Carlos se encontraba en el apartamento que compartía con su amigo Romer. Tomaba una larga ducha, mientras pensaba en Dina y en la herida que se había hecho hace días. En ocasiones pensaba que alguno de los golpes que ella traía consigo, eran provocados por alguien más. Pero era muy difícil enfatizar en aquello, sabiendo sobre el miedo que tenía hacia el exterior. Siempre se preguntó cuándo comenzó a encerrarse. Y cómo era posible que Aragón no se diera cuenta de la gravedad del asunto.
Carlos de alguna forma siempre intentaba no tomarse tan a pecho la situación de esa mujer. Sin embargo, Dina para él era alguien muy importante, como una hermana menor a quien debía tener vigilada. Con Faustina no tenía que gastar mayor cuidado que con la propia Dina.
Envolvía su cintura con una toalla, cuando escuchó el timbre. Viró los ojos pensando que podía ser ella. Esperaba que no. Tenía que dirigirse a la oficina y no quería tardar más de lo que siempre tardaba. Se acerc
–Mmm, están demasiado buenas –dijo Lu, opinando sobre las suculentas arepas que se devoraban todos en la terraza de la posada–. ¿Verdad, sobrina?–Sí. La verdad es que sí –dijo moviendo las cejas.Romer sonreía.–¿Quién te enseñó a prepararlas? –le preguntó Lu a él.–Mi madre.–¿Sí? ¿Y ella ya no vive contigo?Él negó con la cabeza y se limpió la boca con una servilleta de tela.–No, ella vive en Mérida.–Wow. Mérida. ¡Qué bello! Tengo años que no voy por allá –dijo la tía de Canela. –Sí, es bastante hermoso –dijo él.–¿Eres de allá? –preguntó Lu.–No, soy de Maracaibo. Y mamá es de San Cristóbal.–¿Ah, sí? Yo tengo familia allí –informó el viejo Macario.Romer sonrió.–Voy por más jugo –informó Canela, levantándose, un poco extrañada por todo.–Niña, trae un vinito tinto de la neverita, por favor.–Ok, tía.Romer la siguió con la mirada. Canela quería relajarse,
Romer y Canela se dirigieron a un restaurante de comida rápida que quedaba entre la Avenida Aldonza Manrique y la Avenida Bolívar. Ambos estaban hambrientos y se pusieron de acuerdo en no querer esperar demasiado por un plato de comida. Hamburguesas era lo ideal.Canela le contó sobre sus deseos de estudiar Hotelería y Turismo en la isla. Gracias a los contactos de su tía, se inscribiría en enero. Aragón le contó cómo comenzó a trabajar con Josué Mendoza. Canela estaba asombrada por la sencillez que él demostraba, escuchando las historias de Mérida cuando vendía fresas para el jefe de su madre. Lo empezaba a ver más luchador que nuca. Ella sabía que él poseía bienes, que le gustaban las cosas buenas y que daba la talla siendo el administrador de Lácteos del Lago.–¿Y eres solo tu mamá y tú? –preguntó ella.–Básicamente. También tengo una medio hermana.–¿Sí? ¿De parte de madre o de padre?Él sonrió.–De ninguno de los dos. Ella se crió conmigo.
Saciados. Sobre la cama, Canela se giró para mirarlo. Un rayo de luz se colaba por la ventana y dejaban ver la profundidad de los ojos de Aragón. Los brazos fuertes de él la cercaban mientras ondeaba su erección nuevamente despierta contra las partes íntimas de ella, irritadas por lo que acababan de experimentar. Él la miró de vuelta y sobó sus mejillas sonrojadas por el éxtasis. Una sonrisa que mostraba su adoración por aquel sonrojo.–Eres demasiado hermosa. Lo que acabamos de hacer… –Exhaló con placer–. Quiero que siempre estés segura, Canela.–¿Hablas de protección?Él se rió por un instante porque obviamente no hablaba de eso. Pero de inmediato se puso serio y abrió los ojos de par en par.–Mierda.Ahora la que reía era ella.–Tranquilo, me cuido. De todas formas, en algún lugar de mi bolso debe haber un condón.El asintió. Él empezó a sentir los besos de ella sobre su abdomen. Canela subió la cara y sonrió pletórica, transformando esa
Una cama cómoda era lo que más amaba Lucía. Ella había pasado por mucho. Y sabía que lo invaluable para el ser humano, es poder estar feliz bajo un techo y tener donde dormir. Por eso, consideraba su habitación un paraíso y también, su espacio más íntimo, donde podía pensarlo todo, sin barreras.Lu tenía una vida tranquila. Pero ella sabía que la tranquilidad llama a los recuerdos. Porque a través de las horas quietas, hay tiempo de sobra para recordar. Su sobrina canela era tan parecida a ella, que se estremecía de solo pensarlo. Nadie lo decía, nadie se percataba de eso. Pero los genes de ese lado de la familia, eran femeninos. Y ahora luego del suceso de la toalla, el parecido traspasaba las barreras de lo invisible: hechos que se repetían a través de los años. «Mañana habrá tiempo para seguir recordando», pensó, moviéndose de un lado al otro en la cama. Pero claro, no todas las noches eran tan solitarias. Lo supo al exaltarse con el repique del teléfono.–Aló.<
Lo que había sido el comienzo de una despedida, se convirtió en el inicio de viajes. Y los viajes son trascendentes.Al parecer, desde aquella noche en esa cama, se trazó un plan consecuente para Canela y Aragón. Él sentía la imperiosa necesidad de estar con Canela y ella deseaba cada día tenerlo cerca, percibir su quietud, inteligencia, sencillez, su excelente humor de las mañanas y hasta sus buenos modales.Canela logró matricularse en Hotelería y Turismo y a mediados de enero del año siguiente comenzaría sus estudios. Los inconvenientes en la empresa de su padre habían disminuido. Aragón le informaba a Canela todo lo concerniente a la empresa. Canela agradecía cada día por él y su puesto de trabajo.Ella seguía recibiendo llamadas de Carlos constantemente y en su mayoría, intentaba no contarle demasiado a su novio sobre el contenido de esas llamadas.El mes de diciembre llegó y abrió sus puertas junto a un alterado clima. Y no meteorológicamente hablando:
Josué notó la sequedad de su garganta al intentar tragar. Nunca subestimó a Aragón con el trabajo que desempeñaba en la empresa, pero lo de Canela…–Canela y yo estamos juntos, Josué, ¿escuchaste?–Me di cuenta que la llamaste "novia” –dijo entre dientes. Unos segundos de silencio le siguieron a esa confesión. Unos segundos que parecieron eternos.–Buena manera de quitarme la resaca –gruñó Mendoza.–No creo que la resaca se te quite. A menos que le cuente todo a tu hija.–¿Me estás amenazando?Romer se echó a reír.–Vístete y sé un padre. Ponte las pilas y regresa a la empresa.Josué clavó la mirada en él.–Hice un préstamo… Romer alzó la cara.–¿Hipotecaste la empresa?–Estaba en quiebra.–Eso no era así del todo.–Estuve a punto de quedarme en números rojos.Romer asintió arrugando los labios y alzando las cejas. Josué apretó los párpados y se pasó la mano por
Romer apretó los dientes. No lo podía creer.–¿Qué te dijo Dina?–¿Por qué hablas tan despectivamente de ella? ¿No se supone que es tu hermana?–No he dicho nada.–No entiendo por qué cada vez que te hablo de Dina, cada vez que la menciono...–No quiero discutir.–¿Quién está discutiendo? Tú eres quien me quiere llevar a Maracaibo.–Allá está tu casa.–Esta es mi casa –dijo señalando alrededor.–Te quiero conmigo allá.–Me tienes contigo aquí.Romer se movió unos pasos y volvió a ponerse delante de ella.–¿Qué estás diciendo, Canela? No soy de aquí, no vivo aquí. Y tú eres mi novia...–Esto es una locura –le interrumpió–. No me puedes obligar a estar en un sitio que yo no quiero. Te pareces a mi padre.–Esa es otra razón, tu padre. ¿No vas a ir a verlo?–No me vengas con chantajes.–No me señales, baja ese dedo. No es un chantaje, ¡estoy cansado! No voy a permitir que la maldita distancia
–¿Cómo la están pasando?El joven estudiante militar y amigo de Aragón, quien había alquilado aquel bote junto a otras personas, se aseguraba de que sus invitados se encontraran cómodos.–Muy bien. ¿Por qué no vienen a esta parte? –señaló el espacio.–No queremos interrumpir. –El joven guiñó un ojo–. Adentro hay cervecita. Está bien fría.–Gracias, Pedro –dijo Canela.–De nada, preciosa –respondió el anfitrión.La pareja se encontraba sobre una tumbona en la parte trasera de la nave. Ella boca arriba y Romer entre sus piernas, exponiendo su espalda desnuda al sol.–¿Dónde los conociste?–Pedro es sobrino de uno de los dueños de la empresa con la que firmamos unos contratos en noviembre. Juan es amigo de él. –Canela asintió–. Pedro es militar. ¿Y sabes? Me invitó a servir.–¿Sí?–Ajá. Él es una buena persona. Hicimos buenas migas de inmediato.–¿Pero él no es de aquí, verdad?–Los Suárez so