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5 La noche del incendio

Cada día, Flor se preguntaba qué había pasado aquella noche, cómo era posible que Manuel, con toda su experiencia, no hubiera logrado salir. Ese enigma la consumía. Un día, Luis, el compañero al que Manuel salvó, decidió visitarla. Traía en la mirada el peso de lo vivido y la culpa. Se sentó frente a ella y empezó a contar lo que había sucedido.

—Esa noche, Flor, cuando sonó la alarma, algo en mí supo que no sería como otras veces. Nos preparamos como siempre, subimos al camión en silencio, pero sentía un presentimiento extraño. Recordaba a mi familia, la cena de Nochebuena, y no podía evitar un miedo que me erizaba la piel.

Luis cerró los ojos un instante, recordando cada detalle, cada instante de aquella noche que había cambiado su vida para siempre.

—Al llegar al hotel, vimos que el fuego avanzaba a un ritmo aterrador. Había gente atrapada adentro, y Manuel, sin dudarlo, decidió entrar. A pesar del riesgo, él fue el primero en lanzarse, con esa determinación que siempre tenía para salvar vidas. Se abrió paso entre las llamas, guiando a los que estaban atrapados, ayudando a cada uno a salir.

Flor escuchaba en silencio, sus ojos fijos en los de Luis, buscando entender cómo su esposo había llegado a esos extremos.

—La situación empeoró cuando descubrimos un auto lleno de fuegos artificiales abandonado cerca de la entrada. Los jóvenes que habían causado el incendio se habían marchado sin advertirnos. Manuel se dio cuenta del peligro y me advirtió. Pero antes de que pudiéramos hacer algo, una de las ruedas comenzó a arder y, en un instante, el auto explotó. Manuel, sin pensarlo dos veces, me empujó fuera del alcance de la explosión. Usó su propio cuerpo para cubrirme. Yo intenté regresar por él, pero me detuvo y me dijo que tenía que salir, que ellos me necesitaban allá afuera.

Luis hizo una pausa, su voz temblaba. No podía evitar revivir ese último momento en el que Manuel lo miró, como un hermano mayor que, incluso en medio del peligro, se aseguraba de proteger a quienes amaba.

—Lo vi luchando, Flor —continuó Luis—. Vi cómo enfrentaba las llamas, cómo trataba de abrirse paso entre el fuego. Estaba decidido a que nadie más saliera lastimado. Lo vi agotarse, lo vi dándolo todo, a pesar de saber que su propio tiempo se agotaba. Vi su valentía, su entrega… lo vi quedarse para salvarnos, aunque eso significaba perderlo todo.

Flor contuvo las lágrimas mientras Luis intentaba controlar su voz para terminar su relato.

—Cuando por fin lograron sacarlo, ya estaba gravemente herido. La ambulancia llegó, y yo lo acompañé hasta que lo subieron a la camilla. Antes de perder el conocimiento, intentó decirme algo, me tomó la mano con una fuerza que me dejó sin palabras, como si quisiera hacerme entender que no debía cargar con esa culpa. Pero no puedo evitar pensar que fui yo quien debió quedarse.

Luis bajó la mirada, luchando con la culpa que lo devoraba por dentro.

—Durante el camino en la ambulancia, una lluvia intensa comenzó a caer sobre el pueblo. La misma lluvia que tanto esperábamos aquella noche llegó cuando todo había terminado. A través de la ventana, vi las gotas que lavaban las cenizas del incendio, como si el cielo llorara por todo lo que perdimos.

La voz de Luis se quebró, consciente de que, aunque la lluvia hubiera extinguido las últimas brasas, nada borraría el sacrificio de Manuel.

—Manuel murió para salvarnos, Flor. Lo único que puedo hacer ahora es honrar su sacrificio y vivir de una manera que lo enorgullezca, aunque sé que esta culpa no se irá.

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