Esa noche oscura y fría en la casa de Paloma, la joven se colocaba hielo en su rostro, debido al porrazo que por defender a su madre le tocó a ella.
Su padre era un hombre a más de machista, violento. Él creía que el respeto se ganaba a golpes, tanto Paloma, como su madre le tenían miedo, con aquel sujeto era imposible mantener una conversación sin que se alterara o respondiera a gritos y eso en el mejor de los casos, porque cuando lo contradecían lo que recibían de él, era maltrato físico.
La joven permanecía recostada en su cama: «El hombre que yo amo by Miriam Hernández» sonaba en el playlist que tenía en su móvil.
Al repetir las notas de la melodía el rostro de Iván, se le vino a la mente, una gran sonrisa se dibujó en sus labios, suspiraba recordando sus besos, sin embargo, comparaba a su novio con su padre, mientras el uno era un verdadero caballero, el otro de gentil no tenía nada.
Hola queridos lectores, les dejo un nuevo capítulo. Por otro lado mis queridos lectores, lo que hizo Alain, fue una decisión que no comparto, porque siempre he pensado que: a pesar de los días sombríos que existen en nuestras vidas, siempre hay un amanecer, y que no vale la pena sufrir por nadie, y menos acabar con nuestros sueños e ilusiones por una persona que no los valoró, que no apreció su amor, es cierto, es doloroso, duele y mucho, pero piensen que no es justo morir para que otros vivan, por favor no piensen en esas cosas, si se encuentran solos, desorientados, heridos, busquen ayuda. La vida es el don más preciado que Dios nos ha dado, valoren y cuiden de ella. Saludos y abrazos desde Ecuador.
Días después Diego recargó su espalda sobre su sillón reclinable. Cerró su laptop. Estiró sus brazos, cansado del agotador día que tuvo, entonces miró su reloj dándose cuenta de que se le había hecho tarde. Presionó sus labios sabiendo que otra vez Pamela, saldría con sus reclamos. Sin embargo, todo eso se disipaba cuando observaba el rostro angelical de su pequeña Dulce María, sonrió al recordar cómo saltaba a sus brazos apenas él llegaba, sin pérdida de tiempo se puso de pie, tomó su chaqueta y salió de su consultorio. Se despidió de sus compañeras y caminó rumbo al estacionamiento, subió a su vehículo: «Tú y yo by Luis Miguel» acompañaba el viaje de Diego, hasta su casa, pero el tráfico de la capital no lo dejaba circular, y su móvil no paraba de sonar, era su esposa, que no cesaba de insistir. Mientras avanzaba, a lo lejos divisó un grupo de estudiantes de la Universidad
Diego, no dejaba de llorar abrazado al pequeño cuerpo de su hija, en ese momento aquel hombre no encontraba consuelo para su dolor, se culpaba de la muerte de Dulce María, gritaba a los cuatro vientos que era un asesino, que él la había matado. —Diego, levántate —pidió el cirujano Moreno—. Ya no hay nada que podamos hacer. El doctor Serrano, no entendía razones, abrazaba el cuerpo inerte de su pequeña sin parar de llorar. —¡Despierta! ¡Abre tus ojitos mi amor! —exclamaba sosteniendo sobre su pecho el cuerpo de Dulce María. La escena era muy desgarradora, las enfermeras amigas de Diego, no dejaban de llorar. El doctor Moreno, procedió a inyectarle un tranquilizante a Diego, para preparar el cuerpo de la pequeña y emitir el acta de defunción. ***** En la sala de espera Pamela, desesperada hacía sonar sus tacones, sobre la bald
Dos días después Paloma llegó de nuevo a la universidad sin su particular sonrisa, el no tener noticias de Iván afligía a la joven; para no pensar en él se dedicaba de lleno a sus estudios y cuando la jornada finalizaba se encerraba en la biblioteca de la facultad hasta que cerrara. Salió de clases con sus libros en la mano. Pasó por la cafetería para tomarse un café, mientras el humo emanaba de la taza y ese aroma inundaba sus fosas nasales, a su mente se vino el rostro de su amigo: Ival. Presionó sus labios al recordar aquella discusión que tuvieron en días anteriores, sin embargo, no pudo evitar rememorar esa llamada que ella no respondió, y que quizás era para despedirse antes de su viaje. «De seguro su exposición será un éxito» se dijo en su mente, mientras abandonaba la cafetería, y caminaba hacia el patio de la facultad, iba tan concentrada en sus
Paloma terminó de lavar los camarones que él había dejado. Iván se recargó sobre el mesón de la cocina para contemplarla. Con su mirada recorrió las esbeltas pantorrillas, y los fuertes muslos de la chica, quien ese día lucía un vestido más arriba de sus rodillas, se veía mucho más alta con aquellos botines de tacón, entonces se acercó a ella, con cautela, como cuando una fiera, acecha a su presa, la sorprendió tomándola de la cintura. Paloma se estremeció al sentir las manos de él, en su cuerpo y sus labios en su cuello. Iván percibió el temblor de la chica entre sus brazos, era en esos momentos, en los que el odio se alejaba de su mente y de su corazón, entonces con sus fuertes manos hizo que Paloma, girara, hasta tenerla frente a él, buscó sus labios y sin darle tiempo a decir nada la besó, con una fuerza abrasadora. Paloma sentía que se derretía en los brazos de Iván, mientras las manos de él, le recorría
El abogado de Diego, en medio del dolor que embargaba a aquel hombre le dio la noticia que podía asistir con un permiso especial al sepelio de su hija. Para el médico, ese aviso le brindaba sosiego a su alma, también el abogado le informó que habían trasladado a Pamela, a un hospital psiquiátrico, pues las crisis que tenía no eran fáciles de tratar en la enfermería. —Doctor Serrano, según los estudios su esposa padece «Síndrome de Otelo» ... ¿Usted lo sabía? —averiguó el abogado. —Sí, ella estuvo en terapia un buen tiempo, pero la abandonó — respondió con tristeza Diego— yo debí obligarla, quizás nada de esto hubiera sucedido. —Lamento informarle que según estudios más avanzados que le están realizando, es posible que la señora esté presentando síntomas de esquizofrenia —expuso el abogado—. Tiene constantes alucinaciones, habla con su hija, y con otras personas —comunicó.
Una espesa neblina cubría la capital, como si «La carita de Dios» quisiera acompañar la tristeza de Diego. Su rostro mostraba una profunda aflicción, sus ojos: ausentes, afligidos, hinchados, y enrojecidos de tanto llorar, de aquel feliz hombre no quedaban rastros de su alegría del ayer, el dolor se reflejaba en su semblante taciturno. El momento de dar el último adiós a su pequeña Dulce María, había llegado; uno de los guardias lo sacó esposado de la celda, lo subieron a una patrulla. Con el corazón quebrado en miles de pedazos, la tristeza anclada en su pecho y el peso de la culpa llegó a la funeraria: médicos, enfermeras, amigos, familiares estaban, agolpados en el lugar. Diego fijó su mirada en el féretro de madera en el cual descansaba el pequeño cuerpo de su hija, un vacío enorme sintió en su alma, gruesas lágrimas brotaban de sus ojos, su ser temblaba por completo. Mientras caminaba con lentitud hasta el ata
La madre de Paloma, de la impresión hizo caer un vaso al piso, desatando la furia de su esposo, quien giró su rostro y fulminó con la mirada a la señora, apretando su mandíbula con fuerza. —Si te vas con este tipo te olvidas de tu familia —advirtió observando a su hija con la mirada ensombrecida. Paloma, no dejaba de llorar, no comprendía la actitud autoritaria, celosa y machista de su padre, con el corazón adolorido se dirigió a su madre, buscando en ella apoyo. —¿Mamá, tú no vas a decir nada? La señora observó con tristeza a su hija, pero sabía que no podía contradecir a su esposo. —Yo... estoy de acuerdo con tu padre —murmuró, inclinando la mirada al piso. Paloma, en ese momento sintió que la única persona que en verdad la amaba, la quería proteger y cuidar era Iván, sus padres le dieron la espalda, juzgándola sin motivo, se hallaba
Diego, en la fría celda, no probaba bocado, no tenía hambre, solo ganas de llorar, la tristeza era algo que lo acompañaba a cada instante, sentía que su vida había perdido el rumbo, y no encontraba su brújula, su pequeño amor, el motor que lo impulsaba a ser cada día mejor ya no estaba a su lado. Quizás si Dulce María hubiese fallecido en otras circunstancias, él lo habría superado de mejor manera. Pero no, se sentía culpable. Más cuando no pudo salvarle la vida, y murió en sus brazos. La ansiedad también empezó a golpear al médico, la sensación de angustia e incertidumbre no lo dejaban tranquilo, desesperado sin saber que le deparaba el futuro, salió a los patios del penal. Averiguó entre los reos quién le podía conseguir una navaja o un cuchillo. Diego, estaba pasando por un momento muy difícil, no encontraba manera de superar su duelo; el dolor y la culpa le carcomía por dentro, llevándolo a caer en un profundo abismo del cual él cons