nada, aunque deseé tomarla por los cabellos y lanzarla al piso por grosera. Era evidente que se trataba de una niña mimada.
Después del protocolo y el acto de bienvenida nos llevaron a las aulas. Al entrar recibí la primera sorpresa del día, y es que la odiosa chica que tropecé, y sus amigas, estaban en la misma clase. Tenía que aceptarlo ¡Yo estaba marcada por la mala suerte! Entré y me senté ignorando todo a mi alrededor y concentrándome solo en lo que decía la profesora, hasta que recordé que me aguardaba otra sorpresa: hoy llegaba mi compañera de cuarto. Me encontraba tan seriamente pensando en esto que parece ser que no escuché cuando la profesora me preguntó mi nombre. Lo supe así cuando volví a oír la petulante voz de aquella chica:
—Aparte de ciega, ¿eres sorda? —sus amigas comenzaron a burlarse por el comentario.
—¡Silencio! –gritó la profesora —. Señorita Margot, ese no es motivo para hacer chistes —luego refiriéndose a mí: —Y usted jovencita, debes estar más pendiente cuando se le habla.
—Disculpé profesora, no volverá a ocurrir.
La profesora dio la espalda y se dispuso a escribir. En eso giré a mirar a Margot, ella hizo lo mismo. No se podía negar que era bonita, pero toda esa belleza se empeñaba por lo increíblemente insoportable que podía ser.
El día transcurrió tranquilo luego del problema; las clases habían hecho que olvidara de momento mis preocupaciones. Al concluir la jornada nos dieron permiso para retirarnos a nuestras habitaciones. Me di cuenta de que muchas optaban por quedarse en el patio a conversar y otras se iban a la biblioteca. Particularmente, como no había hecho amigas, preferí subir a mi dormitorio. Mientras caminaba, Rebeca me alcanzó:
—¿Cómo estuvo tu clase?
—Aún estoy viva —le contesté, causándole risa mi respuesta.
—Vaya, por lo menos ya está empezando a aflorar tu sentido del humor. Y dime, ¿tan rápido vas a tu cuarto?
—Sí, aún estoy un poco cansada por el viaje.
Rebeca me miró por un instante y al igual que mi tío Andrés descubrió lo que escondía mi mente en ese momento.
—No te preocupes, ya tendrás amigas –y como si estuviera acordándose de algo repentinamente, añadió: —Es más, ya tienes una; claro, aunque ya no soy una jovencita —dijo en tono juguetón para luego sugerir: — ¿Qué te parece si mejor damos un paseo por los alrededores del internado? —asentí con la cabeza y una vez más la seguí.
El paseo se me hizo agradable en compañía de Rebeca. Hablamos de todo un poco. Al cabo de un tiempo Rebeca vio su reloj.
—¡Vaya! Qué rápido se va el tiempo.
—Sí, yo pienso lo mismo. Desde que llegué aquí los minutos y segundos vuelan.
—Victoria, te tengo que dejar. Una obligación pendiente requiere mi presencia inmediata, pero luego continuaremos con nuestras pláticas.
Llegamos hasta el pasillo y tomamos rutas diferentes. Subí las escaleras y saqué las llaves de la habitación. Cuando llegué a la puerta oí ruidos, y entonces recordé que hoy llegaba mi compañera. El paseo había logrado que lo olvidara por completo. Introduje las llaves y abrí lentamente. En efecto, ante mis ojos estaba la persona con la que compartiría, el que debió ser solo mi espacio. Ella yacía de espalda sacando la ropa de su equipaje y tarareando una canción, al parecer no se había dado cuenta de mi presencia: —mejor—reflexioné. Quizás de tanto desear ser invisible ya lo era; pero mi emoción duró poco al darme cuenta de que bajo su larga cabellera sobresalían los cables de un MP3, y que por eso era que no se percató de mí.
Traté de seguir pasando desapercibida; entonces ella giró quedando frente a mí. Ahí pude verle el rostro, y al hacer contacto visual, mi autoestima, que ya era baja, se hundió en el subsuelo. Se trataba de una muchacha muy bella. Tenía el cabello rubio, cobrizo, de rulos perfectos que le caían a mitad de la espalda; y sus ojos eran grandes y verdes. Si Margot que no era fea resultaba insoportable ¡No quería imaginar la clase de demonio engreído que sería esta chica! Y de verdad no deseaba más demonios en mi vida, con los que veía en mis pesadillas ya era suficiente.
Me incomodaba sobremanera la forma en cómo mi compañera de cuarto me miraba.
—Me gusta el color azul de tus ojos, son diferentes y bastante intensos.
—Gracias, los tuyos también son bonitos —respondí casi en murmullo.
—¿Eres extranjera? Tu acento es diferente.
—Sí —. Seguí con las respuestas cortas.
—Siempre me ha llamado la atención el cabello negro ¡Y tú lo tienes perfecto! —. Al parecer me había precipitado en juzgarla, esta chica no había resultado ser tan odiosa como Margot, pero de igual manera tenía que andar prevenida, no sabía si era una táctica.
—No hablas mucho, ¿verdad?
—Muy poco.
—Entonces estaremos en equilibrio, créeme ¡Yo hablo en exceso!
Esta vez me adelanté y me presenté formalmente. Si íbamos a estar en la misma habitación tenía que hacer un esfuerzo para llevarnos bien.
—Me llamo Victoria Montesinos. Bienvenida...
Era la primera vez en mi vida que le daba la bienvenida a alguien. Esas palabras se sentían tan extrañas en mi boca.
—Gracias, Victoria, mi nombre es Emily. ¡Qué alivio me da que seas tú mi compañera de habitación! Y no una de esas niñas mimadas e insoportables que vi en el patio. Eso me tenía en verdad preocupada. Hasta te imaginaba así, odiosa y petulante —. Cuando Emily pronunció esas palabras no pude contener las risas.
—¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? —me preguntó extrañada por mi reacción.
—Es que pensé lo mismo de ti — también se echó a reír ante mi confesión —aunque debo decirte que ya me topé con una, y está en nuestra clase —.
—Espero que no se meta conmigo, porque le faltaría a la promesa que le hice a mi mamá de portarme bien.
Nos volvimos a reír aliviadas de descubrir que éramos compatibles.
La mañana siguiente me fue más fácil despertar. En cambio, a Emily tuve que sacudirla una y otra vez para que se levantara, la pobre balbuceaba entre quejidos que la dejara dormir. Esa noche mis pesadillas tampoco aparecieron, lo que me hizo pensar que quizás el cambio de ambiente había bloqueado de cierto modo los episodios nocturnos y extraños de mi vida, y que el tener la mente ocupada me había ayudado. Me dirigí al baño y me arreglé como el día anterior. Cuando salí vi como mi compañera se arrastraba hasta el armario para buscar su uniforme y arreglarse, por lo que no me quedó de otra que ayudarla a alistarse.Salimos casi corriendo para llegar a la formación. Por suerte llegamos a tiempo, nos reincorporamos en la fila y esperamos la orden para entrar a las aulas. Ya dentro del salón Emily quiso saber quién era Margot.—No te voy a decir —le susurré –. Tú misma te darás cuenta.Y fue así. Cuando nos dirigíamos a nuestros puestos, Margot nos alcanzó junto a sus dos inseparables am
El fin de semana había llegado junto a la brisa del verano, mientras observaba desde la ventana cuando venían a buscar a los estudiantes. Emily se me unió. —Hoy no saldremos, pero nos quedan muchos fines de semana por disfrutar, ¿no lo crees? —dijo para subirme el ánimo. —Realmente me da igual salir o quedarme encerrada aquí —contesté con apatía. Ella me observó con rareza. —¿Victoria, se puede saber de qué planeta eres tú? ¡Cómo que te da igual! ¿Acaso no quieres conocer mejor la ciudad?— cuando iba a contestar sonó la puerta. Emily salió disparada a ver quién era. En cambio, yo no presté atención, pues en verdad no me importaba saber quién tocaba. —Victoria— me llamó Emily. Giré hacia ella—. Tu familia vino y la mía también— la noticia no me gustó. Lo que menos quería en ese momento era ver a mi tío abuelo. —¡No es que estamos castigadas! —Victoria, una cosa es que no nos dejen salir, y otra muy distinta es que ellos vengan para saber lo que pasó. Así que arréglate para ir a e
Los días siguientes fueron tranquilos. Lo aproveché al máximo y adelanté tareas e investigaciones. Andrea me llamaba de vez en cuando para saber de mí y ponerme al corriente de la coartada que inventó para engañar a mi padre. Al menos mis tíos me estaban demostrando que no eran carceleros, y estaban poniendo su grano de arena para que yo no la pasara tan mal, ganándose mi confianza.El domingo por la noche mientras arreglaba todo para el día siguiente me volvieron a invadir los recuerdos. Definitivamente, no podía sacudirme de la memoria aquellas palabras: ¿Por qué mi abuela le había dicho a mi papá que no me temiera? Por más que le daba vueltas al asunto, no lograba ver el motivo oculto detrás de esa frase.—Victoria, estoy hablando contigo—me tocó Emily, logrando que perdiese el hilo de mis pensamientos.—¡Disculpa!—Sé que me dijiste que no hablabas mucho, pero lo que no me aclaraste es que te perdías en el espacio de vez en cuando —comentó un tanto divertido. Yo la miré por un ins
El día siguiente no fue muy prometedor. A todas las involucradas en la pelea nos tocó la entrevista con el psicólogo. La madre superiora nos mandó a informar que las entrevistas serían individuales y como cosa rara yo iba a ser la primera en entrar. Estaba en clases de historia cuando me dieron la orden de ir a la oficina del psicólogo, me molestó e incomodó ver como todos me observaban murmurando. Lo mismo sucedió con Emily, Margot, Jenny y Allison, era muy notoria la fama de holgazanas que nos habíamos ganado. Ya frente a la puerta decidí tocar, quería salir de prisa de esta situación, y acabar de una vez por todas con este embrollo. Nunca me gustaron los psicólogos, les tenía fobia; mi padre muchas veces intentó llevarme y yo siempre me las ingeniaba para zafarme, pero esta vez no podía escapar. Toqué la puerta. La voz detrás del pórtico me resultó muy familiar. Abrí, y al ver quién era el psicólogo quedé petrificada, resultó ser psicóloga, y no solamente eso, se trataba de Rebeca.
Había estado esperando el fin de semana con ansias, me urgía comenzar a averiguar dónde mis tíos guardaban mis papeles. Ya tenía todas mis cosas arregladas desde la noche anterior, entre ellas los cuadernos y libros que usaría para las tareas que quedaron pendientes. Necesitaba dos cosas: salir del internado, respirar otro aire, así fuese el de la casa de mis tíos, y despejar mi cabeza, pues había un pensamiento que no me abandonaba, un pensamiento con nombre de mujer: Rebeca. En verdad había sido dura con ella. En eso alguien tocó la puerta sacándome de mis cavilaciones, se trataba de una de las monjas del internado. —Señoritas, llegaron por ustedes. Emily y yo salimos con prisa de la habitación para reencontrarnos con la libertad provisional, aunque, Emily no veía el internado de la misma manera que yo. Para ella todo en la vida eran oportunidades a las que debíamos sacar el mayor provecho posible. Ya en el patio me despedí de mi amiga, ella se me acercó y me susurró: —No se te ol
Lo que más odiaba de mi decisión de tratar a mi padre con la misma frialdad con la que él me trataba, era que cada vez que lo rechazaba terminaba arrepintiéndome, sentía que cada intento por ser dura lo pagaba con el doble de lágrimas y desolación. Traté de no pensar más en el asunto. Entré al baño y abrí la regadera para despejarme, dejé que el agua me recorriera, necesitaba disipar mis pensamientos; me fui desconectando del dolor logrando que el baño causase en mí el efecto deseado. Ya relajada me vestí y bajé. El olor tan agradable que salía de la cocina me abrió el apetito. —Vicky, ya falta poco para que la comida esté lista— me comunicó Andrea sonriendo— Espero tengas hambre. Gustavo ya no debe tardar en llegar. —¿No necesitas ayuda? —No, Victoria, pero en otra ocasión te tomo la palabra. —Entonces voy a dar una vuelta por el patio, aún no lo he visto y mi papá mencionó que tienes un invernadero. —Sí, es verdad, tenemos uno, las flores y las plantas siempre han sido mi pasión
El resto de lo que quedaba de la noche estuve muy inquieta. No podía conciliar el sueño. Aquel atardecer en el invernadero yo había abierto una caja de secretos, la puerta a un lugar donde emergía otra existencia, que me revelaba una nueva y extraña faceta de mi vida. Ya no se trataba de simples sueños o alucinaciones, de eso no me quedaba la menor duda. Había dormitado hasta tarde producto del desvelo, y aún continuaba somnolienta. El sonido del llamado de mi tío tras la puerta logró que me avivara un poco. Traté de levantarme, pero me costaba, mis piernas estaban pesadas al igual que mis pupilas. El segundo llamado no se hizo esperar, así que hice mi mayor esfuerzo y fui a abrir. —Buenos días, Vicky—pude notar en los ojos de mi tío algo de inquietud, parecía estar analizando mi rostro. —Buenos días, tío. —Subí para ver si habías dormido bien, ya sabes, como fue tu primera noche en la casa, quería cerciorarme de que todo estuviera en orden. —Sí, dormí bien. En un momento bajo.
Me recosté en un sofá crema que estaba cerca del sofisticado aparato de sonido; me relajé y hundí en la música olvidándome de apreciar todo lo que estaba a mi alrededor, sus notas tenían una especie de efecto anestésico, propagando su sonido por todas mis neuronas. Una vez más me sentí extraña, sentí que conocía esa canción; no sabía de dónde, pero estaba segura de ese hecho. Andrea entró con las dos tazas de chocolate, las colocó en la mesita y sin perder tiempo inició una conversación: —¿Te gusta la música clásica y los valses?— afirmé con la cabeza. —Es extraño, no a todos los jóvenes les gusta esta clase de música. No contesté a su comentario, a decir verdad, su voz la percibía distante, casi en susurro. Lo único que escuchaba a la perfección era el vals, y como repentinamente su volumen se acrecentaba. La cabeza empezó a dolerme; me levanté del sillón experimentando mareos, mi equilibrio falló y caí de rodillas al piso. Mi tía al darse cuenta de mi estado fue corriendo hacia m