Sofía miró el anillo que le ofrecía Gonzalo y las palabras no salían de su boca. Sentía un nudo en su garganta que no le permitía hablar. Un torbellino de emociones se agolpaba en su pecho, y no le dejaban respirar.— Sofía... ¿vas a darme una respuesta? — preguntó angustiado ante la actitud de la joven, hasta que finalmente Sofía logró articular palabras.— Gonzalo... no me esperaba esto. Es tan repentino. — decía ofuscada.— ¿Y cuál es tu respuesta, Sofía?Sofía levantó sus grandes ojos con una mirada desesperada y miró a Gonzalo.— Cariño, te amo, no tengo duda de eso, pero...— Pero, no quieres casarte conmigo... ¿Sofía, por qué te cuesta tanto aceptar? Si estás segura de lo que sientes y hemos luchado para estar juntos.— Y podemos estar juntos, pero no hace falta que estemos casados para eso... no quiero presiones en mi vida.— Pero yo necesito que te comprometas en esta relación.— No hace falta estar casados para estar comprometidos. Yo te amo, Gonzalo, pero no quiero sentirme
Los meses pasaban y Sofía llegó a sentir que vivía más tiempo con Gonzalo que en su casa.— ¡Buenas noches, preciosa! Le sonrió Gonzalo al verla llegar arrastrando su maletín, exhausta.— ¡Por favor, dime que sigo en el mundo de los vivos!— se abrazó al pecho de Gonzalo.— Sí, amor, sigues aquí, con nosotros.¿Qué te parece si tomas un baño caliente, te llevo una copa de vino, y te doy un delicioso masaje?— Uhmmmm! eso suena como el paraíso. Te tomo la palabra, te espero en el jacuzzi...— dijo con voz provocativa y caminó hacia la habitación.Más tarde, esa noche, abrazados en la cama, Sofía le comentó a Gonzalo que debía ir a su casa a por más ropa y cosas que estaba necesitando.— ¿Y si te lo traes todo y mudas conmigo? Además, le darás un gusto a tus padres de verte formalizar aún más nuestra relación.— No voy a hacer algo sólo por darle gusto a nadie. Así estamos muy bien.— Si esa es tu decisión, te apoyo. No te niego que me gustaría que vivieras conmigo.— Ya lo veremos un poc
Aún le costaba creer que había perdido a Gonzalo, pero la vida debía continuar. Muchas veces se sintió tentada a buscarlo, pero aún no podía aceptar las condiciones que le exigía, de modo que contenía la tentación y los deseos de verlo y seguía adelante.Pese a las protestas de sus padres, tomó la decisión de mudarse sola. Alquiló un pequeño piso no lejos del hospital, que era lo que podía permitirse con su sueldo, porque había comenzado su máster en Neurología y los gastos eran mayores, y aunque sus padres habían ofrecido pagar por algo mejor al darse cuenta de que su mudanza era inminente, ella se negó a aceptarlo. Su independencia comenzaba allí.Era un lugar muy agradable, con una vista no muy ancha pero hermosa, hacia un gran parque. Sólo constaba de una habitación con baño y un espacio que juntaba salón, comedor y cocina, pero para ella eso era más que suficiente. Le gustaba llegar allí cuando venía cansada del trabajo, y encerrarse en su escondite del mundo, como lo llamaba Ana
Aquel día de diciembre, Sofía caminaba por el boulevard haciendo sus compras navideñas. La nochebuena y la venida de Los Reyes estaban muy cerca y tenía que conseguir los regalos para su familia. Miraba algunas vitrinas sin mucho interés, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, protegiéndolas del frío mientras sus pensamientos divagaban. Cuando levantó la mirada de aquel reloj que le pareció un buen regalo para su hermano Roberto, por un momento pensó que su mente le jugaba una mala pasada al ver reflejada en el cristal la alta figura de pie detrás de ella. Cerró los ojos por un instante y los abrió de nuevo, pero la imagen seguía allí. Con miedo de que fuera su imaginación, se dio la vuelta y se convenció de que era real. Allí, frente a ella, estaba Gonzalo viéndola con aquellos ojos profundos, pero sin el brillo que impactó a Sofía al conocerlo. Estaba tan guapo y elegante como siempre, sin embargo su rostro era una máscara, y unas leves ojeras marcaban sus ojos. — G
Reunidos todos para celebrar el cumpleaños de Gonzalo, en aquel hermoso lugar donde tiempo atrás sorprendieran a Sofía para el suyo, la joven notó en su novio una actitud distante.A pesar de que durante la fiesta él trataba de mostrarse alegre, su mirada no era la de siempre. Tomaba un trago conversando con su hijo, pero miraba a Sofía que saltaba de grupo en grupo, riendo y bromeando con todos. Miraba a la gente a su alrededor y aquello se podría considerar su sueño, pero algo le estaba molestando y tuvo que aceptar que coleccionar otro año, no le resultaba particularmente agradable. Sin embargo, tenía que aceptar que esa preciosa jovencita lo amaba aunque le doblara la edad y debía sentirse feliz y agradecido con la vida por ello. Verla con aquel lindo vestido color perla, sonriendo a todos y de vez en cuando, volteando a verlo con aquellos ojos brillantes le infundía nueva vida a Gonzalo.La observaba con una sonrisa cuando la vió dirigirse al escenario donde tocaba la banda.
Su tienda era su orgullo. La había fundado y visto crecer con esfuerzo. Cada antigüedad había sido escogida con esa destreza especial que él tenía para seleccionar las mejores piezas. A sus cincuenta y cinco años había logrado todo lo que se había propuesto. Incluso un buen matrimonio mientras duró. La rutina hizo mella en aquella unión tranquila que tuvo con Estela, pero se dieron cuenta de que ya no había amor, la pasión se había perdido. Estela era guapa, sofisticada, pero no había química entre ellos. Tuvieron dos hijos, Armando y Lucía. Veinteañeros cuando el matrimonio de sus padres se derrumbó. Tuvieron un divorcio como lo había sido su matrimonio, amistoso, y sin mayores emociones. Ahora era un hombre soltero de nuevo. Alto, guapo, sofisticado, distinguido, sonrisa encantadora y mirada profunda. Su soltería le gustaba, se sentía cómodo con la vida que tenía. No sabía cuán cerca estaba de vivir el mayor cambio en su vida cuando abrió su tienda esa mañana.Allí se encontraba, ta
Finalmente se decidió a ir a la habitación, y comenzó a caminar, pero al llegar al salón, allí estaba Ana María esperando. Sofía saltó de la sorpresa de encontrarse a alguien de esa forma.— ¡¡¡An!!! ¡Tía, que casi me matas del susto!- le reclamó. — ¿Qué haces despierta a esta hora y deambulando por la casa en la oscuridad?—Y tú creíste realmente que me iba a dormir muy tranquila. ¡Cuéntame qué pasó con el viejo! — respondió la muchacha quien iba vestida con un pijama que le iba muy grande.— An, no hables de esa forma de Gonzalo.— Cómo se supone que le diga: ¿el joven del ayer? Le digo viejo, porque es un viejo.— ¡Es un caballero estupendo! — le contó a su amiga. — Pasamos una velada fabulosa. No nos alcanzó la noche para conversar ¡Sabe tanto de tantas cosas! —dijo ensoñadora Sofía.— Amiga, ¿te estás escuchando? — le reclamó Ana María — ¡Sabe de todo porque tiene mil años en la tierra! ¡Es un dinosaurio! — agarró a Sofía por los hombros y la zarandeó — ¡Despierta, tonta! ¡Ese ho
Gonzalo se fue directamente a su apartamento, en el que vivía desde su divorcio. Entró al lugar, exquisitamente decorado con un estilo ecléctico que combinaba con inmejorable gusto elementos modernos típicos de un hogar masculino con las antigüedades favoritas de Gonzalo.Los muebles en tonos negros, gris y café dominaban el lugar, que contaba con una vista excelente de la ciudad al encontrarse en el piso 20 del edificio.Fue a su habitación y se desnudó para entrar a la ducha. Mantenerse activo, practicar tenis los fines de semana y correr un par de kilómetros cada mañana, le habían permitido conservar su cuerpo firme y definido, y a sus 55 años, sin la menor duda era un hombre extremadamente atractivo.Nunca le faltó compañía femenina, pero siempre se mantuvo en el rango de edades por encima de los 40 años, pues consideraba que las mujeres maduras eran mucho menos complicadas que las más jóvenes. Solían buscar compañía, pero la mayoría no estaba interesada en relaciones profundas o