Yanzatza- Ecuador
Cinco meses después.
Paloma, y Diego, terminaban de darles la papilla a los bebés, ya tenían nueve meses de edad, habían crecido en un abrir y cerrar de ojos, se sentaban, balbuceaban y gateaban por toda la casa.
Diego, cuando no tenía guardia jugaba con ellos, practicaba ejercicios de estimulación y pasaba con los niños momentos de gran alegría.
En el hospital tenía días cansados, otros tranquilos, pero lo que le llenaba el alma era cerrar los ojos e imaginar que en casa lo esperaban Dulce María y Alejandro, quienes al escuchar su voz se lanzaban a los brazos de él.
Paloma, aún sentía miedo, era muy desconfiada. Varios muchachos la invitaban a salir, pero ella no aceptaba, estaba dedicada en cuerpo, y alma a sus hijos.
A Diego, le sucedía lo mismo en el hospital, muchas enfermeras se le insinuaban, sus colegas mujeres lo invitab
Queridos lectores les dejo un nuevo capítulo. Espero estén disfrutando de esta historia. No olviden dejar sus comentarios. Gracias.
Era tal la necesidad de Paloma de querer demostrarse así misma que podía salir adelante sola, que aceptó sin darse cuenta de que se le iban a complicar las cosas con esos horarios de trabajo.—Sí claro que me gustaría —respondió.—Te espero mañana, en horas de la tarde. —Sonrió, barriendo a la chica con su mirada.—Aquí estaré —aseguró Paloma—. Muchas gracias.Extendió la mano a aquel individuo, quien se la sostuvo por largo tiempo, cosa que no le gustó a la joven, pero necesitaba trabajar.—Soy Jamil. ¿Cómo te llamas?—Paloma Borrero —contestó.—Tienes un nombre muy hermoso. —Aclaró la garganta—. Ven con tu documento de identi
Al día siguiente. Diego tenía guardia en el hospital en la tarde, así que aprovechó la mañana para invitar a Paloma, a pasear con los bebés al malecón de la ciudad. La joven cambió a sus pequeños para el paseo, les colocó repelente de mosquitos y protector solar. En la camioneta del padre Alejandro, partieron rumbo a ese destino turístico. Los bebés al ver el río empezaron a emitir sonidos de alegría, mientras manoteaban los muñecos colgantes que tenían en su coche. —Les encanta el agua —comentó Diego. —Sí. —Sonrió Paloma, mientras caminaba junto al doctor observando los monumentos en hierro forjado de los indígenas shuar. Se sentaron en una banca a contemplar el recorrido del río, mientras les daban de comer a los bebés sandía para el calor. Diego, al ver a la joven relajada y contenta decidió que era
Dos semanas después Muchas personas reunidas en la iglesia le daban el adiós al padre Alejandro, en aquel corto tiempo se había ganado el cariño de los feligreses. Paloma llegó con sus pequeños, se quedó en la parte de atrás para no interrumpir el paso de las personas con el coche de sus bebés. Diego no pudo salir antes del hospital, por lo que llegó un poco tarde a la celebración. Observó a Paloma, y su corazón saltó de alegría, fue algo que no pudo evitar. Por alguna extraña razón inexplicable, ella giró su rostro, su mirada se cruzó con la de él, sintiendo la misma emoción. Sin embargo, después de haberse marchado sin decirle nada bajó la mirada avergonzada, y de inmediato volteó su rostro para poner atención al sermón del sacerdote. Segundos más tarde su cuerpo se estremeció al percibir el perfume y la presencia de Diego, a su lado. —Hola —
Yanzatza- Ecuador. Diego, se quedó estático ante aquel sorpresivo beso. Sintió el roce de los labios suaves y delicados de ella, su corazón se estremeció, y no pudo negarse más, entonces correspondió aquella caricia, dejándose embriagar de su dulzura. Paloma, sonrió, suspiró dentro de la boca de él, inundándose de su exquisito sabor, percibió en su estómago el danzar de las mariposas, eso que jamás Iván la hizo sentir. Ambos estaban inmersos en esa burbuja de sensaciones y emociones hasta que las palabras de Pamela retumbaron en la mente del doctor Serrano: «No sirves para complacer a una mujer en la cama, eres tan poco hombre» Se alejó de Paloma, con el corazón adolorido. Ella abrió sus ojos en ese momento entendió la magnitud de los hechos, se llevó las manos al rostro con vergüenza. —Lo siento yo...no debí hacer eso —murmuró s
Quito- Ecuador Iván, aún permanecía recluido en prisión, sus pensamientos, siempre estaban con Paloma, y su hijo a quien deseaba tanto conocer. Sus días en la cárcel le habían servido para recomenzar, y entender todo el daño que le causó a una inocente al sacar conclusiones equivocadas. Aquella tarde tenía cita con el psicólogo del centro de rehabilitación que lo estaba esperando. —Iván, toma asiento —indicó de manera amable. —¿Cómo te sientes? —Un poco más tranquilo, sin embargo, anhelo salir de este lugar para encontrar a mi esposa y conocer a mi hijo. —Eres consciente de que ella cuando te vea no va a correr a tus brazos. ¿Has pensado en la posibilidad de que haya encontrado un nuevo amor? — cuestionó el médico. Iván sintió como si una daga se clavara dentro de su corazón ante aquella pregunta, q
Paloma, seguía observando a Diego, en silencio tratando de adivinar qué era lo que le rondaba en la mente. Él advirtió que se había quedado absorto contemplándola, temiendo que pudiera descubrir que su corazón cada vez que la sentía cerca se alborotaba y que sus instintos se activaban. —Gracias por la maravillosa fiesta —comentó Paloma, para romper ese silencio que los torturaba a ambos. —Me da gusto que haya sido de tu agrado —respondió él, se acercó a ella para brindarle un beso en la mejilla—. Buenas noches —susurró al oído de Paloma, provocando que la piel de ella se erizara. —Qué descanses —respondió en un suspiro, se acercó a él, lo abrazó. Diego se sorprendió. Los sutiles brazos de Paloma, lo tenían prisionero. Ella lo desarmaba por completo, entonces él la estrechó a su cuerpo, ambos podían escuchar el ritmo acelerado de sus respiraciones. La chica suspiró al percibir el abrigo de él,
La joven negó con su cabeza, él aún no se marchaba y ella ya percibía su ausencia. La noticia de su partida era como si una especie de dardos se le hubieran clavado en su corazón. Diego se acercó a ella, se sentó a su lado, le acarició el cabello, entonces Paloma giró hacia él. —¿Por qué? ¿Por qué nos dejas? ¿Por qué me abandonas? — averiguó llorando con angustia. Para Diego, tampoco era fácil alejarse de ella, de los bebés, verla tan débil, sollozando desesperada por su ausencia, le dolía a él también, desangraba su alma. —Paloma —pronunció aclarándose la garganta. —Por favor escúchame —suplicó. Ella lo miró con sus hermosos ojos entristecidos, parecía un animalito perdido sin saber qué hacer, ni qué camino tomar. Diego estuvo a punto de flaquear, pero su partida era necesaria. —¿Por qué? —volvió a indagar. El doctor Serran
Diego, la observó confundido y también avergonzado. Aunque no habían ido más allá, tal vez la intensidad de su beso provocó esa situación, que ninguno de los dos buscó, sin embargo, no entendió la reacción de Paloma. Era como si todo eso fuera nuevo para ella. Es que ninguno de los dos se había atrevido a confesar esa parte de su pasado, era algo tan íntimo, delicado y vergonzoso. Un profundo silencio inundó la habitación, golpecitos de unas manitas los alertaron, era Sonia, con los bebés que ya tenían sueño. Diego abrió la puerta. Dulce María, se lanzó a los brazos de él. —Pa...pá...— balbuceó la niña, era su primera palabra y se la decía a un hombre que no llevaba su sangre, pero que la amaba como a una hija desde el instante que nació. Paloma se sorprendió, observó a Diego, quién en ese momento abrazaba a Dulce, con lágrimas en los ojos, recordando a su pequeña hija, para él fu