Tel Aviv, Israel.
El Kidon es la más temible, peligrosa y sangrienta unidad del Mossad, encargada de llevar a cabo operaciones de envergadura para cometer homicidios y asesinatos con el fin de disuadir, intimidar y evitar acciones hostiles por parte de terroristas y enemigos de Israel en cualquier parte del mundo. La conforman entre seis y doce agentes dependiendo de la complejidad de la misión y el objetivo que se quiera eliminar. Entre las muchas actividades que ha llevado a cabo esta unidad de élite se encuentran la «Operación Cólera de Dios», llevada a cabo tras los sucesos de Munich en 1972, los asesinatos de los científicos encargados de llevar adelante el programa nuclear iraní y del alto representante del Movimiento de Resistencia Islámica Palestina en 2010.
Pero en esta oportunidad su misión era muy diferente, por primera vez en su historia la unidad era
Nueva York, Estados Unidos.Susan O’Brien y Roland Keller habían llegado al edificio donde vivían Muhammad Afzal Behrouz y Naseer Abdel Alí y buscaron al conserje.−Venimos por los jóvenes musulmanes que viven en este edificio −dijo Keller, al tiempo que le mostraba su identificación al hombre−, Behrouz y Alí. Como ya debe saber, fueron secuestrados.−Sí, los recuerdo −dijo el hombre en tono de lamento−. Unos buenos chicos, y no estoy de acuerdo con lo que están haciendo con ellos. No todos los musulmanes son malos.−Ojalá todos pensaran como usted −dijo O’Brien−. Queremos revisar su apartamento.−Muy bien, déjenme buscar la llave.El conserje se adentró en su casa y a los pocos segundos regresó con un juego de llaves. Tomaron el ascensor y se detuvieron en
Nueva York, Estados Unidos.Joseph Brown entró en la oficina de Peterson con una expresión de alegría en su cara.−Señor, necesito que venga a ver esto −le dijo, entusiasmado.Peterson siguió a Brown hasta su estación y éste le mostró lo que había hecho.−Me costó un poco −comenzó−, pero hice un barrido general de todas las cámaras de seguridad en Manhattan como usted pidió: semáforos, locales comerciales, calles, cajeros automáticos, residencias, edificios e intenté seguir el rastro de nuestros terroristas cuando se fueron de la 42. Los perdí por unas cuantas calles pero luego los volví a localizar de nuevo en la primera avenida, cerca de la sede de las Naciones Unidas y abordaron una nueva camioneta tipo van, para luego dirigirse al boulevard Fort Riley y entr
Nueva York, Estados Unidos. Richmond y Waters escucharon con atención las palabras de Collins acerca del desenlace de los sucesos del día. Richmond no pudo disimular su molestia y enojo, pues sus planes parecían deshacerse tan rápidamente como se escurre el agua entre los dedos. Waters, en cambio, parecía inmutable. Más bien, tranquilo.−Fidelis superior, no tengo palabras para expresarle mi vergüenza por...−No se moleste en excusarse, fidelis Richmond −le interrumpió el anciano−, a veces las cosas no terminan como las queremos. Fue arrogante de nuestra parte subestimar la capacidad de las fuerzas de inteligencia de nuestro país, y los recursos con los que cuentan. Además, puede que esta primera parte del plan no se haya desarrollado de la mejor manera, tal vez fue un poco... improvisado.−¿Primera pa
Jerusalén, Israel.David y Mark se habían mantenido avanzando cautelosamente por las calles vacías de Jerusalén. En una de esas primeras calles robaron sin mucha dificultad y en el más absoluto silencio un Hyundai Ioniq del estacionamiento de una casa y gracias al vehículo llegaron rápidamente al exclusivo barrio de Rehavia, al centro-oeste de la ciudad. A esa hora de la madrugada era posible recorrer las estrechas calles en auto más fácilmente. Alcanzaron la calle Azza y de inmediato buscaron vía hacia la Smolenskin. David, quien iba al volante, recordó que la residencia del primer ministro, Beit Aghion, se encontraba ubicada en el cruce de esa calle y la Balfour. El GPS en su Tablet les indicaba el camino más rápido y pronto llegaron a dos calles de su objetivo. David detuvo el Ioniq en la calle y apagó el motor.−Estamos cerca −l
Washington, Estados UnidosEl presidente Collins tenía en la sala de telepresencia junto a su gabinete de gobierno a los primeros ministros de Inglaterra, Italia y Alemania, y a los presidentes de Canadá y Francia, que fueron los únicos que respondieron a su llamado urgente. Estaban analizando los acontecimientos ocurridos y las posibles acciones a tomar, cuando recibió el llamado urgente del primer ministro de Israel Asaf Levy. Ordenó que lo pusieran en comunicación junto a los otros en las tres grandes pantallas de la sala. El programa de traducción simultánea estaba encendido, y Collins pidió agregar el hebreo, y darle volumen a los altavoces.−Primer ministro −le saludó Collins−, nos alegra saber que se encuentra bien luego de los lamentables sucesos ocurridos en su residencia.−Gracias, señor presidente −dijo Levy, hablando en he
Caracas, Venezuela.Scott Foster estaba acostado en la cama de la habitación principal de la casa que había alquilado hacía ya seis meses en la urbanización Altamira de la capital venezolana. Recién se había despertado y estaba viendo las noticias de los atentados en el televisor de treinta y dos pulgadas en el mueble frente a su cama y pensaba que todo se estaba tornando realmente peligroso en el mundo. Eran las seis de la mañana. Pocas veces pensaba en el hecho de que estaba en un país desconocido para no caer en la melancolía que causaba estar lejos de su familia y de su nación, a la que servía fielmente desde que se unió al ejército. Pero esa mañana era diferente; tenía que pensar en su país, en los ataques que le estaban haciendo y el daño que le causaban, y no estar allí para ayudar. Cuando comenzó su servicio tuvo q
Caracas, Venezuela.Scott había llegado a la plaza Altamira para la entrevista con diez minutos de anticipación. Tenía como costumbre siempre llegar antes al sitio de encuentro para revisar la zona y prever alguna posible vía de escape en caso de problemas o emboscadas si era descubierto. Hasta el momento no había tenido ningún problema, y esperaba que esa no fuera la excepción. A pesar de que su gobierno le proveía de los recursos suficientes para comprar un vehículo decidió no comprar ninguno, y se aprendió todas las rutas del transporte público para movilizarse por toda Caracas sin problemas. Consideraba que en un vehículo particular pudieran descubrirle con más facilidad, pues la guardia nacional y la policía nacional acostumbraban a colocar alcabalas móviles por todos lados con el fin de despojar a los incautos de su dinero con c
Nueva York, Estados UnidosPhilip Richmond iba para su oficina a bordo de su Bentley cuando recibió la llamada. Vio la pantalla de su celular y puso cara de fastidio al ver quién era. Admiraba mucho y desde hacía bastante tiempo al fidelis superior Waters, pero no le gustaba para nada que le estuviera llamando a cada rato para saber cómo iban las cosas. Sabía que el Consejo necesitaba estar al tanto de las acciones que se estaban llevando a cabo, pero no hasta el punto de convertirse en una verdadera molestia. En el fondo estaba convencido de que el interés de Waters no se debía a que lo presionaba el Consejo, sino a su maña obsesiva de controlarlo todo y a todos. Decidió atender la llamada y poner al tanto a su molesto superior de las últimas noticias recibidas, las cuales eran muy buenas para ellos, y de las acciones que ya había ordenado en consecuencia.&min