Los inversores, aunque sorprendidos por la interrupción, escucharon con atención. La claridad y la pasión con la que Alexander presentaba su idea eran innegables, y algunos de ellos comenzaron a intercambiar miradas, reconsiderando sus posiciones iniciales.Desde su asiento, Balthazar Arden observaba con una mezcla de cautela y admiración. Sabía que Alexander no era alguien a quien subestimar, y la determinación del joven príncipe le recordaba la propia ambición que había llevado a la familia Arden a alcanzar su posición actual.Celeste, por su parte, sentía un nudo en el estómago. Sabía lo que significaba este enfrentamiento para su familia, pero también había visto la dedicación de Alexander. Había algo en su voz, en su forma de expresarse, que la conmovía de una manera que no podía ignorar.Cuando Alexander terminó su presentación, el salón quedó sumido en un silencio expectante. Los inversores, con semblantes pensativos, volvieron a reunirse para deliberar. La tensión en el aire e
Celeste, quien hasta ese momento había intentado mantener una apariencia serena, sintió el pánico apoderarse de ella. Ibrahim, su hermano, y Tabat, su fiel amigo, se apresuraron a protegerla. Los tres habían planeado su escape desde el momento en que la situación comenzó a deteriorarse. Intentaron abrirse paso entre la multitud hacia una de las puertas laterales, esperando encontrar una salida antes de que la situación se complicara aún más.Sin embargo, antes de que pudieran cruzar la puerta, un grito potente resonó en el salón.—¡Si cruzas la puerta, juro que jalaré del gatillo! —amenazó Alexander, su voz cargada de determinación.Todos se detuvieron en seco. Alexander, el príncipe primogénito y heredero al trono, estaba de pie con una pistola en mano, apuntando directamente hacia Balthazar, el patriarca de la familia Arden. Su mirada fría y calculadora hacía honor a su reputación en el reino como el "demonio", un hombre conocido por su implacable dureza y falta de piedad.Celeste,
Alexander entró poco después, dejando la puerta tras él entre abierta. La miró con una intensidad que la hizo estremecer, pero mantuvo su postura firme, dispuesta a no mostrar debilidad.—Celeste —dijo Alexander, su voz suave pero firme —Ahora que estás aquí, podemos hablar. No quiero hacerte daño, pero necesito respuestas —Se acercó a ella, sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y desafío.Celeste lo miró, intentando descifrar sus intenciones. Sabía que no podía confiar en él, pero también comprendía que no tenía otra opción que jugar sus cartas con cuidado.—¿Qué quieres saber, príncipe Alexander? —preguntó una vez más, su voz temblorosa pero decidida.Alexander sonrió ligeramente, como si disfrutara del desafío que ella le presentaba.—Todo, Celeste. Quiero saber todo. —Se acercó un paso más, sus ojos fijos en los de ella.La joven respiró hondo, preparándose para lo que venía. Sabía que el camino que tenía por delante no sería fácil, pero estaba decidida a enfrentarlo con va
—Damas y caballeros, después de un examen exhaustivo y una comparación detallada de ambos proyectos, hemos llegado a una conclusión —anunció, atrayendo la atención de todos —El proyecto presentado por la familia Arden, aunque inicialmente atractivo, ha sido revelado como una mera réplica del proyecto original del príncipe Alexander. Esto constituye un grave fraude, una violación de la integridad que valoramos en esta licitación.Un silencio pesado se instaló en la sala mientras el hombre continuaba.—Por lo tanto, hemos decidido otorgar la licitación al príncipe Alexander, cuya propuesta original no solo demuestra innovación y viabilidad, sino también un profundo compromiso con el bienestar de nuestro reino.Una oleada de murmullos recorrió el salón, algunos de alivio y otros de indignación. Alexander, de pie al lado de sus hermanos, inclinó la cabeza en señal de agradecimiento, aunque sus ojos permanecieron fijos en Balthazar Arden.Balthazar, con el rostro endurecido, se levantó de
Faris la observó, su mirada suavizándose.—No pude quedarme sin hacer nada. Sé que lo que hiciste fue incorrecto, pero no puedo ignorar lo que siento.Celeste lo miró fijamente, percibiendo la vulnerabilidad en sus palabras. Una idea empezó a formarse en su mente. Sabía que Faris podía ser su única esperanza de escapar.—Príncipe Faris, no soy la persona que crees. Todo esto ha sido un malentendido —comenzó, su voz temblando ligeramente —No quería hacer daño a nadie. Solo... Solo buscaba una manera de proteger a mi familia. Ahora estoy atrapada aquí, y si no me ayudas, temo lo peor.Faris frunció el ceño, dudando, pero la sinceridad en su voz lo conmovió.—¿Qué quieres que haga? —preguntó finalmente.Celeste se inclinó hacia él, sus ojos brillando con esperanza.—Necesito salir de aquí. Si puedes darme las llaves para salir del palacio, prometo que nadie sabrá que fuiste tú quien me ayudó. Solo quiero regresar con mi familia y evitar una guerra innecesaria.Faris vaciló, su mente luch
Su relación con su hermano y su padre se pondría a prueba, y solo el tiempo diría si el riesgo que había tomado por Celeste valdría la pena.Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Faris sabía que había hecho lo correcto. Había seguido su corazón, y aunque la razón le gritaba que había cometido un error, la verdad era que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía vivo.La luna llena iluminaba el vasto desierto, sus dunas plateadas se extendían hasta el horizonte, creando un paisaje tan hermoso como peligroso. Celeste, la joven rebelde, había logrado huir del palacio con una destreza que solo podía atribuirse a su determinación y astucia. Su corazón latía con fuerza mientras corría, alejándose cada vez más de la opulencia y las cadenas invisibles del reino.La noche era su aliada, el único manto que le ofrecía refugio en su huida. Su vestido, rasgado por las ramas y piedras en su camino, ondeaba como una bandera de resistencia. Con cada paso que daba, sentía cómo se desvanecían la
—¿Qué quieres decir con que ha escapado? —preguntó Alexander, su voz grave pero contenida.—Mi señor... la habitación está vacía. Creemos que alguien la ayudó a escapar —balbuceó el guardia, sudando bajo la mirada intensa del príncipe.La calma habitual de Alexander se desmoronó en un instante. Su rostro se tensó, y una sombra de ira oscureció sus ojos. El heredero al trono no era conocido por su paciencia, y la idea de que Celeste, la mujer que había osado robar su proyecto, hubiera escapado bajo su vigilancia, lo enfurecía.—¡Incompetentes! —rugió Alexander, golpeando la mesa de madera con tal fuerza que los documentos y copas sobre ella cayeron al suelo.El salón se sumió en un silencio tenso. Los sirvientes y guardias presentes evitaron moverse, temerosos de ser el próximo blanco de su ira. Alexander respiraba con dificultad, sus manos apretadas en puños. Su mente se llenó de imágenes de Celeste, recordando cada encuentro, cada mirada desafiante. No podía permitir que escapara, no
A pesar de sus diferencias con su hermano mayor, no deseaba que las cosas llegaran tan lejos. Pero Faris también entendía que debía mantener la calma, pues cualquier movimiento en falso podría levantar sospechas. La última vez que había hablado en contra de sus decisiones, las consecuencias no habían sido agradables. La situación era peligrosa, y él no debía, ni podía, despertar la ira de los demás.Así que, como siempre, se mantuvo en silencio. Sus ojos se posaron en Kael, viendo cómo se preparaba para llevar a cabo la misión que su padre le había asignado. Faris sabía que Kael no tenía intenciones nobles; su hermano estaba obsesionado con el poder, y si podía aprovechar cualquier debilidad de Alexander, lo haría sin pensarlo dos veces. Sin embargo, no podía actuar sin levantar sospechas, y se mantenía inmóvil, observando a la distancia.El plan del rey parecía claro, si la fugitiva estaba en la casa de los Arden, Kael y su comitiva no perderían tiempo en capturarla. No importaba si