—Señorita, ¿Va a bajar a tomar el té? El señor Fernando la está esperando —anuncia el mayordomo golpeando a la puerta de la habitación que está entreabierta. —¿Él ha pedido que vaya? —pregunta Julieta sentada en la cama, ya que no se ha sentido bien para seguir con la decoración de la parte del bebé. —Él la espera con la mesa servida como siempre. ¿Acaso hay algún inconveniente? —pregunta el empleado entrando a la habitación con cierta preocupación al notar en la voz de la muchacha cierta tristeza. —No, no hay ningún problema, es solo que… con lo que ha sucedido con Carolina. Yo… no podría culparlo si decidiera que ya no soy bienvenida en este lugar —murmura la modelo que si ese fuera el caso no tendría a donde ir ya que ha entregado su apartamento. —Conozco al señor Steinberg desde hace muchos años, por lo cual puedo decirle dos cosas sobre su persona: él no se retracta de una promesa que ha hecho, si le ha ofrecido vivir aquí puede estar segura de que nada cambiará eso, tendrá lu
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí? —pregunta Timoteo extrañado al entrar a su oficina y encontrarse a su madre sentada en uno de loa sillones tomando una taza de café. —Hola, cariño, es que caí en la cuenta que aun no me habías mostrado tu oficina. Recuerdo que cada vez que lograbas algo llamabas a tu padre para mostrárselo, sé que él ya no está, pero yo sí —indica la mujer con cierto tono de reclamo en la voz, fijando una dura mirada en su hijo. —No creí que te importara ver una oficina, después de todo no difiere mucho de la anterior, solo que es más amplia y tiene algunas chucherías —señala el empresario encogiéndose de hombros mientras se sirve una taza de café, ya que por lo que ve su progenitora no tiene interés en irse aún. —No importa cómo es la oficina, sino más bien lo que representa. Ahora estás a la cabeza de la familia Steinberg, tu padre estaría tan orgulloso de ti —murmura Rebeca sin poder evitar que algunas lagrimas empañen su mirada. —En realidad me alegra que no esté, habe
Carolina observa la puerta de su habitación como si estuviese perdida en alguna especie de trance, ese accidente que Julieta le ha causado le ha venido como anillo al dedo. No solo le ha brindado una oportunidad de librarse de lo del bebé, sino que desde entonces Ariel se ha mantenido cerca de ella, como si la culpa fuese mucho más efectiva que lo del embarazo para mantenerlo atado a ella. De hecho, hasta llega a preguntarse cómo no se dio cuenta antes de que la conciencia noble de su marido debería haber sido su objetivo desde el principio. Pero ahora que lo ha descubierto piensa aprovecharlo todo lo que pueda, sin duda Ariel no se atreverá a dejarla luego de haber perdido al bebé, y de caer en una profunda depresión. —¿Carolina? Te traje algo para comer, cariño —anuncia Ariel entrando a la habitación con una bandeja con comida. La mujer ni siquiera se inmuta ante la presencia de su marido, sigue en su papel de estar perdida en su mundo, demasiado hundida en su en la angustia y de
Julieta pasea por los pasillos de la mansión tratando de hallar algo en lo que ocuparse, tal y como le dijo a Fernando en algún momento, no está acostumbrada a tener tanto tiempo libre. Y lo cierto es que a pesar de tener la confirmación de que no fue responsable de la pérdida del embarazo de Carolina, no puede terminar de quitarse el peso que siente, y aún más a medida que su propio hijo va creciendo en su vientre. Al pasar por la puerta del estudio de su benefactor, golpea con el puño queriendo tener una charla con él, una en la que espera pueda traerle la calma que busca. Ya que ha comprobado que de alguna manera Fernando logra producir ese efecto en ella, logra convencerla de que todo a su alrededor va a estar bien, y eso es lo que necesita oír ahora. Al no recibir respuesta abre la puerta y entra, asomando el rostro ve que el estudio está vacío, dudando por un momento si pasar o no pasea la mirada por los incontables libros que parecen estar invitándola a sumergirse entre sus p
Timoteo entra a la oficina de su hermano haciendo una mueca de disgusto al encontrarla vacía, aunque en realidad no debería sorprenderle. Después de todo Carolina ha perdido su embarazo, así que debe estar teniendo a Ariel como sirviente, aprovechándose de lo culpable que pueda llegar a hacerlo sentir para manejarlo a su gusto. Ha sentido el impulso de llamarlo para darle el pésame, o tratar de reconfortarlo, ya que se supone que es lo que debería hacer por el lazo sanguíneo que los une. Pero lo cierto es que sonaría tan falso que ha preferido desechar esa idea, y esperar a que esté de nuevo allí para decir algo al respecto. Probablemente Ariel no soportará tener que estar junto a su esposa todo el tiempo por más de dos días, probablemente nadie sería capaz de todas formas. La cuestión es que lo necesita en la oficina, lo necesita allí para seguir con su plan para acabar con Fernando, quien ha actuado tal y como esperaba. Sin saberlo, su padre se dirige hacia su propia ruina, derriba
—¿Así que esta es la decisión que has tomado? ¿Enviarme a una psiquiatra como si yo fuese una loca? —protesta Carolina bajando del auto y contemplando la fachada del consultorio. —Creo que has pasado por algo muy duro que debe ser tratado por un profesional, yo te seguiré acompañando como lo he estado haciendo hasta ahora, pero por más que lo desee no hay mucho que yo pueda hacer —indica Ariel sabiendo que él no está capacitado para lidiar con eso solo. —Sí, claro… intenta convencerme de que es lo necesario, que llenarme de pastillas me ayudará a olvidar que me arrebataron a mi hijo —murmura la mujer tratando de mantener el papel de depresiva, y no dejarse llevar por el enojo. —Hay que cosas que te estás negando a ver sobre lo que sucedió, algo que no solo me preocupa a mí, sino a tu médico, quien por cierto me exigió que deberías recibir este tratamiento —responde el empresario esperando que haciendo responsable al doctor pueda poner fin a ese reclamo. —¿Y a Julieta que le hiciero
Fernando se mira al espejo contemplando la camisa negra y el chaleco plateado que lleva puesto, al ver su reflejo no puede evitar sonreír al pensar que parece un adolescente preparándose para el baile de graduación. Y si bien hace ya varias décadas que pasó por eso, se siente igual de nervioso que entonces, lo cual no está seguro si debería tomarlo como una buena señal, o quizás una advertencia de que debería pensarse mejor las cosas. —Señor, la cena ya está lista, tal y como lo ha ordenado —anuncia el mayordomo entrando en la habitación y contemplando a su jefe. —¿Qué tal me veo? ¿Crees que es demasiado formal? —pregunta Fernando arqueando una ceja con cierta ansiedad. —Se ve muy bien, señor, estoy seguro que la señorita Julieta pensará de la misma manera. ¿Ya debería avisarle que la cena está lista? —consulta el empleado tratando de recordar cuando fue la última vez que lo vio tan nervioso. —¿Crees que está bien que haga esto? He comprobado que la relación entre ella y Timoteo pa
Timoteo se apoya en el umbral de la habitación en la que una cuna de algarrobo, y varios peluches. El lugar que había preparado para su hijastro, o al menos lo hizo cuando consideraba la posibilidad de que Julieta fuese a vivir con él. Una oportunidad que perdió por haber decidido ir demasiado lento, una que ahora incluso le ha costado su relación con ella. Aunque la verdad es que quizás eso sea lo mejor para ambos, o al menos hasta que su guerra contra Fernando llegue al esperado final. El cual no parece estar muy lejano, lo cierto es que ya casi puede considerarlo un hecho, y puede que sea por esa razón que comienza a sentirse algo nervioso al respecto. No porque acabará con su padre biológico, sino por las decisiones que deberá tomar una vez que eso haya acabado. Alguien deberá ocupar el puesto de Jefe de la familia, y no está dispuesto a cederle ese puesto a su hermano, y si bien puede que Ariel no esté muy interesado en tomar ese lugar, no piensa correr el riesgo. —Sé que podrí