Paloma, seguía observando a Diego, en silencio tratando de adivinar qué era lo que le rondaba en la mente. Él advirtió que se había quedado absorto contemplándola, temiendo que pudiera descubrir que su corazón cada vez que la sentía cerca se alborotaba y que sus instintos se activaban.
—Gracias por la maravillosa fiesta —comentó Paloma, para romper ese silencio que los torturaba a ambos.
—Me da gusto que haya sido de tu agrado —respondió él, se acercó a ella para brindarle un beso en la mejilla—. Buenas noches —susurró al oído de Paloma, provocando que la piel de ella se erizara.
—Qué descanses —respondió en un suspiro, se acercó a él, lo abrazó.
Diego se sorprendió. Los sutiles brazos de Paloma, lo tenían prisionero. Ella lo desarmaba por completo, entonces él la estrechó a su cuerpo, ambos podían escuchar el ritmo acelerado de sus respiraciones. La chica suspiró al percibir el abrigo de él,
¿Qué sucederá con la separación de Diego y Paloma?
La joven negó con su cabeza, él aún no se marchaba y ella ya percibía su ausencia. La noticia de su partida era como si una especie de dardos se le hubieran clavado en su corazón. Diego se acercó a ella, se sentó a su lado, le acarició el cabello, entonces Paloma giró hacia él. —¿Por qué? ¿Por qué nos dejas? ¿Por qué me abandonas? — averiguó llorando con angustia. Para Diego, tampoco era fácil alejarse de ella, de los bebés, verla tan débil, sollozando desesperada por su ausencia, le dolía a él también, desangraba su alma. —Paloma —pronunció aclarándose la garganta. —Por favor escúchame —suplicó. Ella lo miró con sus hermosos ojos entristecidos, parecía un animalito perdido sin saber qué hacer, ni qué camino tomar. Diego estuvo a punto de flaquear, pero su partida era necesaria. —¿Por qué? —volvió a indagar. El doctor Serran
Diego, la observó confundido y también avergonzado. Aunque no habían ido más allá, tal vez la intensidad de su beso provocó esa situación, que ninguno de los dos buscó, sin embargo, no entendió la reacción de Paloma. Era como si todo eso fuera nuevo para ella. Es que ninguno de los dos se había atrevido a confesar esa parte de su pasado, era algo tan íntimo, delicado y vergonzoso. Un profundo silencio inundó la habitación, golpecitos de unas manitas los alertaron, era Sonia, con los bebés que ya tenían sueño. Diego abrió la puerta. Dulce María, se lanzó a los brazos de él. —Pa...pá...— balbuceó la niña, era su primera palabra y se la decía a un hombre que no llevaba su sangre, pero que la amaba como a una hija desde el instante que nació. Paloma se sorprendió, observó a Diego, quién en ese momento abrazaba a Dulce, con lágrimas en los ojos, recordando a su pequeña hija, para él fu
Iván, aún permanecía recluido en la cárcel, cuando después de meses de ausencia recibió la visita de su mejor amigo Gustavo. Desde una silla de plástico en el patio del penal el abogado Saavedra, divisó que Iván, se acercaba, entonces se puso de pie para saludar con un fuerte abrazo a su amigo. —Iván que gusto verte —expresó él con sinceridad. —Hola Gustavo —contestó Iván, con el rostro cansado, la mirada llena de tristeza. —¿Cómo has estado? —averiguó el abogado, observó el semblante envejecido de su amigo, a quién los años y los remordimientos se le venían encima. —No me puedo quejar, me tratan bien en este lugar— señaló con desgano. —¿Sabes algo de Paloma, de mi hijo? — averiguó con la ilusión reflejada en su mirada. Gustavo permaneció en silencio, pues de esa mujer, no se sabía nada. —Iván, lamento decepcionarte, pero se
Al llegar al sanatorio su compañero del área de emergencia la ayudó con los niños, los ingresaron a pediatría. Paloma muy nerviosa, con el corazón entristecido, se le partía el alma ver a sus pequeños enfermos. Era la primera vez que le sucedía eso. Recordó que, con Diego, todo era distinto, cuando les comenzaron a salir los dientes padecieron de fiebre, molestias en las encías, que con medicamentos cesaban. Luego de unos minutos de espera el médico empezó a revisar a los pequeños. —Tranquila Paloma, tienen infección de garganta, en esta época es común este tipo de enfermedades. —La joven respiró aliviada—. Van a estar irritables por el dolor y el malestar, te voy a m****r medicamentos para que se recuperen —indicó el pediatra—. Son sanos y fuertes y sus pulmones están limpios, no hay riesgo de complicaciones, se ve que los cuidas bien. —Hago mi mayor esfuerzo, ellos son mi vida, si algo les llegara a pasar
Cuenca- Ecuador Lucy, la asistente de Diego, cada vez y cuando trataba de insinuarse al médico, con ropa provocadora, con sensuales movimientos de caderas, y sonrisas coquetas, pero nada funcionaba, el doctor siempre muy cortés terminaba por rechazarla, pero ella estaba decidida a conquistarlo. Aprovechó que ya no había pacientes. Se puso de pie. Se levantó la falda, abrió los botones de su blusa acomodando sus senos para provocar a Diego. El doctor Serrano permanecía con la cabeza recostada hacia atrás en el sillón de cuero de su consultorio, mantenía los ojos cerrados así que no percibió la presencia de Lucy, hasta que la muchacha se subió a horcajadas encima de él, sorprendiendo al médico. —¿Qué pasa? —preguntó mirando extrañado a su asistente, enseguida quitó los brazos de la chica del cuello de él. —Doctor, vine a despojarlo del estrés —susurró la joven
Yanzatza- Ecuador Paloma, y Diego, permanecían abrazados, tratando de recuperar el tiempo perdido, él se separó de ella para contemplarla. La joven clavó sus hermosos ojos negros llenos de ilusión en la dulce mirada de él, ambos sentían que los latidos de sus corazones se podían escuchar. Diego pasó su mano por el rostro de Paloma, acariciando su suave y delicada piel, ella cerró sus ojos al sentir las cálidas manos del doctor Serrano, en su rostro, percibiendo un cosquilleo en su interior. Permanecían embelesados uno con el otro cuando Diego, sintió unas pequeñas manitos tirando de su chaqueta, bajó su mirada hacía Alejandro, quien levantó su pie izquierdo: —¡Zapatos! —exclamó el niño, indicando sus hermosos, mocasines. Paloma, y Diego, estallaron en risas, y más cuando Dulce María, tomó los extremos de su falda y empezó a modelar. &nb
Paloma abrió sus párpados con sorpresa, tampoco se acordaba de ese suceso. En esa época ella solo tenía ojos para Iván, con pesar tuvo que admitir que no recordaba a Diego, pero sí aquel día cuando estudiaba en la Universidad Central la carrera de medicina, por otro lado, sintió mucha emoción al saber que él la recordaba. —¿Y tú cómo has estado este tiempo? —investigó ella, percibiendo un ligero temblor ante la respuesta de Diego. —A mí también las terapias me han servido de mucho, la meditación, el yoga. Como te comenté ya no ingiero los medicamentos para la depresión. El dolor de la muerte de mi hija siempre vivirá en mi corazón, pero ahora lo comprendo y lo acepto —expuso él, bebiendo el vino. —Imagino que tienes muchas admiradoras en Cuenca — insinuó Paloma, tratando de averiguar si él tenía alguna pareja o le interesaba alguien. —Sabes bien que no soy un hombre de mentiras. —La miró a lo
Yanzatza- Ecuador. El canto de las aves y los rayos del sol que ingresaban por las ventanas del departamento provocaron que Paloma removiera su cuerpo que yacía sobre el de Diego. Los dos se quedaron dormidos, después de la romántica velada de la noche anterior: risas, charlas, besos, caricias, bromas, música, baile fueron sus compañeros de velada. La joven levantó su rostro para apreciar el de Diego, que aún permanecía dormido, su semblante reflejaba absoluta paz, ella suspiró al pasar la yema de sus dedos por el nacimiento de la barba de él, su corazón empezó a palpitar de alegría, no era un sueño, todo era real. Diego abrió sus ojos despacio, sintió sobre él, el cálido calor del cuerpo de su novia, sonrió cuando su mirada se cruzó con la de Paloma. —Buenos días —saludó, le tomó del rostro para besarla, la joven pasó sus manos acariciando la tez de Diego correspondiendo a esa caricia, mient