Berlín quería acercarse más a su hermana y también a su suegro. Así que dispuesto a todo, decidió invitarlos a la mansión a una comida en familia. Por supuesto que Lucrecia estaba a favor de esa comida, ya que le beneficiaba para molestar a Valentina y tratar de que se alejara de su familia. El coche se detuvo frente a la imponente mansión de Berlín. Las luces cálidas se filtraban a través de las ventanas, creando un ambiente acogedor.Gabriel, junto a su familia, descendió del vehículo. Su cara seria indicaba la molestia que sentía al tener que enfrentarse a la tediosa voz de Lucrecia y los miles de cosas que planearía entre sus hijos.Todos en la familia tenían una sonrisa de satisfacción al ver al cabecilla celoso por tener que compartir a su hija con Berlín. —Wow papá, es inmensa. Pero me gusta más la de mi abuelo. Benjamín se acercó, tocando su nariz, con una sonrisa de diversión por sus palabras. —Por favor mi amor, compórtate —suplicó Martina, dejando un beso en sus labios
Definitivamente, el día anterior no había sido para nada agradable tanto para Valentina como para todos en la familia Milano. La forma en que actuaba Lucrecia, llevada por el odio y la codicia en ese momento, no había sido del agrado para ninguno. Sumándole los coqueteos de Marina hacia Benjamín, sin importarle que él, no le diera motivos para seguir insistiendo en llamar su atención. El sol comenzaba a declinar, pintando el cielo romano de tonos cálidos. Valentina y su madre caminaban lentamente por las estrechas calles, el sonido de sus pasos resonando en el empedrado. Las fachadas de los edificios antiguos, con sus balcones adornados y sus puertas de hierro forjado, les recordaban la rica historia de la ciudad. A pesar de la belleza que las rodeaba, Valentina sentía un nudo en la garganta. Se acercaban al momento que había estado temiendo y anhelando al mismo tiempo: visitar la tumba de su padre. Su madre, notando su nerviosismo, tomó su mano y la apretó suavemente. Aunque ella
Había llegado el último día de estadía en Roma, Berlín pidió una última cena buscando aún más la aprobación de Gabriel y que Valentina disfrutara del lugar donde su padre vivió muchos años. Valentina, a pesar de haber aceptado quedarse para cenar, sentía una incomodidad constante. La mirada de Lucrecia la perseguía por todas partes, y los coqueteos de Marina con Benjamín solo empeoraban las cosas.Berlín, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, invitó a la familia de su novia a una última cena en un elegante restaurante con vistas al Coliseo. Deseaba que esa noche fuera perfecta, una oportunidad para que él pudiera demostrar su amor por Jazmín.Valentina, a pesar de haber aceptado la invitación, sentía una opresión en el pecho. La mirada de Lucrecia la perseguía, por todas partes, una mirada llena de desprecio y superioridad. Y los coqueteos descarados de Marina con Benjamín no hacían más que aumentar su malestar.Al sentarse a la mesa, Valentina notó cómo los cubiertos de plata f
Benjamín no se quedó tranquilo, la siguió buscando, hasta que llegó a la habitación de hotel. La llave encajó en la cerradura con un suave clic. Al abrir la puerta, una cálida luz envolvió la habitación. Allí estaba ella, Valentina, acurrucada en la cama, su rostro oculto entre las sábanas.Se acercó lentamente y tocó su mejilla. La piel de Valentina era suave como el pétalo de una rosa. —Eres tan explosiva, pero hermosa —susurró, dejando un beso suave en su cuello.Valentina se sobresaltó y abrió los ojos. Al ver a Benjamín, se sentó en la cama, frotándose los ojos con la mano.—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz ronca.Benjamín se sentó a su lado y tomó su mano.—Vine a aclarar las cosas contigo. Malinterpretaste...—No quiero escuchar tus mentiras —lo interrumpió Valentina, apartando su mano—. Ve y quédate con esa chillona.—Valentina por favor...—No tengo nada que escuchar —volvio a decir ella, levantándose de la cama. —Si solo quieres que sea la madre de tu hijo, lo seré. Pero
Lo que parecía ser el último día, se alargó para otro día más en Roma. Los hombres, con una sonrisa cómplice, se despidieron para seguir con sus asuntos, mientras que las mujeres se adentraron en un mundo de vestidos, zapatos y accesorios. Laura, siempre directa y sin pelos en la lengua, no perdió la oportunidad de bromear con Valentina.—Valió la pena que esa loca hablara —dijo Laura, refiriéndose a Marina. Valentina, que ya estaba lo suficientemente ruborizada, se puso aún más roja. Su madre no perdía tiempo para estar con sus palabras de doble sentido.—¡Mamá, por favor! —Exclamó Valentina, tratando de ocultar su vergüenza. Aún así Laura no Estaba dispuesta a parar con sus comentarios.—Ay, hija, ¿es que no ves cómo amaneció ese hombre romántico? —continuó Laura, haciendo reír a Martina y Jazmín.—Le dites la mejor noche, ya era hora —agregó Jazmín, dándole una palmada en la espalda a Valentina. Solamente ella se aguantaba a esos placeres de la vida.—No lo había visto tan feliz,
Recuerdos Desde la ventana, Rafael contemplaba la extensa ciudad, parecían reflejar su estado de ánimo. Llevaba días rumiando una decisión que le pesaba en el alma. Sabía que tenía que actuar pronto, antes de que las cosas se complicaran aún más.Sus pensamientos volvieron a Valentina y a su pequeño bisnieto. La joven había llegado a su vida como un rayo de sol, trayendo consigo una alegría que hacía mucho tiempo no sentía. Pero también había traído consigo un sinfín de miedos. Lucrecia, no aceptaba a Valentina ni a su hijo, y la tensión en la familia era complicada.Rafael sabía que tenía que hacer algo para asegurar el futuro de Valentina y Valerio. Pero ¿cómo hacerlo sin perjudicar a su familia?Sacó un sobre de su escritorio y lo abrió. Dentro había un documento legal. Era su testamento. Con un bolígrafo, comenzó a escribir. Cada palabra que escribía era como una piedra que caía en un estanque, creando ondas concéntricas que se expandían por toda la habitación.Su testamento esta
La noche romana se extendía como un manto de terciopelo sobre la ciudad. Berlín, con el corazón acelerado, observaba cómo la luz del atardecer se filtraba por las ventanas de su apartamento, pintando la habitación con tonos cálidos y suaves. Esta noche era especial. Jazmín, su musa, su refugio, se iría en unos días y quería que cada segundo contara. Estaba tan enamorado y entregado a ella.Había pasado horas preparando una cena romántica: velas parpadeantes creaban una atmósfera íntima, pétalos de rosa esparcidos por la mesa formaban un camino hacia la mesa, y el aroma de la comida casera llenaba el aire. La mesa estaba adornada con su mejor vajilla y cubiertos, y una botella de vino tinto esperaba para ser abierta. —!Perfecto! —Casi exclamó satisfecho por su trabajo.Cuando el timbre sonó, Berlín sintió una oleada de nerviosismo que le erizó la piel. Se arregló el cuello de la camisa y abrió la puerta. Jazmín, radiante como el sol de un día de verano, lo miró con una sonrisa que lo
El sol romano se filtraba por las ventanas del restaurante, tiñendo de dorado el lugar donde Valentina y Benjamín compartían un último desayuno junto a su familia. El aroma a café recién hecho se mezclaba con la melancolía que flotaba en el aire.—¿Estás bien, mi amor? —Preguntó Benjamín, su voz cargada de incertidumbre.Valentina asintió, una sonrisa triste en sus labios. Le dolía que ese viaje no haya sido como ella se lo esperaba.—Me entristece no haber disfrutado al máximo este viaje, —dijo ella, melancólica. Benjamín le tomó la mano y la acaricio, besando su torso par darle ánimos.Roma, la ciudad que los había acogido durante días, se había convertido en un recuerdo agridulce. Sus calles empedradas, sus plazas llenas de historia, sus atardeceres de ensueño... todo quedaría atrás. Pero su hogar los llamaba, la tierra donde habían nacido, donde sus raíces se aferraban con fuerza.—Hija, vamos al cementerio. —Le pidió Laura —Ve, amor, Valerio y yo daremos una última vuelta por l