Canela sujetaba contra su pecho el teléfono fijo de su casa. Sus ojos estaba puestos en la pintura blanco perla del techo, pero su mente no se encontraba allí. Acostada sobre su cama, dejó que las dos llamadas que habían cruzado la línea hace una hora, se asentaran y calmasen los latidos de su corazón.
Se había inscrito en Administración de Empresas por su padre, para que no fuera molestada por él ni por nadie. Pero tenía otros planes y no era salir del país. Canela Mendoza era una joven dolida y la razón de aquel sentimiento triste solo la conocía una persona: Alma. Una mexicana rubia y muy hermosa, de 27 años, quién se convirtió en su confidente.
Al contestar la llamada de larga distancia, su amiga le había saludado con tanto fervor, que a Canela le costó mucho evitar las lágrimas.
–¿Cómo se encuentra el trabajo?
–Querrás decir, cómo me encuentro yo –dijo Alma, riendo.
Canela, más calmada, la siguió.
–Alma de mi alma, sabes a lo que me refiero.
–Quiero de ese color marrón… –Nereida chasqueaba los dedos para recordarse de esa forma lo que necesitaba traer a colación–. Ese color marrón... ¡Carmen! Espabílate, Mujer. Ayúdame aquí.La madre de Carlos, Carmen, se encontraba sentada en una butaca muy cómoda por fin, después de tanta caminata en el centro de Maracaibo. Quería seguirle el ritmo a su cuñada, pero era imposible.–Déjame descansar, Nereida. Que ya no aguanto las piernas. Mira… Las várices se me empiezan a notar.Nereida reviró los ojos. Se giró de nuevo hacia la vendedora para seguir con la faena de encontrar el color de tela específico que buscaba. Al cabo de un rato, luego de tomarse un jugo de panela con limón, se dirogieron al estacionamiento privado donde habían estacionado el carro de Nereida.El centro de Maracaibo era una zona estrepitosa y odiada por muchos. Llena de bazares, buhoneros y tiendas antiguas, las cuales nadie se preocupaba porque tuviesen mejor aspecto
Canela se colocó frente a la puerta para escuchar la terrible conversación que se desarrollaba, llorando. Sus padres discutían, Nereida estaba más que determinada a irse a Nueva York,Lloró por el abandono, a pesar de entenderlo como una escapada que quizás no duraría para siempre. Se sintió abandonada de nuevo y todo por culpa de factores ajenos a ellos. Pensó en las miles de personas dejando el territorio por traumas, vivencias o escenarios dramáticos. Ella no veía un atraco como razón suficiente, los atracos eran ley de vida en la ciudad.Se levantó y puso sus manos sobre los párpados para restregarlos. Bajó de prisa las escaleras y salió al patio de la casa. Romer alzó la cabeza y la vio salir, pero quedó asombrado por el rostro tan devastado de la joven. Corrió trás ella.La encontró en el patio al lado de uno de los carros, llorando en silencio. Se quedó de piedra. Odió verla así y en ese instante no impotó si ella era alguien, por decirlo, intocable, p
“Dafi. Dafi, querida, es una noche en blanco, no tiene sentido insistir. Sólo lograrás acabar llorando otra vez, niña. Te conozco, te he oído lloriquear bajo la manta. Sólo cuando tratas intensamente de conciliar el sueño, es que te enervan esas cosas: el débil ronquido de mamá o de papá, el ruido de un auto de la calle, el viento que hace golpear el postigo del baño. Ya es más de medianoche. Pensaste que te escaparías, gordita, pero esta noche es una noche sin sueño. No hay alternativa. Basta, deja de dar vuelta a la almohada y de empujarla de lado a lado, haciéndote la muerta. Basta de tonterías ¿a quién tratas de embaucar? Abre los ojos, por favor, junta fuerzas, siéntate y enciende la luz y traza un plan para matar el tiempo que queda entre ahora y la mañ
Carlos se encontraba en el apartamento que compartía con su amigo Romer. Tomaba una larga ducha, mientras pensaba en Dina y en la herida que se había hecho hace días. En ocasiones pensaba que alguno de los golpes que ella traía consigo, eran provocados por alguien más. Pero era muy difícil enfatizar en aquello, sabiendo sobre el miedo que tenía hacia el exterior. Siempre se preguntó cuándo comenzó a encerrarse. Y cómo era posible que Aragón no se diera cuenta de la gravedad del asunto.Carlos de alguna forma siempre intentaba no tomarse tan a pecho la situación de esa mujer. Sin embargo, Dina para él era alguien muy importante, como una hermana menor a quien debía tener vigilada. Con Faustina no tenía que gastar mayor cuidado que con la propia Dina.Envolvía su cintura con una toalla, cuando escuchó el timbre. Viró los ojos pensando que podía ser ella. Esperaba que no. Tenía que dirigirse a la oficina y no quería tardar más de lo que siempre tardaba. Se acerc
–Mmm, están demasiado buenas –dijo Lu, opinando sobre las suculentas arepas que se devoraban todos en la terraza de la posada–. ¿Verdad, sobrina?–Sí. La verdad es que sí –dijo moviendo las cejas.Romer sonreía.–¿Quién te enseñó a prepararlas? –le preguntó Lu a él.–Mi madre.–¿Sí? ¿Y ella ya no vive contigo?Él negó con la cabeza y se limpió la boca con una servilleta de tela.–No, ella vive en Mérida.–Wow. Mérida. ¡Qué bello! Tengo años que no voy por allá –dijo la tía de Canela. –Sí, es bastante hermoso –dijo él.–¿Eres de allá? –preguntó Lu.–No, soy de Maracaibo. Y mamá es de San Cristóbal.–¿Ah, sí? Yo tengo familia allí –informó el viejo Macario.Romer sonrió.–Voy por más jugo –informó Canela, levantándose, un poco extrañada por todo.–Niña, trae un vinito tinto de la neverita, por favor.–Ok, tía.Romer la siguió con la mirada. Canela quería relajarse,
Romer y Canela se dirigieron a un restaurante de comida rápida que quedaba entre la Avenida Aldonza Manrique y la Avenida Bolívar. Ambos estaban hambrientos y se pusieron de acuerdo en no querer esperar demasiado por un plato de comida. Hamburguesas era lo ideal.Canela le contó sobre sus deseos de estudiar Hotelería y Turismo en la isla. Gracias a los contactos de su tía, se inscribiría en enero. Aragón le contó cómo comenzó a trabajar con Josué Mendoza. Canela estaba asombrada por la sencillez que él demostraba, escuchando las historias de Mérida cuando vendía fresas para el jefe de su madre. Lo empezaba a ver más luchador que nuca. Ella sabía que él poseía bienes, que le gustaban las cosas buenas y que daba la talla siendo el administrador de Lácteos del Lago.–¿Y eres solo tu mamá y tú? –preguntó ella.–Básicamente. También tengo una medio hermana.–¿Sí? ¿De parte de madre o de padre?Él sonrió.–De ninguno de los dos. Ella se crió conmigo.
Saciados. Sobre la cama, Canela se giró para mirarlo. Un rayo de luz se colaba por la ventana y dejaban ver la profundidad de los ojos de Aragón. Los brazos fuertes de él la cercaban mientras ondeaba su erección nuevamente despierta contra las partes íntimas de ella, irritadas por lo que acababan de experimentar. Él la miró de vuelta y sobó sus mejillas sonrojadas por el éxtasis. Una sonrisa que mostraba su adoración por aquel sonrojo.–Eres demasiado hermosa. Lo que acabamos de hacer… –Exhaló con placer–. Quiero que siempre estés segura, Canela.–¿Hablas de protección?Él se rió por un instante porque obviamente no hablaba de eso. Pero de inmediato se puso serio y abrió los ojos de par en par.–Mierda.Ahora la que reía era ella.–Tranquilo, me cuido. De todas formas, en algún lugar de mi bolso debe haber un condón.El asintió. Él empezó a sentir los besos de ella sobre su abdomen. Canela subió la cara y sonrió pletórica, transformando esa
Una cama cómoda era lo que más amaba Lucía. Ella había pasado por mucho. Y sabía que lo invaluable para el ser humano, es poder estar feliz bajo un techo y tener donde dormir. Por eso, consideraba su habitación un paraíso y también, su espacio más íntimo, donde podía pensarlo todo, sin barreras.Lu tenía una vida tranquila. Pero ella sabía que la tranquilidad llama a los recuerdos. Porque a través de las horas quietas, hay tiempo de sobra para recordar. Su sobrina canela era tan parecida a ella, que se estremecía de solo pensarlo. Nadie lo decía, nadie se percataba de eso. Pero los genes de ese lado de la familia, eran femeninos. Y ahora luego del suceso de la toalla, el parecido traspasaba las barreras de lo invisible: hechos que se repetían a través de los años. «Mañana habrá tiempo para seguir recordando», pensó, moviéndose de un lado al otro en la cama. Pero claro, no todas las noches eran tan solitarias. Lo supo al exaltarse con el repique del teléfono.–Aló.<