Luisa: Décima parte.

Había transcurrido un día entero desde que el peso de la sospecha se había posado sobre sus hombros, dejándola atrapada en un laberinto de incertidumbre y miedo. Se sentía pequeña y vulnerable en medio de aquel espacio, como una intrusa en un mundo al que apenas pertenecía.

Fue entonces cuando, con pasos seguros y decididos, el señor Lucius, el dueño de la mansión al que apenas había visto en contadas ocasiones, ingresó a su habitación. Su presencia imponente llenó la estancia, proyectando una autoridad que no admitía discusión.

– Luisa – comenzó Lucius, su voz resonando con calma y serenidad – Quiero disculparme contigo. Ha habido un terrible malentendido y quiero que sepas que estás libre de toda sospecha.

Las palabras del señor Lucius cayeron sobre Luisa como una bendición, disipando las nubes oscuras que habían ensombrecido su espíritu. Un suspiro de alivio escapó de sus labios mientras las lágrimas de gratitud brillaban en sus ojos.

– Gracias, señor Lucius. Significa mucho para
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