Quito-Pichincha, Ecuador
Cuatro años, seis meses antes
Iván Arellano, subía las escaleras de piedra de la entrada principal de su imponente casa. Felices recuerdos se le vinieron a su mente al revivir aquellos años de niño cuando con sus padres y hermano compartían en los amplios jardines de la mansión. Su corazón se envolvió de tristeza al recordar el accidente de tránsito que segó la vida de sus progenitores.
Iván, como el mayor, se hizo cargo de su hermanito pequeño, quién en la actualidad era un afamado pintor, muy reconocido en su país natal Ecuador.
El menor de los Arellano, se estaba abriendo paso a nivel internacional, en un mes presentaba una exposición en Alemania, era bastante hermético con su vida personal y profesional, por eso no permitía que nadie se adentrara en su estudio. Cuando plasmaba sus ideas en los lienzos se transformaba en otra persona, se transportaba a través de sus manos a dimensiones desconocidas, haciendo que en cada cuadro que él pintaba dejara grabada su esencia.
Iván percibió a lo lejos: «Lobo hombre en París by la Unión» sonrió al darse cuenta que la música provenía del ala izquierda de la mansión, en donde Alain, había instalado su estudio.
—«La luna llena sobre París, ha transformado en hombre a Dennis, rueda por los bares del boulevard, se ha alojado en un sucio hostal…» —cantaba y danzaba a todo pulmón Alain, mientras colocaba una capa transparente delgada de color sobre otra: una opaca, y por lo general clara. Su técnica y estilo único mezclaban veladuras, transparencias y, trabajos tonales; de esa manera sus retratos eran tan reales que con facilidad se confundían con fotografías. Gracias a esto era reconocido a nivel mundial.
De repente la música se detuvo y Alain, frenó su danza, furioso: le molestaba en gran medida que alguien ingresara a su estudio sin previo aviso y, menos que lo interrumpieran cuando realizaba su trabajo.
—¡Maldita sea! —gruñó ceñudo, giró entonces, y toda la furia que emanaba de su mirada se transformó en alegría al ver a su hermano de pie, cerca del reproductor de música. —¡Iván! —exclamó con júbilo, lanzándose a abrazarlo. Los dos se estrecharon con fuerza, al mayor no le importó que Alain, le ensuciara con óleo su impecable ropa. —¿Por qué no me avisaste que regresabas a Quito? —reclamó el menor, con el semblante lleno de regocijo.
Iván estrechó en sus brazos a su hermano, sintiendo su pecho agitado de la emoción que lo embargaba.
—Quería darte una sorpresa —comentó, aclarándose la voz—. También deseaba conocer en qué gasta el tiempo mi hermanito menor —pronunció Iván, con una sonrisa en los labios, entonces el azul de su mirada se enfocó en los paisajes que colgaban sobre las blancas paredes del estudio. Caminó sin dejar de observar aquellas obras de arte, enarcó una ceja sintiendo su pecho hincharse de orgullo—. Eres un gran artista —aseveró con la voz entrecortada.
La mirada de Alain, se iluminó por completo, el verde de sus ojos brilló como dos esmeraldas radiantes. Las palabras de Iván, provocaron que su pecho se agitara, para él, su hermano era: su mayor inspiración, y el hecho de que valorara su trabajo significaba un gran logro.
—Gracias —expresó, al tiempo que sus labios perfilaban una amplia sonrisa—, tus palabras me emocionan.
—Tan solo digo la verdad —aseveró Iván; mientras recorría el bien equipado estudio de Alain, miró el estante en donde reposaban los materiales con los cuales su hermano menor daba vida a aquellos lienzos en blanco. Sonrió al ver el orden en el que estaban acomodados: los tubos de óleo reposaban en la primera fila, seguidos de los acrílicos. Más arriba asomaban las pinturas para acuarelas. En el siguiente estante aparecieron los frascos de pinceles, junto con los aceites de linaza, y las esencias de trementina. Entonces giró observando alrededor del estudio varios caballetes en los cuales descansaban diversos cuadros cubiertos con sábanas. De inmediato se aproximó a ellos y cuando sus largos dedos se disponían a develar una de las pinturas, el artista se acercó a grandes zancadas.
—Lo siento hermanito, nadie puede ver esos retratos son mis obras maestras, lo que me dará fama internacional —declaró con orgullo, tomando la mano de su hermano, evitando que los mirara—. Si los quieres apreciar, debes venir conmigo a Alemania.
—Por eso estoy aquí, no podía dejarte solo en esto, desde el día que nuestros padres murieron yo juré cuidarte, protegerte y apoyarte —afirmó Iván, con la firme convicción de estar siempre pendiente de su hermano menor.
Alain ladeó sus labios, desde que fallecieron sus progenitores: Iván se transformó en su papá, entre ellos había una gran conexión, mucha confianza, desde niños se llevaban bien y expresaban infinito amor uno por el otro.
—Vuelvo en unos minutos, no te atrevas a develar mis obras —advirtió Alain, señalando con el dedo índice a su hermano, entonces giró y se adentró al baño de su estudio con la finalidad lavarse las manos, y quitarse el overol que usaba para pintar sus obras.
Mientras tanto Iván, por un instante se vio tentado en develar los lienzos, pero por respeto no lo hizo, sin embargo, en varios cuadros que colgaban de las paredes observó la firma IvAl, enarcó una ceja, pensativo.
—¿IvAl? —preguntó a su hermano al momento que salió del baño.
—Es mi seudónimo —respondió sonriendo. —¿Quieres saber qué significa? —cuestionó, observándolo con brillo en su mirada.
—Claro —contestó, ansioso a espera de la respuesta de su hermano.
—Iv, por Iván, y Al por Alain, así inmortalizo nuestros nombres —afirmó inhalando profundo con el corazón lleno de alegría—. Claro que debes esperar a mi muerte para que mis obras suban de precio. —Carcajeó bromeando.
La mirada de Iván, se cubrió de nostalgia, hablar de muerte le causaba escalofrío y profunda tristeza.
—No pienses en esas cosas. —Colocó su mano derecha en el hombro de su hermano—. Más bien dime ¿cuándo me vas a presentar a esa misteriosa mujer de la que estás enamorado?
Alain esbozó una amplia sonrisa, su rostro jovial se iluminó, sus vivaces y azules ojos brillaron, pero no mencionó nada con respecto a esa misteriosa dama. Salió, junto con su hermano mayor del estudio, para dirigirse a la casa principal.
—Más bien deseo preguntarte ¿Cuándo vas a dejar la soltería? —cuestionó Alain, a su hermano mayor.
Iván carcajeó, ladeó su cabeza.
—Yo estoy bien así, me gusta la libertad —comentó—, además no he tenido la suerte de conocer a la indicada.
—Es que eres muy exigente con las mujeres —mencionó Alain, elevando su mirada al cielo.
Iván se limitó a sonreír ante las ocurrencias de su hermano.
Al ingresar al elegante salón, y recorrer por el piso de fino mármol italiano, la mirada de Iván, se clavó en una de las paredes, caminó sin dejar observar aquel retrato de sus padres que Alain, había plasmado en el lienzo. El corazón del hermano mayor, se estrujó en su pecho y algunas lágrimas brotaron de sus ojos.
—¿Tú los pintaste? —preguntó con la voz entrecortada.
—Sí —respondió Alain. —¿Qué te parece?
—Increíble, los plasmaste tan real, que es como si estuvieran aquí con nosotros...—afirmó, limpiando con el dorso de su mano aquellas lágrimas. —¡Estoy tan orgulloso de ti! —declaró Iván, abrazando a su hermano.
—Gracias —respondió Alain, con nostalgia en su mirada al también recordar a sus progenitores; luego observó su reloj y se dirigió a Iván—. Debo dejarte, este artista tiene una cita muy importante, con la 'mujer de su vida'—enfatizó la última frase.
Iván sonrió al escucharlo, anhelando que aquella dama en verdad amara a su hermano, juntos subieron a sus respectivas habitaciones.
A la mente de Iván, los recuerdos de su niñez golpearon su corazón al ingresar a su antigua alcoba, ahí en un fino estante de madera de roble, reposaban varios libros que su padre le regaló, y que su madre solía leer con él en las noches, inhaló profundo tratando de recomponerse, mientras su mirada se cristalizaba.
Luego de varios minutos, se asomó a la ventana y contempló a Alain, colocándose su chaqueta de cuero negro, su casco y sus guantes, saliendo en su Kawasaki, al encuentro con la mujer a la que afirmaba amar.
Queridos lectores bienvenidos a esta historia, espero disfruten el libro. No olviden dejar sus comentarios y sus respectivas reseñas. Saludos desde mi lindo Ecuador.
En lo alto del firmamento las estrellas alumbraban el cielo capitalino. Iván, sentado frente a la piscina, fumaba un cigarrillo sumido en sus recuerdos. Se sobresaltó cuando su celular sonó en su chaqueta, observó ceñudo aquel número sin embargo deslizó su dedo por la pantalla para responder. —Iván Arellano —escuchó que lo nombraban con euforia—. Me encontré con tu hermano menor y me informa que estás aquí, en Ecuador —comentó aquella voz masculina al otro lado de la línea. —¡Gustavo Saavedra! —exclamó Iván. —Él mismo —afirmó el joven—, te llamo para darte la bienvenida, hermano. Ven a la plaza Foch. —Estoy algo cansado —resopló Iván—, llegué hace unas horas. —No me digas que los años ya empiezan a pesarte. —Carcajeó—, apenas cumpliremos tres décadas —bufó al otro lado de la línea Gustavo. —No claro que no —afirmó Iván, riendo—. Está bien, cuando esté cerca te marco para saber
Esa noche conversaron, bailaron, se divirtieron; para Paloma: Iván, era como un imán que la atraía inevitablemente. Cerca de las dos de la mañana las muchachas se despidieron de sus nuevos amigos. —Debo irme gracias por todo —dijo Paloma, observando a los ojos a Iván, con su mirada inocente. —Tienes que darme tu número de teléfono, tenemos que volver a vernos — comentó él, sacando su IPhone, para anotar el contacto de la joven. —Se me perdió mi celular hace días —expuso Paloma, mientras sus amigas la llevaban a la fuerza hasta la salida—. Búscame en la Universidad Central, primer año de medicina. Iván parpadeó, guardando en su memoria lo último que comentó la joven. Las muchachas salieron del lugar para subirse rápido al auto de Paúl, su compañero, quien las iba a llevar a sus respectivas casas. —¡No lo puedo creer! —comentó Amelia. —¡Paloma Borrero, aquel hombre está guapísimo! —exclamó con emoción. Paloma, suspiró al
Horas después. El joven de amplia sonrisa, cabello claro, y ojos verdes soltó los dedos de su pareja, mientras ella se acomodaba su sombrero y tomaba asiento en uno de los sillones del lobby del hotel, esperando a que su amante regresara con la tarjeta de la suite. Alain, con su particular galanteo se acercó a la joven recepcionista. —Hice una reserva en la suite presidencial. —¿A nombre de quién? —averiguó la joven. —Paloma Borrero —respondió, presionando sus labios. La chica observó en el computador, asintió, entonces le entregó a Alain, la tarjeta, él sonrió agradeciendo y enseguida caminó de vuelta al lobby. Su novia se puso de pie y de inmediato subieron a la cabina del ascensor, sin pérdida de tiempo sus labios se unieron en besos desenfrenados, así como las caricias no se hicieron esperar, enseguida ingresaron a la suite, despojándose con premura de la r
Las semanas fueron pasando Iván y Paloma, salían con más frecuencia, mientras los días para acompañar a su hermano a Alemania, estaban muy cerca, él, no quería irse sin pedirle a la joven que fuera su novia. Llegó a la universidad, y la observó esperándolo, sentada en el graderío que daba al edificio en donde estaba su aula, entonces su corazón se agitó en el pecho. La mirada de Paloma, se iluminó por completo, su ritmo cardíaco se incrementó a medida que se acercaba a ella. Iván la llenaba de detalles como flores, chocolate, la trataba con dulzura, y cariño; todo eso tenían a la joven inmersa en una burbuja. Después de almorzar juntos, Iván, llevó a Paloma hasta el mirador turístico del Panecillo, en donde pudieron apreciar la belleza de la capital en todo su esplendor, mientras se tomaban fotografías juntos y, recorrían las tiendas artesanales. Paloma elevó su mirada
Quito- Pichincha, Ecuador. Diego Serrano, finalizó una difícil histerectomía de una paciente con miomas uterinos. Esa noche tenía guardia en el hospital privado en donde laboraba. Salió del quirófano, después de haberse realizado todas las normas de asepsia pertinentes. Caminó por los pasillos del hospital saludando y bromeando con varios colegas; se acercó a charlar con las enfermeras de recepción: —Si se presenta alguna emergencia voy a estar en la cafetería —indicó con su amable sonrisa. Más de una chica suspiraba por el atractivo, y afectuoso médico. Sin embargo, sabían que no podían acercarse a él, por dos razones fundamentales: era un hombre muy correcto y fiel a su esposa, y la segunda causa era ella, su compañera, quién le hacía escenas de celos aterradoras, que dejaban en vergüenza al ginecólogo. El médico siguió su rumbo y llegó a la cafetería. &nbs
Esa noche oscura y fría en la casa de Paloma, la joven se colocaba hielo en su rostro, debido al porrazo que por defender a su madre le tocó a ella. Su padre era un hombre a más de machista, violento. Él creía que el respeto se ganaba a golpes, tanto Paloma, como su madre le tenían miedo, con aquel sujeto era imposible mantener una conversación sin que se alterara o respondiera a gritos y eso en el mejor de los casos, porque cuando lo contradecían lo que recibían de él, era maltrato físico. La joven permanecía recostada en su cama: «El hombre que yo amo by Miriam Hernández» sonaba en el playlist que tenía en su móvil. Al repetir las notas de la melodía el rostro de Iván, se le vino a la mente, una gran sonrisa se dibujó en sus labios, suspiraba recordando sus besos, sin embargo, comparaba a su novio con su padre, mientras el uno era un verdadero caballero, el otro de gentil no tenía nada.
Días después Diego recargó su espalda sobre su sillón reclinable. Cerró su laptop. Estiró sus brazos, cansado del agotador día que tuvo, entonces miró su reloj dándose cuenta de que se le había hecho tarde. Presionó sus labios sabiendo que otra vez Pamela, saldría con sus reclamos. Sin embargo, todo eso se disipaba cuando observaba el rostro angelical de su pequeña Dulce María, sonrió al recordar cómo saltaba a sus brazos apenas él llegaba, sin pérdida de tiempo se puso de pie, tomó su chaqueta y salió de su consultorio. Se despidió de sus compañeras y caminó rumbo al estacionamiento, subió a su vehículo: «Tú y yo by Luis Miguel» acompañaba el viaje de Diego, hasta su casa, pero el tráfico de la capital no lo dejaba circular, y su móvil no paraba de sonar, era su esposa, que no cesaba de insistir. Mientras avanzaba, a lo lejos divisó un grupo de estudiantes de la Universidad
Diego, no dejaba de llorar abrazado al pequeño cuerpo de su hija, en ese momento aquel hombre no encontraba consuelo para su dolor, se culpaba de la muerte de Dulce María, gritaba a los cuatro vientos que era un asesino, que él la había matado. —Diego, levántate —pidió el cirujano Moreno—. Ya no hay nada que podamos hacer. El doctor Serrano, no entendía razones, abrazaba el cuerpo inerte de su pequeña sin parar de llorar. —¡Despierta! ¡Abre tus ojitos mi amor! —exclamaba sosteniendo sobre su pecho el cuerpo de Dulce María. La escena era muy desgarradora, las enfermeras amigas de Diego, no dejaban de llorar. El doctor Moreno, procedió a inyectarle un tranquilizante a Diego, para preparar el cuerpo de la pequeña y emitir el acta de defunción. ***** En la sala de espera Pamela, desesperada hacía sonar sus tacones, sobre la bald