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8 Conociendo a Flor

Capítulo 8 Conociendo a Flor

Cuando le ofrecieron el puesto de director en la escuela del pueblo, no dudó en aceptar. En este lugar apartado de la ciudad, lejos de la influencia de Rosa, veía una oportunidad para empezar de nuevo y trabajar en la estabilidad que su abogado le había sugerido como el único camino para recuperar a su hija. Pero el dolor de la pérdida seguía presente y aunque serio y reservado, cualquiera que le hablara de su hija notaría que, al mencionarla, algo en él se iluminaba.

Fue en su primer día en la escuela que conoció a Flor, una de las maestras del plantel. Flor era amable y vivaz, alguien que, en otro contexto, Gabriel probablemente hubiera encontrado fácil de tratar. Sin embargo, él mantenía una distancia prudente, presentándose de forma formal y reservada.

– Me alegra conocerlo, Gabriel –dijo Flor con una sonrisa cálida–. Nos han hablado muy bien de usted.

Gabriel asintió, agradecido por el recibimiento, aunque sin dejarse ver demasiado afectuoso. Mantenía su expresión seria, reservada, mientras observaba el aula en la que se encontraban.

– Gracias, Flor –respondió con tono cortante, pero cortés.

Después de unos segundos de silencio incómodo, Flor intentó iniciar una conversación más personal.

-Tiene hijos ?-

Gabriel se tensó al escuchar el tema , pero intentó mantener su expresión neutral. Aun así, sus ojos se iluminaron levemente.

– Sí –contestó con voz pausada, sin desviar la mirada–. Una hija Florencia...

Flor notó el cambio en su semblante y decidió contarle algo personal también.

– Mi hijo se llama Dylan –dijo, sonriendo de manera nostálgica–. Tiene un año y medio, justo la misma edad de su Flor

Gabriel pareció sorprendido por la coincidencia y por primera vez desde que empezó la conversación, mostró una expresión más abierta.

– Es... una gran coincidencia –admitió, con una leve sonrisa que apenas llegó a sus labios–. Es un nombre hermoso.

Flor asintió, notando que, a pesar de su seriedad, había una calidez oculta en él, especialmente cuando hablaba de su hija.

– Supongo que nuestros hijos nos han cambiado la vida –comentó ella, buscando una conexión–. Es increíble cómo una pequeña personita puede llenar el corazón.

Gabriel bajó la mirada un momento, sintiendo el peso de lo que él había perdido, pero cuando volvió a levantar los ojos, estos reflejaban una determinación que Flor no había notado antes.

– Sí... cambian todo –dijo con voz firme, aunque suave–. No hay nada que no haría por ella.

Aunque su tono seguía siendo serio y distante, Flor sintió que, en esas palabras, Gabriel expresaba mucho más de lo que dejaba ver. No añadió nada más; entendía que Gabriel tenía su propio proceso y por su mirada, notaba que esa niña era su razón para continuar.

La conversación finalizó de manera respetuosa, pero Flor se quedó con la impresión de que, detrás de la fachada reservada de Gabriel, había un hombre dispuesto a luchar por lo que más amaba en el mundo.

Nunca imaginé que aquel día comenzaría de esa manera. Era viernes, y Florencia se había quedado conmigo desde la noche anterior. Su abuela tuvo que viajar y estaría bajo mi cuidado hasta el martes. Aunque su presencia me traía una paz inmensa, también aparecían las dudas sobre cómo organizarme con el trabajo y el cuidado de mi hija. Recordé las palabras de mi abogado: debía asegurarme de dejar a Florencia en una institución si yo no podía estar con ella. Pero no había tenido tiempo de buscar a alguien que pudiera cuidarla en la escuela, así que hoy, aunque no era la opción ideal, la dejaría en la guardería.

Preparé a Florencia, tratando de ignorar esa sensación de insuficiencia que a veces me invadía. Las palabras de mi suegra seguían presentes, insinuando que quizás mi hija estaría mejor con otra persona. Me aferraba a nuestra rutina diaria como a una tabla en medio del océano, buscando consuelo en la repetición de cada pequeño detalle: su mochila, sus juguetes, su mamadera.

Pero el día tenía otros planes. Al llegar a la guardería, me informaron que la maestra estaba enferma y que no podrían recibir a Florencia en al menos tres días. Pensé en Julia, la colega de Flor, quien usualmente se ocupaba de Dylan, pero hoy estaba con Ricardo, ocupada con los trámites de su jubilación. Sentí el peso de la incertidumbre y empecé a preguntarme cómo iba a manejar mi trabajo mientras cuidaba de mi hija.

En ese momento, la vi. yo venía por el mismo camino, cargando a Florencia en brazos. Cuando nuestras miradas se cruzaron, compartimos una sonrisa cómplice, una de esas que no necesita palabras. Ella también estaba lidiando con el mismo dilema.

—No tengo dónde dejar a Florencia hoy —dije con un tono de apuro y un toque de preocupación.

Sin saber bien por qué, sentí una confianza inmediata hacia ella . Le pregunté por su esposo , tal vez buscando conocerla mejor para comprender la conexión que sentía. Entonces, sus ojos se llenaron de lágrimas y su voz, temblorosa , confesó que había perdido a su esposo hacía un año y dos meses. Compartimos un silencio lleno de entendimiento y sin pensarlo, la abracé. A través de ese abrazo, ambos compartimos una fracción de nuestro dolor.

—Lo siento —murmuré—. Mi esposa murió el día que Flor nació.

La tristeza en su mirada reflejaba la mía. Ambos habíamos sido marcados por la misma tragedia y de alguna manera, eso nos unía. Decidimos, casi sin discutirlo, llevar a nuestros hijos a la escuela juntos, enfrentando la situación con una extraña sensación de fortaleza compartida.

Durante el día, mientras Dylan y Florencia jugaban y reían juntos, me sorprendía la facilidad con la que Flor y yo trabajábamos en equipo. Lo observé mientras cuidaba de los niños y sentí agradecimiento por su compañía. Después de la comida , Florencia comenzó a llorar y de forma instintiva, la tomo en sus brazos, intentando consolarla. Sin pensarlo, Florencia buscó su pecho y me sonrojé , tratando de disculparme.

—Lo siento —dije, avergonzada—. No sé qué pasó… pensé que estaba acostumbrada a la mamadera.

Yo le sonreía , sin saber bien cómo responder, pero me aseguró que estaba bien. Florencia, por su parte, se sentía tranquila y segura en mis brazos , como si allí encontrara algo que le faltaba. Aquella escena trajo a mi mente los comentarios de mi suegra, susurros de que tal vez Florencia necesitaba algo que yo no podía darle. Sin embargo, la ternura y la naturalidad de Flor me ayudaron a sobrellevar la mezcla de sentimientos encontrados.

Pasamos esos días trabajando juntos, turnandonos para cuidar de nuestros hijos. Ellos parecían disfrutar de nuestra compañía y cada vez que los veía jugar juntos, sentía que algo especial crecía entre nosotros.

Cuando la guardería finalmente reabrió, nuestros caminos se separaron, pero algo había cambiado. Un simple cruce de miradas al pasar era suficiente para entendernos, para sentir que no estábamos tan solos.

Al pensar en esos días, comprendí que a veces la vida nos pone en el camino de personas que necesitamos , aunque no lo sepamos al principio. Flor y yo éramos dos almas heridas, tratando de reconstruirse y en nuestra compañía hallábamos consuelo. Quizás no sabíamos a dónde nos llevaría esto, pero mientras avanzáramos, lo haríamos juntos.

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