La mañana llegó antes de que Sofía sintiera haber dormido lo suficiente, pero igualmente y a regañadientes se levantó y entró al baño a terminar de despertarse en la ducha. Se arregló y vistió su uniforme, metió un cambio de ropa en su morral para vestirse en la tarde para verse con Gonzalo y bajó a la cocina. Allí se encontró con toda la familia preparándose para su día. La joven del servicio le colocó en las manos una taza de café con leche y una tostada de pan untado, lo cual constituía su desayuno regular. Rara vez tomaba algo más a esas horas.
— Buen día papá, mamá— le dio un beso a cada uno y se dirigió a sus hermanos, quienes atacaban sendos desayunos — ¡Bestias! — dijo a modo de saludo a sus hermanos, Roberto y Manuel y mordió su tostada.
— Dichosos los ojos que la ven, señorita— le reclamó su padre, quien con mirada adusta, le recriminó— cuántos días sin saber de usted.
— Días duros, Su Señoría— burló a su padre —Procuraré en adelante agendar citas con ustedes más a menudo— sólo Sofía se atrevía a hablarle de esa forma al distinguido Adolfo Montemayor, el respetado juez, conocido por su escaso humor y carácter serio e implacable.
— Lo dirás en broma, hija, pero realmente casi no te vemos últimamente ¿Qué haces con tu vida? Podrías pasar un rato con tu familia. Al parecer el hospital te absorbe demasiado tiempo— le exigió Alejandra, su exitosa madre, socia de uno de los bufetes de abogados más renombrados de la ciudad.
— Esa es la ley de la vida para los médicos, mamá, nacemos, crecemos y nos roba la vida un hospital.
— Eso no nos ocurre a los abogados, afortunadamente, cariño — recriminó el hermano mayor.
— El doloroso precio a pagar por ser la oveja negra de la familia, querido hermanito recién graduado. Me voy al hospital, voy a salir por la noche así que probablemente llegaré tarde. No me esperen despiertos.
— ¡Te vas a acabar llevando ese tren de vida! —refunfuñó su madre.
—No exageres, tampoco es que me estoy perdiendo de fiesta en fiesta o que hayan tenido que bajarme de alguna mesa de un bar, bailando borracha.
— ¿Y se puede saber a dónde vas y con quién?— interrogó su padre
— Su Señoría, confieso ante esta corte que voy a salir a tomar algo con un amigo.
— ¿Y conocemos a ese amigo?— preguntó su hermano menor, Manuel.
— No, y no lo conocerán por ahora... ya decidiré más adelante si me arriesgo a que los conozca, especialmente a ti, pesado. Eso sólo sucederá si no me queda otro remedio —bromeó con su hermanito, el genio de la familia y quien con sus veinte años, estaba por terminar con honores la carrera de Leyes.
— ¿Su nombre?— exigió Adolfo, acostumbrado a ser obedecido en todo en su corte.
— ¿Estoy bajo arresto, Su Señoría? Para saber si debo pedir los servicios de un abogado. De no ser así, me acojo a mi derecho a guardar silencio.—sonrió la chica y al terminar su café, besó a todos de nuevo y se despidió— ¡Relájense un poco, abogados, que la vida es una sola! ¡Bye!
Salió de la cocina por la puerta que daba al garaje, subió a su pequeño coche y se marchó.
En el hospital el día fue como todos, agitado y cansado. Por la tarde, telefoneó a Gonzalo y quedaron en verse cerca de las siete de la tarde, cuando terminaba su guardia, pero al final de la jornada llegaron varios heridos víctimas de un accidente automovilístico; atenderlos a todos fue agobiante y tomó más tiempo del que esperaba, de modo, que al llegar Gonzalo por ella, aún no había tenido tiempo de cambiarse de ropa.
Había acordado con Ana María para que se llevara su coche y Gonzalo al verla preocupada le ofreció llevarla a cambiarse.
Ya en el coche, Sofía se disculpó por el inconveniente.
— ¡Eres genial! Lamento retrasarte. No sé qué planes tenías— se disculpó.
—Mi único plan es ofrecerte una cena y pasar una velada agradable juntos. Si te parece, podríamos ir a mi casa, allí puedes ducharte, cambiarte de ropa, y relajarte un poco mientras yo te preparo mi especialidad: mi inigualable pasta a la carbonara, que en realidad es lo único que sé preparar—se volvió a mirarla— Te lo ofrezco respetuosamente y sin ningún motivo oculto, puedes decir que no, si lo prefieres.
—Sé que serías incapaz de algo así— le sonrió y tomó su mano— Acepto encantada. Será fabuloso conocer tu hábitat y saber algo más sobre ti.
— Entonces, hoy cocinaré para ti.
Condujo tranquilo con sus manos tomadas, y dentro de sí, sentía que algo desconocido para él crecía sin poder controlarlo.
Llegaron a su edificio y luego de aparcar subieron al ascensor, que llegaba directamente a la sala de su piso, y por alguna razón, eso no sorprendió a Sofía. Gonzalo era justo el tipo de persona que tendría algo así.
Al abrirse las puertas del elevador en el pent-house, Sofía salió y miró a su alrededor.
—Encantadora cueva, Gonzalo— le dijo divertida—realmente se parece a ti.
—Me alegra que te guste, por favor, siéntete en tu casa. Permíteme mostrarte el baño.
La guió por un amplio pasillo hasta llegar a su propia habitación.
— Puedes usar mi habitación, las otras las ocupan mis hijos cuando se quedan aquí y no puedo decir que sean un dechado de orden. Allí encontrarás todo lo que necesites. En el armario de la derecha hallarás toallas. Tómate el tiempo que desees. Te esperaré en la cocina preparando la especialidad de la casa.— le dio un beso ligero y se marchó.
Sofía dejó su mochila sobre una silla y observó la habitación. Era amplia, cómoda y elegante, pero sin ser exagerada ni extravagante. Punto a favor para Gonzalo.
Una amplísima cama moderna dominaba el lugar, la cual perfectamente tendida con sábanas en tonos cobre, negro y blanco, en un diseño abstracto de cuadrados superpuestos, resultaba atractiva y cómoda. Nada de almohadones o cojines, sólo las almohadas necesarias se encontraban sobre ella.
Tomó de nuevo su mochila y sacó la ropa que traía dentro, con todo sobre el brazo, caminó hasta el baño. El enorme lugar, sobrio y elegante, en absoluto orden, representaba a Gonzalo a la perfección, aunque le costó imaginárselo metido en aquel jacuzzi. No le parecía hombre que perdiera su tiempo tomando baños allí.
Se dirigió a la ducha y comenzó a desvestirse.
En la cocina, Gonzalo se movía despreocupadamente por todo el lugar mientras cocinaba con destreza. Se había quitado el saco y la corbata, y llevaba las mangas subidas. Tenía avanzada la cena cuando Sofía, ya bañada y vestida con ropa limpia, entró a la cocina.
—Seguí el ruido y el aroma delicioso que sale de aquí para encontrar la cocina— dijo desde la puerta.
Él sonrió, y la invitó a entrar.
— En un momento comeremos.—señaló una silla frente a él, al otro lado de la isla que dominaba el lugar y que contenía la cocina, moderna y práctica.
— ¿Puedo ayudar en algo?
— Eres mi invitada, sólo permanece allí en la extraordinaria perfección que eres. Hoy yo te serviré.
Se movió hasta un lado del refrigerador y presionó un panel disimulado en la pared, el cual rodó a un lado y dejó visible una bodega de vinos, no muy grande, pero suficientemente ancha como para caminar algunos pasos dentro del lugar. Buscó en los anaqueles que sostenían las botellas inclinadas. Escogió una botella y volvió al mesón. Sacó dos copas de un armario, descorchó el vino, y esperó unos minutos a que el vino tomara cuerpo, mientras servía la pasta en una fuente y la llevaba a la mesa. Diligente, colocó platos, cubiertos, servilletas y todo lo necesario, sin permitir que Sofía le ayudara. La chica le señaló hacia la bodega de vinos y sonrió:
—Eres un snob, Gonzalo. ¿lo sabes, verdad?
— Ese es mi vicio secreto, mi pequeña colección privada. Allí guardo las cosechas especiales de las que, por puro egoísmo, no puedo desprenderme, y las compro para mí. Me resulta fácil hacerlo por mi trabajo. Muchas veces me solicitan tasar u organizar subastas de cosechas muy selectas.
— Interesante saber que eres capaz de tomar ventaja de tus privilegios.
—Sólo si me interesa demasiado. —respondió con malicia.—Comamos, princesa— le movió la silla para que se sentara y comenzó a servir la cena.
Comieron conversando sobre vinos y arte. A Sofía le encantó escuchar a Gonzalo hablar sobre su tienda y su trabajo, con tanta pasión.
Terminaron de cenar y Gonzalo puso la cafetera a funcionar. Sirvió café para ambos y la invitó a pasar al recibidor. Al pasar allí fue cuando Sofía advirtió la colección de discos compactos y acetatos que había en un mueble.
— Veo que te gusta la música. ¿Puedo? — esperó a que Gonzalo le permitiera acercarse al mueble y se dedicó a leer los títulos.
— Dudo que encuentres algo conocido allí, no es la música de tu época.
— Te equivocas, conozco bastante de la música de los '60s, '70s y '80s. Tengo un tío que un día abandonó su carrera de abogado y se convirtió en artista plástico, siempre escuchaba música mientras creaba sus obras y aunque no era un gran artista, yo solía pasar mucho tiempo con él y aprendí mucho sobre su música favorita. Es un personaje fabuloso aunque es imposible negar que está medio loco, me gustaba muchísimo escuchar esos temas.
— Entonces, escuchemos algo— tomó el mando de una mesa y encendió el aparato. De inmediato comenzó a sonar una suave melodía que Sofía reconoció.
— Imaginé que quizás serías más de música clásica.
— Sí, me gustan algunos clásicos, pero prefiero la balada para relajarme— se acercó a ella, le quitó la taza de las manos, la colocó sobre una mesilla, y la atrajo hacia su cuerpo— Y para bailar — la tomó en sus brazos y juntos comenzaron a bailar muy suavemente— Sé que los jóvenes de hoy prefieren ritmos diferentes pero... — le habló al oído— nada es tan sensual como estar uno en los brazos del otro, dejarse abrazar por la melodía y permitir que el cuerpo se guíe por las sensaciones en sus movimientos. Eso jamás podrá ser sustituido por la música de hoy y menos aún por esos bailes epilépticos. Sentir tu cuerpo junto al mío, vibrar unidos, es como hacer el amor.
Sofía lo escuchaba embelesada, le gustaba su voz grave, su tono bajo y calmado, la facilidad para hacerla sentir que estar a su lado era algo mágico y que entre sus brazos era donde pertenecía.
Se apretó a su cuerpo y se dejó guiar en el baile...
Se movieron en silencio hasta que terminó la música y fue cuando Gonzalo bajó su boca hasta la de Sofía y la besó profunda y suavemente, en una caricia que parecía robarle la voluntad. Se acariciaron intensamente y aunque ella hubiera querido detenerse, el deseo que despertaba en ella ese hombre era mucho más fuerte que su sensatez.
Por un momento ambos se dejaron llevar por la pasión, pero fue Gonzalo quien detuvo las caricias. Sofía no sabía por qué lo hacía y sólo podía escuchar el golpeteo de su corazón latiendo enloquecido de pasión. Quería más de él, pero Gonzalo se lo negaba.
—Gonzalo, qué... —las palabras no salían de su garganta— ¿por qué... qué ocurre?— logró decir confundida.
—No debemos, Sofía, no así. No puedo aprovecharme de un momento como éste hasta que sientas que estás clara en lo que tenemos.
—Pero yo...
— Y yo también, amor.- la atajó antes de que ella dijera algo que le hiciera perder el poco control del que se estaba sosteniendo.
—Cariño, deja que yo decida por mí misma si es pronto.
— No puedo. Si luego me reprocharas algo, me sentiría miserable— le habló con los rostros muy cerca. Sofía continuaba con su cuerpo junto al del hombre —Te prometí que no te presionaría.
— Pero estoy segura de lo que siento.
— No lo dudo, pero también es importante que estés segura de poder enfrentar lo que se nos viene encima. Ambos sabemos que va a ser difícil, sabemos que habrá cambios importantes en nuestras vidas.
— Cariño— acarició la mejilla de Gonzalo — ¿Cómo logras ser tan coherente en todo momento?
Gonzalo se separó de ella sin desear hacerlo, la tomó de las manos y la dirigió al sofá. Se sentaron muy juntos, y Sofía lo miró a los ojos.
—¿Estás consciente de que nos vamos a complicar la vida de formas imposibles de prever?
— Sí, lo sé, pero siento que merece la pena, no va a ser fácil, ni con los demás, ni entre nosotros.
—Vamos a tener que aprender uno del otro, adaptar nuestras vidas, porque son tan distintas que pienso que va a ser la parte más complicada.
—Todo lo que dices es cierto, pero puedo prometerte que voy a hacer todo lo que deba por aprender a comprenderte y mostrarte de mí todo lo que debas conocer, pero tú debes prometerme algo también.
—¿Qué es eso? —preguntó intrigada.
— Voy a dar todo lo que tengo en esta relación, pero si en algún momento sientes que no quieres continuar quiero que me lo digas a mí primero, no quiero juegos— tomó sus manos en las de él y las besó.
— Tienes razón, cariño, no será nada sencillo, pero lo que estoy sintiendo lo vale—se recostó sobre el pecho del hombre — por ahora, quiero que me beses... y mucho.
— Mantenga la compostura, señorita Montemayor , recuerde que no soy de hierro. Y tú eres la mujer más hermosa de la tierra.
—Gonzalo, creo que me estoy enamorando de ti. Creo que esto es algo más que una aventura.
—En mi caso, lo supe desde el primer momento. Cuando te vi en la tienda, supe que pondrías de cabeza mi mundo — unieron sus bocas de nuevo en un beso calmado, lleno de promesas.
Gonzalo sirvió vino para ambos y continuaron abrazados escuchando música.
Hablaban en voz baja y el tiempo pasó. Ya era medianoche y Sofía lamentó tener que irse.
A regañadientes, se levantaron del sofá y salieron del apartamento para que Gonzalo la llevara a casa. Llegaron y se despidieron en el coche. Sofía prefería retrasar en lo posible el encuentro de Gonzalo con su familia. Aunque bromeó con él al respecto, sabía que su familia sería un hueso duro de roer.
La muchacha entró a su casa y Gonzalo se marchó. Fue ese el momento en el que Sofía asumió la realidad: estaba realmente enamorada y su vida iba a cambiar completamente.
Ambos estuvieron muy ocupados y apenas pudieron verse durante la semana. Ese día Gonzalo llegaría de un breve viaje de trabajo y Sofía saldría de su guardia aproximadamente a la misma hora. Ambos deseaban verse y Gonzalo le sugirió a la chica que se fuera directamente a su apartamento y allí se verían al llegar él. Arreglaría todo para que la vigilancia le abriera la puerta a la chica.
Así lo hizo Sofía y al salir del hospital se fue en su coche con Ana María a casa de Gonzalo, su amiga la dejó allí y se llevó el pequeño vehículo. Al llegar, se fue inmediatamente al baño, moría de ganas de quitarse de encima el olor a hospital. Se desvistió y entró a la ducha. Disfrutaba del baño cuando escuchó que se abría el ascensor, y como ardía en deseos de abrazarse a Gonzalo, se echó encima una bata de él que colgaba de un gancho y salió aprisa de la habitación.
Fue una sorpresa ver a una linda muchacha, quizás un poco menor que ella, en medio del salón. La joven la miró como si fuera un bicho raro y Sofía se sintió como un insecto bajo el microscopio.
Ambas se miraron sorprendidas por un momento, y fue Sofía quien habló primero.
— ¿Tú quién eres? ¿Cómo entraste aquí?
— ¡Lo mismo pregunto yo! ¿Quién rayos eres y qué haces en casa de mi padre?
Sofía abrió sus ojos enormes con sorpresa.
— ¡Ay, por Dios! ¡Eres la hija de Gonzalo! - exclamó con angustia de verse en aquellas fachas justo al conocer a alguien de su familia.
— Sí, lo soy y te repito ¿Quién rayos eres tú?
A Sofía le molestó el tono de la chica y levantó su barbilla, y le respondió.
— Soy Sofía Montemayor y estoy esperando a Gonzalo, que no debe tardar. Si me permites, iré a terminar de arreglarme.
— ¿Cómo entraste aquí? — la interrogó dudosa.
— Gonzalo dio la orden de que me abrieran mientras llega.— agregó tratando de conservar la paciencia con aquella chica tan altanera.
—Pero, aún sigo sin entender qué haces en casa ¿Acaso eres una "acompañante" contratada por mi padre? — la miró con recelo — Creo que deberías marcharte— le sugirió altanera —No creo que mi padre desee que estés aquí conmigo.
Sofía había permanecido callada por la sorpresa y porque había decidido esperar a que terminara de hablar la chica para sacarla de su error, pero estas últimas palabras le movieron el suelo. ¿Quién se creía esa niñata para hablarle de esa forma?
— Verás... ¿Lucía? Ese es tu nombre creo. ¡Te diré que no soy ninguna acompañante de nadie! Soy "la doctora"—hizo hincapié en la palabra —Sofía Montemayor y soy amiga de tu padre y lo estoy esperando. De modo que voy a terminar de arreglarme— se dio la vuelta para regresar a la habitación, pero Lucía la tomó por un brazo y la haló hacia sí.
— ¿Cómo te atreves a dejarme así? ¡Quiero que salgas de aquí tan pronto te vistas!
— Pues, eso no va a ocurrir. Sólo Gonzalo podría decirme algo así, y no veo la razón para discutir. Entiendo que te sorprenda encontrarme aquí, pero no hay necesidad de ser tan poco amables. Tu padre y yo tenemos una relación, comprendo que te resulte molesto, sobre todo porque nadie desea imaginar a su padre en algo así. No es una imagen que yo querría tener del mío pero eso no justifica que seas una maleducada— se volvió de espaldas para regresar a la habitación y Lucía la detuvo al hablarle de forma insolente.
— ¡Quiero que salgas de aquí ahora mismo! Toma tus cosas y sal de esta casa.
— Pues, cariño, eso no se va a poder—le dijo tajante.—Te repito que no veo motivo para ser groseras, a ambas nos importa la misma persona y considero que si bien no espero que seamos las mejores amigas, no tenemos que estar en guerra. Pero eso vas a tener que decidirlo mientras me visto. Supongo que no tengo que decirte que estás en tu casa, puedes ponerte cómoda y esperar, tu padre no tarda en llegar— Con permiso— levantó su barbilla orgullosa de su compostura y se dio la vuelta para retirarse, pero fue justo el momento en el que se abría nuevamente el ascensor y entró Gonzalo con una pequeña maleta de ruedas tras él.
Al ver la escena, se quedó impávido, con las mandíbulas apretadas.
"De modo que llegó el momento de la verdad"— pensó Gonzalo.
Gonzalo respiró profundo y se volvió a mirar a las chicas una a una. Sonrió ampliamente y fue hasta su hija, quien estaba más cerca de él, le dio un beso al rostro inmóvil de Lucía y la saludó con afecto, pero su hija no le correspondió. Luego fue hasta Sofía y la besó muy brevemente en los labios, para sorpresa de ambas.— ¡Qué bonita sorpresa encontrarlas a ambas aquí! — colocó su maleta en un rincón y se volvió a mirarlas. —Me alegra que se hayan conocido. Cariño... —miró a Sofía— estoy feliz de verte por fin. ¡Fue una semana muy larga! — fue hasta el bar y se sirvió un trago y les ofreció algo de tomar a las mujeres, a lo cual ambas declinaron, mirándolo sin saber qué hacer al verlo a él tan sereno ante la incómoda situación. Fue Lucía quien rompió el silencio.— ¿Papá, puedes explicarme que significa esto?- le preguntó evidentemente molesta con la actitud natural de Gonzalo.—¿Qué debo explicarte, cariño?— le preguntó con tono conciliador — Creo que todo está claro.— ¿Cómo te a
— Debes darle tiempo para asumir esto, no es fácil para tus padres y yo lo comprendo así, de modo que vas a tener que ser paciente y comprensiva con tu familia porque no les estás diciendo que vas a Hawái—rozó sus labios en un ligero beso.Fue en ese momento justamente cuando un nudillo tamborileó en el cristal del coche del lado de Sofía.La chica sintió como le daba un vuelco el estómago al ver a su padre de pie justo a su lado.— ¿Sofía, serías tan amable de bajar de ese coche en este preciso instante, por favor?— ordenó tajante Adolfo Montemayor—y dile al caballero que ya puede marcharse de mi casa.Gonzalo y Sofía se miraron a los ojos y Gonzalo vio la aprensión en el rostro de la chica.— Llegó la hora, amor, hablaré con tu padre.—No, Gonzalo, esto debo hacerlo yo.— No voy a dejarte afrontar sola este momento.— Ya estoy mayorcita, cariño, y como te dije antes, no me rompo fácilmente, no le tengo miedo a mi padre, sólo no quisiera tener que discutir con él por esto.— Sof
— No es el momento para hablar de eso, papá, es tu fiesta. Espero que os guste vuestro regalo.— Sofía, no voy a permitir que eches a perder tu vida de esta forma.— Lo acabas de decir tú mismo. Es mi vida papá, no quiero discutir contigo, pero si sigo o no esta relación, no será por lo que tú opines, sino por lo que decidamos Gonzalo y yo.— No puedes entender que ese hombre tiene casi mi edad?— Eso no es relevante, sino si me hace feliz y juraría que eso debería ser lo más importante para vosotros también. Comprendo que es algo que tenéis que digerir, pero, debéis comprender que la única dueña de mi vida soy yo y si me va bien o no con Gonzalo, es a mí a quien va a afectar, soy yo quien se arriesga.— Así que vas a insistir en ese absurdo comportamiento.— Debo hacer las cosas por mí misma o permaneceré para siempre bajo tus alas. Déjame volar, porque no puedes encerrarme en una jaula. Te guste o no, tu niñita creció y ya salió del nido...estoy segura de que si no estuvieras empeña
Gonzalo se dirigió a su tienda, y se ocupó un rato en organizar algunas cosas pendientes. Al terminar, llamó a Sofía y quedaron en verse en el club junto a Ana para almorzar y él decidió adelantarse. Allí se encontró con algunos amigos y al llegar las jóvenes, las guió al restaurante. Se ubicaron en una mesa y ordenaron. La charla era amena y se reían cuando una mano de uñas perfectamente manicuradas se posó sobre el hombro de Gonzalo.— ¡Hola querido! que sorpresa verte por aquí! — los hermosos labios de Diana se curvaron en una sonrisa, pero sus ojos no sonreían de la misma forma. Gonzalo se puso de pie, y cuando iba a saludar la mujer volvió a hablar —¿Estás con la familia? ¿Cuál de ellas es tu hija?— preguntó a sabiendas de que molestaba con ese comentario — Ninguna — le respondió Gonzalo imperturbable —Sofía, Ana María, la señora Diana Valdez, una amiga... —antes de que terminara las presentaciones, Diana lo interrumpió.— ¡Que tonta soy! Como son tan jovencillas me imaginé que
— Hola, amor... — se acercó a ella y la besó— ¿me extrañaste?— Con desesperación — puso sus brazos alrededor del cuello de Gonzalo—pensé que te habrías olvidado de mí.—Nunca, preciosa, nunca.— ¿Hablaste con tu familia?— Sí y quieren conocerte.— ¿Quieren o les exigiste?— le preguntó preocupada— no quiero imponerme ante nadie. En realidad, creo que podrías darles tiempo para...— Para nada...—le detuvo—van a conocerse y si funciona bien, fenomenal, si no, ya veremos cómo lo resolvemos en el camino. Tendremos una comida familiar y tu estarás allí. Voy a organizarlo todo. Quiero presumirte delante de mi gente.— ¡Ay, por Dios! ¿No crees que sería mejor uno a uno?— replicó intimidada por lo que podría significar.— Todos de una vez. ¡No te preocupes por nada! Te van a amar tanto como yo.— ¡Sí, suéñalo!— suspiró sabiendo que nada iba a ser tan fácil como él sugería.— Preciosa, no sé tú, pero yo estoy exhausto. Quisiera tomar un baño y cenar algo... ¿te apetece una pizza?— ¡Me encant
— Señorita Montemayor — dijo la voz de Adolfo como único saludo cuando Sofía atendió su teléfono.— Su Señoría— dijo Sofía sin inmutarse ante el tono formal de su padre.— ¿Serías tan amable de comer conmigo esta noche?— recordó Adolfo la sugerencia de Gonzalo y decidió dejar la ceremonia a un lado.— ¿Es una invitación normal o me estás llevando con engaños a mi juicio?— Quiero verte, hija. Necesitamos hablar sobre lo que ocurre — dijo con calma.— Papá —se sintió confundida con el tono conciliador de su padre —Me encantará verte, pero...— Prometo escucharte sin juzgarte, hija.— En ese caso, cuando quieras.— ¿Te parece esta noche? Puedo pasar por ti al hospital.— Me parece perfecto, te espero cuando termine mi jornada.— Entonces, es una cita.— Si, papá, una cita ¡Te espero! ¡Ah, papá!— lo detuvo antes de que cortara la llamada —Te quiero mucho.— Y yo a ti, Sofía—la chica no pudo ver la sonrisa de afecto que cubrió el rostro de su padre.Al terminar de hablar con Adolfo, le
Sofía miró el anillo que le ofrecía Gonzalo y las palabras no salían de su boca. Sentía un nudo en su garganta que no le permitía hablar. Un torbellino de emociones se agolpaba en su pecho, y no le dejaban respirar.— Sofía... ¿vas a darme una respuesta? — preguntó angustiado ante la actitud de la joven, hasta que finalmente Sofía logró articular palabras.— Gonzalo... no me esperaba esto. Es tan repentino. — decía ofuscada.— ¿Y cuál es tu respuesta, Sofía?Sofía levantó sus grandes ojos con una mirada desesperada y miró a Gonzalo.— Cariño, te amo, no tengo duda de eso, pero...— Pero, no quieres casarte conmigo... ¿Sofía, por qué te cuesta tanto aceptar? Si estás segura de lo que sientes y hemos luchado para estar juntos.— Y podemos estar juntos, pero no hace falta que estemos casados para eso... no quiero presiones en mi vida.— Pero yo necesito que te comprometas en esta relación.— No hace falta estar casados para estar comprometidos. Yo te amo, Gonzalo, pero no quiero sentirme
Los meses pasaban y Sofía llegó a sentir que vivía más tiempo con Gonzalo que en su casa.— ¡Buenas noches, preciosa! Le sonrió Gonzalo al verla llegar arrastrando su maletín, exhausta.— ¡Por favor, dime que sigo en el mundo de los vivos!— se abrazó al pecho de Gonzalo.— Sí, amor, sigues aquí, con nosotros.¿Qué te parece si tomas un baño caliente, te llevo una copa de vino, y te doy un delicioso masaje?— Uhmmmm! eso suena como el paraíso. Te tomo la palabra, te espero en el jacuzzi...— dijo con voz provocativa y caminó hacia la habitación.Más tarde, esa noche, abrazados en la cama, Sofía le comentó a Gonzalo que debía ir a su casa a por más ropa y cosas que estaba necesitando.— ¿Y si te lo traes todo y mudas conmigo? Además, le darás un gusto a tus padres de verte formalizar aún más nuestra relación.— No voy a hacer algo sólo por darle gusto a nadie. Así estamos muy bien.— Si esa es tu decisión, te apoyo. No te niego que me gustaría que vivieras conmigo.— Ya lo veremos un poc