Capitulo 24

Lucrecia paseaba de un lado a otro en su habitación, la alfombra mullida amortiguando cada paso. Sus tacones resonaban contra el suelo, marcando el compás de su creciente ira. La habitación, normalmente tan ordenada, parecía ahora un reflejo de su caos interior.

—No puedo creerlo, Marina —espetó, girándose bruscamente hacia su sobrina—. ¿Cómo puede Berlín ponerse de parte de esa mujer? ¡Esa mujer destruyó mi matrimonio! ¡Arruinó la vida de mi esposo!

Marina se encogió de hombros, su mirada fija en el suelo. Sabía que cualquier palabra que dijera podría encender aún más la mecha de la ira de su tía.

Pero luego recordó la actitud protectora de Benjamín hacia Valentina y su miedo se fue.

—Benjamín tampoco me escuchó, tía—susurro Marina, su voz cargada de amargura—. Solo se preocupa por esa perra. ¡Esa perra! ¿Cómo puede ser tan ciego? Ella no es nadie comparada conmigo.

Lucrecia se dejó caer en el sofá, hundiendo sus dedos en los cojines aterciopelados. Sus ojos, normalmente tan brillan
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