Una cama cómoda era lo que más amaba Lucía. Ella había pasado por mucho. Y sabía que lo invaluable para el ser humano, es poder estar feliz bajo un techo y tener donde dormir. Por eso, consideraba su habitación un paraíso y también, su espacio más íntimo, donde podía pensarlo todo, sin barreras.
Lu tenía una vida tranquila. Pero ella sabía que la tranquilidad llama a los recuerdos. Porque a través de las horas quietas, hay tiempo de sobra para recordar. Su sobrina canela era tan parecida a ella, que se estremecía de solo pensarlo. Nadie lo decía, nadie se percataba de eso. Pero los genes de ese lado de la familia, eran femeninos. Y ahora luego del suceso de la toalla, el parecido traspasaba las barreras de lo invisible: hechos que se repetían a través de los años. «Mañana habrá tiempo para seguir recordando», pensó, moviéndose de un lado al otro en la cama. Pero claro, no todas las noches eran tan solitarias. Lo supo al exaltarse con el repique del teléfono.
–Aló.<
Lo que había sido el comienzo de una despedida, se convirtió en el inicio de viajes. Y los viajes son trascendentes.Al parecer, desde aquella noche en esa cama, se trazó un plan consecuente para Canela y Aragón. Él sentía la imperiosa necesidad de estar con Canela y ella deseaba cada día tenerlo cerca, percibir su quietud, inteligencia, sencillez, su excelente humor de las mañanas y hasta sus buenos modales.Canela logró matricularse en Hotelería y Turismo y a mediados de enero del año siguiente comenzaría sus estudios. Los inconvenientes en la empresa de su padre habían disminuido. Aragón le informaba a Canela todo lo concerniente a la empresa. Canela agradecía cada día por él y su puesto de trabajo.Ella seguía recibiendo llamadas de Carlos constantemente y en su mayoría, intentaba no contarle demasiado a su novio sobre el contenido de esas llamadas.El mes de diciembre llegó y abrió sus puertas junto a un alterado clima. Y no meteorológicamente hablando:
Josué notó la sequedad de su garganta al intentar tragar. Nunca subestimó a Aragón con el trabajo que desempeñaba en la empresa, pero lo de Canela…–Canela y yo estamos juntos, Josué, ¿escuchaste?–Me di cuenta que la llamaste "novia” –dijo entre dientes. Unos segundos de silencio le siguieron a esa confesión. Unos segundos que parecieron eternos.–Buena manera de quitarme la resaca –gruñó Mendoza.–No creo que la resaca se te quite. A menos que le cuente todo a tu hija.–¿Me estás amenazando?Romer se echó a reír.–Vístete y sé un padre. Ponte las pilas y regresa a la empresa.Josué clavó la mirada en él.–Hice un préstamo… Romer alzó la cara.–¿Hipotecaste la empresa?–Estaba en quiebra.–Eso no era así del todo.–Estuve a punto de quedarme en números rojos.Romer asintió arrugando los labios y alzando las cejas. Josué apretó los párpados y se pasó la mano por
Romer apretó los dientes. No lo podía creer.–¿Qué te dijo Dina?–¿Por qué hablas tan despectivamente de ella? ¿No se supone que es tu hermana?–No he dicho nada.–No entiendo por qué cada vez que te hablo de Dina, cada vez que la menciono...–No quiero discutir.–¿Quién está discutiendo? Tú eres quien me quiere llevar a Maracaibo.–Allá está tu casa.–Esta es mi casa –dijo señalando alrededor.–Te quiero conmigo allá.–Me tienes contigo aquí.Romer se movió unos pasos y volvió a ponerse delante de ella.–¿Qué estás diciendo, Canela? No soy de aquí, no vivo aquí. Y tú eres mi novia...–Esto es una locura –le interrumpió–. No me puedes obligar a estar en un sitio que yo no quiero. Te pareces a mi padre.–Esa es otra razón, tu padre. ¿No vas a ir a verlo?–No me vengas con chantajes.–No me señales, baja ese dedo. No es un chantaje, ¡estoy cansado! No voy a permitir que la maldita distancia
–¿Cómo la están pasando?El joven estudiante militar y amigo de Aragón, quien había alquilado aquel bote junto a otras personas, se aseguraba de que sus invitados se encontraran cómodos.–Muy bien. ¿Por qué no vienen a esta parte? –señaló el espacio.–No queremos interrumpir. –El joven guiñó un ojo–. Adentro hay cervecita. Está bien fría.–Gracias, Pedro –dijo Canela.–De nada, preciosa –respondió el anfitrión.La pareja se encontraba sobre una tumbona en la parte trasera de la nave. Ella boca arriba y Romer entre sus piernas, exponiendo su espalda desnuda al sol.–¿Dónde los conociste?–Pedro es sobrino de uno de los dueños de la empresa con la que firmamos unos contratos en noviembre. Juan es amigo de él. –Canela asintió–. Pedro es militar. ¿Y sabes? Me invitó a servir.–¿Sí?–Ajá. Él es una buena persona. Hicimos buenas migas de inmediato.–¿Pero él no es de aquí, verdad?–Los Suárez so
Y llegó la noche y ésta era joven. Siguiendo un hilo despierto, Pedro dio la idea de seguir la fiesta en un sitio nocturno. No todos se emocionaron con la idea, pero aquella frase de que la vida era una quinceañera, hacía que valiera la pena todo.–¿Y si vamos a bailar?Eso era todo lo que había que preguntar. Canela se emocionó de inmediato cuando su propuesta gustó a los demás. Ella andaba en sandaias de corcho, falda de jean corta, el traje de baño bajo sus prendas y comenzó a caminar hacia delante tomada de la mano de su novio, haciendo mover sus caderas.Romer adoraba una fiesta, pero siempre asistía a los mismos lugares de confianza en Maracaibo. En ese momento no se sentía cómodo yendo a un sitio nocturno desconocido con Canela. Le rogó a Dios paciencia. Jamás se había preocupado por ninguna mujer. Los celos no eran su fuerte, ni siquiera sabía manejarlos bien. Odiaba que los demás tipos la miraran. Quería acabar con las sonrisas deseosas de los hombr
Romer tenía el rostro compungido. Un olor a aceite quemado con una mezcla de incienso socavaba su cordura. Eran dos olores muy diferentes, pero no por la diferencia de esencias. Uno de ellos parecía más real que el otro. Miró sus pies, los cuales estaban descalzos y sucios, buscó cerca las botas que siempre cargaba sin encontrarlas por ningún lado. Suspiró con frustración y miró al frente. Una gran pared de concreto gris limitaba su espacio, pero al adelantarse unos metros, observó que a su izquierda el camino seguía. No entendía muy bien donde se encontraba, pero por alguna razón, debía seguir por allí.Caminó varias horas, parecían días caminando sin llegar a ningún lado. Cruzaba por las esquinas con la esperanza de salir, pero nada le indicaba que aquello ocurriría. De repente, escuchó una risa. Sabía quién era y significó música para sus oídos. Sonrió de forma tierna y siguió la ligera carcajada. Con los ojos bien abiertos, divisó a lo lejos una figura de mujer. Canela. Gr
En ese momento sonó el celular de Romer. Éste se disculpó y fue a atender la llamada.Canela tampoco era tonta. Sabía que las confesiones referentes a Carlos y ella, habían molestado de alguna forma a Aragón. Que los celos pululaban en su cabeza a la par de la amistad y el nivel de profesionalismo que debía conservar ante él. Entre todas esas cosas, por un momento llegó a preguntarse si a Romer le afectaba el hecho de pertenecer a medias, dentro de aquel círculo familiar. En cualquier momento trataría ese tema con él.–Wow…Canela arrugó las cejas en desconcierto al escuchar el susurro de Ana Luisa. La chica se había acercado en confidencia y le había manifestado que algo cercano a ellas, era digno de admirar.–¿Qué… Qué es?Ana Luisa señaló con los labios hacia la posada. Canela dio la vuelta y lo que vio, hizo que el corazón diera un salto. Sin palabras… solo podía mirar el punto exacto, mientras la novia de Pedro se daba cuenta de aquella reacción.
Aragón tomó a Carlos de la camisa y le propinó un nuevo golpe, mucho más fuerte que el anterior. Esta vez el primo de Canela se defendió, empujando a Romer hasta caer sobre él en la arena. Le golpeó la cara casi tan fuerte como él mismo lo había sentido. Romer giró a ambos hasta ponerse encima y con ambas manos, sostuvo a Carlos de la camiseta.–¡Jamás la palabra Follar saldrá de tu boca cuando hables de Canela! ¡Jamás! –Carlos lo miraba con ojos desorbitados–. Te aprovechaste de ella, ¡admítelo!Carlucho tenía el rostro desfigurado por la rabiosa sorpresa de encontrarse en aquella situación.–Canela se merece que la cuiden, no que la jodan –exclamó Romer dando otro golpe, el cual falló terminando su puño en la arena. Lo que le permitió a Carlos girarse y alejarse del administrador.–¡Ya está bien! –gritó Carlos, levantándose. Aragón lo siguió–. No hace falta que nos matemos. Y menos hoy –dijo, señalando la lejana posada, tratando de mejorar su respirac