Capítulo 3

Gonzalo se fue directamente a su apartamento, en el que vivía desde su divorcio. Entró al lugar, exquisitamente decorado con un estilo ecléctico que combinaba con inmejorable gusto elementos modernos típicos de un hogar masculino con las antigüedades favoritas de Gonzalo.

Los muebles en tonos negros, gris y café dominaban el lugar, que contaba con una vista excelente de la ciudad al encontrarse en el piso 20 del edificio.

Fue a su habitación y se desnudó para entrar a la ducha. Mantenerse activo, practicar tenis los fines de semana y correr un par de kilómetros cada mañana, le habían permitido conservar su cuerpo firme y definido, y a sus 55 años, sin la menor duda era un hombre extremadamente atractivo.

Nunca le faltó compañía femenina, pero siempre se mantuvo en el rango de edades por encima de los 40 años, pues consideraba que las mujeres maduras eran mucho menos complicadas que las más jóvenes. Solían buscar compañía, pero la mayoría no estaba interesada en relaciones profundas o demasiado serias. Por experiencia, opinaba que las mujeres maduras sabían lo que querían y no entraban en conflictos para conseguirlo. Eran mucho más desinhibidas en la intimidad, y disfrutaban sin culpas las relaciones con un hombre que les había dejado claro que no buscaba compromiso.

Así habían transcurrido los años desde su divorcio, ya que antes de eso le había sido enteramente fiel a Estela. Ahora, se encontraba en la situación que siempre evadió, y le asustaba convertirse en uno de esos viejos verdes que siempre se dejaban ver con jovencitas colgadas de sus brazos, como si fueran trofeos. Pero no podía dejar de pensar ni un instante en Sofía. ¿Qué tenía ella que logró derribar de un plumazo todas sus precauciones en lo tocante a las mujeres?

Salió de la ducha y se vistió de nuevo, esta vez mucho más casual que como acostumbraba hacerlo para su trabajo, al cual siempre iba vestido con traje y corbata. Vistió una bonita camisa color carbón y pantalón negro, con lo cual se veía elegante, guapo e informal.

Cuando estuvo listo, se sirvió un trago y tomó su teléfono, marcó el número de Sofía y esperó a que le respondiera.

Al otro lado, sonó su voz suave...

— Hola Gonzalo -dijo - me alegra que me llamaras.

— Buenas tardes, Sofía, ¿cómo ha estado tu día?

— Muy tranquilo, ¿y el tuyo?

— No tanto porque deseaba verte desde que amaneció. ¿Te gustaría hacer algo hoy? Quizás ir a comer o a algún lugar a tomar algo. Lo que prefieras.

— Me encantaría. Hagamos algo. Si lo deseas, podemos vernos en algún lugar.

— Prefiero pasar por ti. Soy chapado a la antigua como te imaginarás — dijo esto y rió suavemente.

— Pues, por mi está bien.— "¡Dios mío, con esa risa tan sensual, puedes ser medieval y no me importaría!"  fue lo único que pudo pensar Sofía al escucharlo reír— Dame una hora y estaré lista.

— Allí estaré en una hora. ¿En la misma dirección?

— Sí, durante esta semana estaré con An mientras sus padres regresan de su viaje. Nos vemos.

Sofía colgó el teléfono y se volvió emocionada hacia su amiga quien se encontraba de pie a su lado.

— Viene a por mí en una hora. Ayúdame a escoger lo que me voy a poner. — la tiró del brazo —No estaba segura de que me llamaría.

— ¿Cómo crees que no iba a hacerlo? ¿Piensas que todos los días le va a caer del cielo una chica hermosa y joven? ¡Pues, claro que te iba a llamar! No seas tonta... ¡Venga, a vestirse!

Y se fueron riendo como tontas hacia la habitación.

Una hora después, puntualmente, aparcaba Gonzalo su coche en la glorieta y tocaba el timbre. Al igual que la noche anterior, Ana María acudió a abrir.

— Buenas noches, Ana María...—  saludó con seriedad Gonzalo— Espero no molestar.

— Escúchame bien, Gonzalo — exclamó la chica inesperadamente, cruzando su brazo con el de él informalmente y guiándolo hacia el salón —Creo que vas a tener que bajarle la intensidad a la ceremonia y a la seriedad. Estás demasiado rígido. Relájate un poco... — le sonrió jocosa— En un momento viene Sofi. Sírvete lo que desees del bar. Voy a avisarle que estás aquí —le guiñó un ojo — Ya volvemos.

La joven se fue y Gonzalo aún no salía de su sorpresa por el recibimiento. Si le era complicado a veces comprender la informalidad de sus hijos, buen trabajo le iba a costar llevarle el ritmo a esta joven despreocupada, que aunque encantadora en su roja cabellera, le dejaba sin saber qué decir con su actitud.

Sólo esperó un par de minutos antes de ver entrar a Sofía, guapísima en su vestido ceñido en el torso, con estampado de flores, falda ancha sobre las rodillas y tacones medianos. Se veía tan fresca y su cutis tan hermoso bajo el ligero maquillaje.

— ¡Hola, Gonzalo! Disculpa la espera.

— Apenas fueron unos minutos, pero de haber sido más, créeme que habría valido la pena... ¡Estás hermosa!

— Muchas gracias Gonzalo. Tú también estás muy guapo. Estoy lista. Cuando quieras podemos irnos.

 Él siempre amable, la dejó pasar a ella delante para dirigirse a la salida. Como era su costumbre, la ayudó a subir al coche y se fueron.

— Muy bien, bella dama. Dígame qué prefiere hacer hoy.

— No estoy segura. Quizás deberíamos ir a tomar algo por allí, donde quieras.

— Así será entonces.

El continuó conduciendo despreocupado, mientras Sofía observaba lo perfecto que se veía vestido informalmente.

— Estás muy callada esta noche... ¿algo te preocupa?

— Sí, supongo que lo mismo que a ti —le sonrió traviesa —, ¿o vas a decirme que para ti esto es algo normal?

— No lo es, desde luego. Pero supongo que antes de preocuparme más debo esperar a ver si existen razones para ello.

— A ver Gonzalo, a menos que salir con mujeres de mi edad sea algo que hagas con frecuencia, lo cual me causaría verdaderas ganas de salir corriendo, no me digas que esto no te preocupa. Me siento un poco insegura sobre cómo actuar.

— Y yo, preciosa, pero debo averiguarlo y eso sólo va a ocurrir conociéndonos mejor.

— Hay tanto que debería saber de ti.

— Pregunta lo que quieras. No tengo nada que ocultar.

Mientras hablaban, llegaron a un discreto bar, con un ambiente agradable e íntimo, en el cual se veían varias parejas sentadas en las mesas o en la barra, disfrutando de sus tragos y conversando en voz baja, mientras sonaba la suave música que tocaba un hombre al piano.

A Sofía le encantó y reconoció que no sería el lugar a donde la invitaría alguien de su grupo, más dados a lugares de moda, con música electrónica, gente bailando y cerveza.

— Espero que te agrade el sitio. Si prefieres otro lugar...

— ¡No, no... me encanta! Me parece perfecto.

Fueron conducidos a una mesa, y ya sentados, él pidió whiskey y ella vino blanco.

— Muy bien, Sofía. Pregunta lo que quieras.

Ella lo miró a los ojos y soltó el aire antes de hablar.

— No estoy segura de si debo hacer preguntas personales.

— Puedes hacerlas tan personales como lo desees.

— Pues, siendo así... comencemos con la pregunta que le pondría el punto final a esto de inmediato... ¿Eres casado?

— No, ya no. Estoy divorciado hace algunos años. Tengo dos hijos, varón y hembra y son mi vida, mi orgullo y lo que más amo en el mundo.

— ¿Hay alguien en tu vida en estos momentos? ¿Alguna mujer que vaya a sentir que me estoy entrometiendo en su relación y pueda desear pasarme por encima con su coche?

— No lo creo. Hubo algunas personas con quienes he tenido que ver, pero nada serio.

—¿Debo suponer que yo podría pasar a engrosar esa lista? — preguntó dudosa.

— Es imposible desde todo punto de vista ubicarte en cualquier tipo de lista, Sofía. Verás... no es mi naturaleza saltar de una persona a otra, sin embargo, desde mi divorcio no he sentido el deseo de llegar a nada formal con las mujeres que he conocido, no porque lo evite deliberadamente, sino porque no ha habido nadie que me haya hecho desearlo. No soy un santo, tampoco me las doy de Don Juan. Vivo el momento. Sólo eso.

— Si en nuestro caso, hipotéticamente hablando, surgiera ese deseo de tener algo más formal, ¿Cómo verías tu vida?¿Habría presión de alguna forma?

—Muy probablemente. Quizás mis hijos, mi anciana madre por supuesto sufriría un infarto fulminante —sonrió divertido al imaginar la reacción de aquella mujer de principios religiosos férreos — mis amigos considerarían que me rendí y acepté la condición de viejo verde que muchos de ellos practican con frecuencia, pero quizás me felicitarían. ¿Y tú? ¿Cómo sería para ti?

—Una bomba explotaría en mi vida. Tengo un entorno social repleto de cabezas huecas y mequetrefes que se sentirían con derecho a intervenir por lo cual me vería en la necesidad de mandarlos al diablo a todos. Probablemente mis padres serían internados en un manicomio y pasarán el resto de su vida natural preguntándose dónde fallaron en mi crianza —sonrió imaginándose la escena — mis hermanos, tengo dos, uno mayor que yo y otro menor, ambos expertos patanes, me someterían al bullying más despiadado que haya conocido la tierra, pero aparte de eso, nada muy importante.

— No quisiera ser la causa de algo así.

— El asunto es que la causa sería yo. Tú sólo serias el detonante porque me siento en el deber de decirte que soy tan perfectamente terca que me importa un pepino lo que piensen los demás si yo he tomado una decisión. Por ejemplo, en mi familia existe una fijación extraña con las leyes. Durante generaciones todos han asistido a la Escuela de Leyes y se considera lo normal en el curso lógico de la vida. Como si hubieran hecho un pacto de sangre con la facultad de Derecho. Hasta que llegué yo y dije que estudiaría Medicina. Tras algunos ataques de histeria e intentos de exorcismo, no les quedó otro remedio que aceptar que habría un médico en la familia.

— Es bueno saber que si alguien se mete en nuestras vidas, podré contar con que tú lo pondrás en su lugar.

— Sin la menor vacilación.

— ¿Alguna otra pregunta?

— Sí... —respiró profundamente antes de hablar—, ¿Qué esperas de mí? Me refiero a como mujer. No me gustaría que consideres un hecho que voy a saltar a tu cama así como así. Si ha de ocurrir, será, pero no me gustaría que me presiones.

— Presionar a una mujer es algo que jamás haría en una relación. Pienso que recibir el amor de una mujer es un regalo invaluable que debe ser apreciado y valorado, como lo que es, una preciosa concesión a lo más perfecto que existe: El mundo interno de una mujer.

—¿Siempre hablas así? —preguntó entre fascinada y divertida —  es que siempre suenas tan correcto, tan perfecto, tan digno— le sonrió deseando plantar un beso en esos labios que la enloquecían.

Gonzalo no pudo evitar soltar una carcajada y tomó la mano de Sofía entre las suyas.

— Eso te enseña a no salir con ancianos como yo. Tenemos la mala costumbre de hablar correctamente. Allí no haré concesiones y nunca, créelo, nunca te voy a llamar "chati", jamás, ni muerto, escucharé reggaetón. Y bajo ningún concepto me pondré un pendiente. Todo lo demás que quieras de mí, lo puedo considerar. Créeme que ya lo han intentado.

— Eso puede ser cierto, pero nadie te lo ha pedido con un beso — puso su boca contra la de él y lo besó suave pero apasionadamente. Él se dejó besar al principio y luego le correspondió con un ardiente deseo contenido. Un beso breve lleno de promesas.

Separaron sus rostros y se miraron fijamente. Sofía tomó un sorbo de su copa y trató en vano de recuperar la calma de su corazón que latía desbocado amenazando con salírsele por la boca.

— Gonzalo, en serio me gustas. No puedo negarlo, pero tengo un poco de temor.

— No debes temer nada de mí. Jamás haría algo que te lastimara, pero no puedo prometerte que no habrá problemas por esto. Lo que sí puedo prometerte es que estaré a tu lado para enfrentarlo.

— Le daremos tiempo al tiempo y veremos a donde nos lleva esto — suspiró Sofía sintiéndose extrañamente feliz.

Continuaron hablando tomados de la mano, hasta terminar sus bebidas y Sofía le sugirió pasear un rato. Gonzalo condujo hasta un parque cercano y estacionó su coche. Al bajar del vehículo se dirigieron hacia la caminería por donde paseaban otras personas y caminaron sin prisa, en silencio, por unos minutos. Luego Sofía se volvió hacia Gonzalo, y lo miró a los ojos. Acarició su rostro y habló en voz muy baja:

— Gonzalo, quiero arriesgarme contigo... sólo quiero pedirte que nunca juegues con mis sentimientos.

—Jamás, Sofía- la atrajo hacía su cuerpo con suavidad y la estrechó en sus brazos- Te prometo que nunca haré nada que pueda herirte de cualquier forma —y unieron sus labios en el beso más exquisito de sus vidas.

Permanecieron abrazados por un rato en silencio, y siguieron paseando tomados de la mano. Luego volvieron al coche y Gonzalo la llevó a casa.

Se despidieron con besos lentos y suaves, sin deseos de separarse. Cuando Sofía entró a la casa, Gonzalo se marchó, respirando profundamente al pensar en los cambios que habría en sus vidas.

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