Canela estaba sentada entre Alma y Nereida, viendo cómo los demás se divertían, bebían y bailaban. Las risas y los chistes marabinos cubrían todo el espacio.
–Mamá –susurró la joven.
–Dime, hija. –Nereida se giró para mirarla.
–¿Irás a Margarita a visitar a la Tía Lu?
Nereida hizo una pausa antes de contestar.
–Sabes que ella y yo no nos hablamos.
–Pero ella te extraña.
Nereida frunció los labios.
–¿Te lo dijo?
–No, pero yo lo sé.
–Jm. –La madre de Canela volvió a su posición original en el asiento–. Me parece raro que sea a mí a quien extraña.
Canela frunció el ceño. Haría la correspondiente pregunta, pero fue interrumpida por Alma.
–Nena, ¿será que puedo salir un momento? –preguntó la mexicana.
–Claro, por supuesto. Acompáñame. Es por acá. Permiso, mamá.
La mencionada asintió. Ambas jóvenes se levantaron y se dirigieron a la cocina. En ese instante, Carlos y Romer entraban a la casa.
–¿Está t
En la mañana siguiente, Canela se despierta con las sábanas pegadas a la cara y vio a Alma dormida a su lado. Tocó ligeramente su rostro y sonrió enternecida. Sin querer despertarla, ya que sabía que lo hacía tarde y debía estar cansada por el vuelo, se dirigió al baño, se dio una ducha y lavó sus dientes. Se vistió con un jean y una camiseta, guardó alguna de sus cosas en una pequeña cartera bandolera, y salió de la habitación casi en puntillas.Al bajar, vio a Fedra desayunando en la mesa, sola.–Buenos días, ¿te sientes bien? –preguntó la madre de Romer.Ella asintió lentamente.–¿Mis padres?–Josué está en el despacho. Creo que Nereida está con él. Pero siéntate y desayuna algo, linda.Canela obedeció y tomó apenas un poco de jug.:–Señora Fedra…–No, no, no, no, nada de señora. Dime solo Fedra. Ya te lo he dicho.Canela sonrió.–Quiero preguntarle acerca de Dina. –Fedra la miró, atenta–. ¿Cómo es ella?La madre d
–¡Suéltame!Aragón alzó las manos en disculpa, ya cuando se encontraban dentro de la vivienda. Romer la miró preocupado.–¿Estás bien?–Es que… Estoy sorprendida, la trataste como si ella fuese una niña de ocho años. ¡Es que ni siquiera se tratan así a los niños de ocho años!Romer se agarró su cabello con las manos.–¡En mi sano juicio! Y créeme que lo digo con la mayor sinceridad… En mi puto sano juicio jamás hubiese concertado un encuentro entre ustedes dos. ¡Jamás!Canela no cerraba la boca y sonreía en desconcierto.–Es… Ella es… ¡Es hermosísima! Pero es… es horrible a la vez. Es…–Canela.–Vine hasta aquí para conversar contigo, ni recordaba que ella vivía en este edificio.–Ya te lo había dicho.–Sí, sí. Ya, ya.Canela asintió con gesto obvio e hizo silencio. Caminó alrededor de los muebles y observó cada cosa. Se detuvo detrás del más grande, apoyando sus manos en el espaldar.–Un apartamento de so
–¡Pitoquín! –Dina entraba a la derruida vivienda de uno de sus "amigos"–. ¡¿Dónde coño estás?!–¿Qué te pasa? Vas a despertar a Mamá.–¡No me importa!–Pues, que te importe. Ya deja de gritar.Dina entró en la habitación como un ventarrón–¿Qué te pasa? –volvió a preguntar el sujeto.–Debes hacer algo, llama a tu gente. Dile al merideño que se ponga las pilas. ¿Dónde está?Pitoquín se reía.–¿Pero qué coño pasa? ¿Te hace falta esto? –Él señaló la gran mesa de su habitación.Dina reviró los ojos.–No quiero tus porquerías, lo que quiero es que se pongan las pilas –decía chasqueando los dedos de forma insolente–. ¿Ustedes no estaban planeando una gran estocada?El rostro de Pitoquín cambió a una expresión de certeza.–Siéntate aquí.–No me quiero sentar, me tiene arrecha –exclamó coloquialmente–. ¡No aguanto a esa niña de mierda!Pitoquín alzó una ceja.–Está facilito, Pitoquín
Nereida no quiso estacionarse en el aparcamiento privado. Requería de mucho tiempo y ya estaba sobre la hora. Dio una vuelta más y estacionó dónde pudo, algo alejada de la puerta principal del aeropuerto internacional.La noche anterior pudo despedirse de la mexicana por vía telefónica, pero deseaba hacerlo en persona.Ya estacionada, corrió, atravesó el rallado justo en frente de las puertas del aropuerto. Al llegar al tope de escaleras, vio el tumulto de gente. Es temporada alta, pensó.Miró el reloj y vio lo que temía: estaba sobrepasada de la hora. Maldijo entre dientes pero fue interrumpida por una voz.–¡Mamá!Vio a Canela en la acera con una expresión de asombro, la cual fue cambiando indicándole que había llegado tarde para despedirse de Alma. "Ya se fue", leyó de sus labios. Exhaló con pena, Alma le caía muy bien, su hija no podía tener mejor amiga que ella.Pero no había lamento más grande de lo que pasó a continuación. Nunca imaginó que
“Que tus palabras tengan un tono amable; mantén la cabeza inclinada. Baja tus ojos, y eleva tu corazón hacia el cielo; y cuando hables, no fijes tu mirada en tu interlocutor.”Carta de Nahmánides a su hijo.No supo exactamente lo que pasaba, hasta que sintió la fuerza de unas manos sostenerle la cabeza; duro y con determinación. Canela puso la frente entre sus piernas, cuando una voz de hombre se lo indicó. La velocidad del vehículo era demasiado alta. Su propia estabilidad, era controlada por una persona a su lado. Por alguna razón, ella sentía que aquellos hombres no le harían nada malo. Estaba quizás, aferrada a una certeza de que todo acabaría pronto y aquellos maleantes obtendrían lo que querían. Pensó en su padre. Era obvio para ella que el dinero estaba dentro de las razones de su secuestro; su padre encontraría el dinero y la liberarían. ¡Tenía que ser así!Los homb
Romer erró los ojos, los apretó y se pasó las manos sobre el rostro para quitarse el exceso de agua de la ducha.–El administrador de mierda. El maldito administrador. Canela… –Él le alzó la cara con delicadeza–. ¡Yo trabajé con él! Es más, trabajé para él, lo hubiese reconocido a leguas…–Ya, por favor, ya entendimos que todo se trataba de una venganza por el despido. Siempre fue un delincuente. Sabemos la verdad, pero no tenemos que enfrascarnos en eso. Todo lo malo pasó. Yo estoy bien, ya puedo hablar mejor y me estoy recuperando.Romer la abrazó mucho más fuerte que antes y suspiró, dándose cuenta de lo grandiosa que era Canela. Y agradeciendo a Dios por tenerla allí, consigo.–Entonces, mañana…–Hoy, hoy celebraremos tu cumpleaños. Bueno, cuando sean las 12:00 AM te felicitaré cómo Dios manda. –Él cerró el grifo de la regadera y abrió la cortina–. La cena se va a enfriar. –Alzó las cejas–. Hice postre.Ella abrió los labios un poco cuánto pud
–¡¿Qué hace Dina aquí?!–¿Qué? –Carlos volteó de un salto y vio la figura de la mujer, meterse en el restaurante cerrado–. ¿Tú la invitaste?–¡Claro que no!–Romer –Carlos lo atajó por un brazo–, ¿qué vas a hacer?Aragón miró la mano de su amigo sobre su brazo. Luego lo miró a él con molestia.–Ven conmigo.Ambos se dirigieron al lugar donde habían visto a Dina. Al entrar al restaurante, se dieron cuenta que no había nadie. Entonces Romer sin pensarlo dos veces, entró al baño de señoritas. Carlos por su parte, miró hacia afuera para asegurarse de que nadie los hubiese visto, y siguió a Romer.–¡¿Qué coño haces aquí!?Aragón agarró a Dina de un brazo y apretó sin medida alguna.–¡Ahh! ¡Me haces daño! ¿A caso no puedo ir a la boda de mi hermano?–¡No somos hermanos! En mala hora vine yo a querer serlo.–Romer, déjala. La vas a lastimar –advirtió Carlos, dándose cuenta de la furia que mostraba Aragón. –¡Suél
El rostro de Romer era un cubo de hielo. Como una tabla clavada en la pared, escuchaba a Dina una vez más. Ella estaba presa, custodiada por la policía en esa tétrica habitación de hospital. Herida y malograda por la vida. Y por sus propios actos.–No dejaste que terminara la historia. Aun así, me creíste mentirosa y me botaste del hotel.Romer calibraba aquellas palabras, sintiendo un ahogo extraño. Sentía peso en los hombros y asco en la boca. Pero el peso por muy raro que pareciera, era liviano. Asemejado a un peso muerto, cuando ya nada importa. –Lo de Josué, lo dije para herir a Carlos. Él se merecía su parte, por haberme rechazado.–Pero es verdad –dijo Aragón. Josué bajó la cabeza. Canela miró a su padre.Dina sonrió.–Tan verdad como el hecho de estar presa ante ustedes, aquí me tienen. Deben sentirse todos contentos. Pero no me iré al infierno sin contarles, que esa gente ya no haría nada. –Hizo una pausa–. Josué había pagado todo