Carelis estaba conmovida con todo lo leído y le dijo emocionada:—Me doy cuenta de que esta relación significó mucho para ti desde el principio. A veces pensaba que eras un tontuelo enamorado, un idealista del amor—hizo una pausa larga para una reflexión y luego le comentó—Me he dado cuenta de que nunca te conocí en nada, me eras simplemente familiar y muchas veces conversamos en parques, ¿Es que nunca te escuché?«No, no lo hice… Solamente reflexionaba en mi príncipe azul perdido en este inmenso mundo, pero no en ti, discúlpame. Me amabas desde hace tiempo y yo no noté o no deseé notarlo», Se daba cuenta de que ahora era esa letra la que hablaba por él y que tenía entre sus manos la vida de Adrián. Una parte de ella deseó saber más y esa ansia la llevó a voltear la página y encontró el escrito correspondiente al día siguiente. [Ninguna decisión alteró tanto mi vida, apenas pude dormir y en el trabajo estuve torpe: Emiliano fue muy tolerante conmigo, yo diría que se divertía
Una extraña exaltación recorrió su cuerpo, nunca dejó que la pasión la dominara al punto de llegar a transgredir la línea, porque había una línea que si se cruzaba quedaría comprometida para siempre, Adrián respetó como hombre ese límite. Como mujer a veces sentía la necesidad de cierto tipo de afecto y es allí donde surgían esos momentos que ella disfrutaba mucho, aunque pasado el instante evitaba profundizar en lo vivido. ¿Por qué? Porque eran tantas emociones que sentía que no podía manejarlas si las hablaba, hay cosas que nacen para ser sentidas y no habladas. Adrián era feliz, sus ojos brillaban, sabía que él deseaba hablar y expresar con toda las frases posibles lo que sentía. Pero aprendió con ella que una sola palabra podía encerrar todo ese afecto y la pasión recibida y era una simple “GRACIAS”, y entonces ella se acomodaba la blusa y luego se levantaba como si no hubiera escuchado nada y fríamente le decía “Llévame a casa” y así concluía todo. Tenía los ojos cerrados
Jonás tenía el diario del día y se lo leía al joven en ese momento: —Hola… Entró Carelis pálida y Jonás debió notarlo porque intentó aliviar las cosas con una plática casual. —Hola, acaban de asearlo y yo le estaba leyendo las noticias principales—hizo una pausa y le preguntó— ¿Viste la desgracia que sucedió en el cuarto de al lado? —Sí...—dijo nerviosa, entonces reparó en las páginas que su tío tenía y le reclamó—¿Le estabas leyendo la crónica roja? —Es lo mejor que tiene el diario. —Tío queremos motivarlo, no deprimirlo. —También le leí las sociales y el deporte. Carelis se pasó una mano por el rostro y le dijo: —Lo siento, tío—se serenó—Me impresionó lo que vi. —Lo sé…—reparó en las flores y comentó animado—Lindas flores. —Traje rosas amarillas para él, es lo más masculino que vi, quería alegrar la habitación, a veces la siento muy fría. —Pero cómoda, al padrino banquero debe estarle costando una fortuna. Buscó acomodar las flores en un jarrón y para darle un toque
Carelis se apartó de la puerta impresionada ¡El señor Emiliano Montreal era el padre de Adrián! ¿Cómo Adrián pudo callarse todo aquello? Tenía la boca abierta con miles de palabras congeladas en ella. ¿Qué podía aportar a todo eso? ¿Acaso daba don Emiliano por sentado que ella lo sabía todo? Su tío Jonás se acercó con dos cafés humeantes en las manos y le dijo con ánimo alegre: —Carelis, el señor Montreal, está de visita, ¿lo viste? Ella solo pudo comentar. —Sí, lo sé—estaba pálida. —No te ves muy bien…—se extrañó. —Estoy bien, vine apurada y se me bajó la presión—mintió. —Tranquila, toma mi café que yo le daré este al señor Montreal, a él le gusta capuchino. De repente a Carelis le embargó un sentimiento de engaño, se sentía engañada, estaba descubriendo que Adrián guardaba muchos secretos y que esa imagen diáfana de hombre transparente era exclusivamente eso pura fachada. Comenzaba a darse cuenta de que no conocía de nada a Adrián, primero descubre que su novio escr
A las nueve de la mañana una enfermera le comunicó que lo llevarían a hacerle unos estudios, vio como lo preparaban y al doctor Reyes dando instrucciones al respecto, entonces se acercó a ella y le preguntó. —¿Cómo se siente Carelis? —Un poco soñolienta, pero mejor. —Es consecuencia del remedio, voy a ordenar que hagan tomografías de la cabeza de Adrián, necesito saber cómo va la lesión de su cabeza. Entonces le preguntó bastante seria: —¿Y si no hay mejoría? —Es impredecible dar un diagnóstico sin ellas, solo le pido que tenga fe—entonces ordenó a su equipo—Llévenlo. Carelis no se iba a dar por vencida y le dijo. —¿Fe doctor?—captó su atención—Yo la tengo y usted viene y me dice que tal vez Adrián no despierte nunca, ¿Y aún quiere que tenga fe? El doctor la miró con ternura para los jóvenes, el tema de la fe era bastante extraño, se podía tener fe en artefactos y no en el destino… —Carelis, soy médico desde hace treinta años en esta clínica, conozco el cuerpo human
Carelis recorría el pasillo de la clínica, no había mucho que ver y sentía que el cansancio le estaba pasando factura. Las enfermeras iban y venían y a veces esos pasillos se volvían tan silenciosos, fríos, con sus tonos claros que helaban la sangre. Recordó que cuando era niña solía colocar sus dedos sobre la superficie de las paredes y las rozaba hasta llegar al final, era placentero y hasta relajante poder hacer eso y ver como otros niños se acercaban a imitarla, sin querer sus dedos hacían lo mismo en ese momento y sí, podía percibir la misma sensación relajante de cuando era niña. La pared estaba fría y ella sintiendo que aquel frío menguaba su contrariedad. Recordó la noticia que había salido en él periódico sobre Sellares y sus terapias de encontrar el alma gemela, sintió que su corazón se llenaba de esperanza por eso, luego lo vio en un programa de televisión y verlo hablar con soltura del tema la convenció por completo y ahora todo había quedado a medias, su respuesta no se h
Para paliar el asunto, Carelis preguntó: —¿Usted también tiene un enfermo aquí? —Sí, es el enfermo de final de pasillo—señaló hacia el pasillo del lado de Adrián—Tiene cáncer en etapa terminal; sin embargo, no perdemos la fe de que suceda un milagro. Carelis ignoraba si Dios obraba esa clase de milagros, en realidad no tenía claro el poder de Dios, ni en su vida, ni en la de nadie. Entonces le dijo: —Un milagro debe ser esperanzador para usted. —El mejor milagro que se nos puede dar es que nuestro amigo acepte a Cristo en su corazón y se vaya en la luz del Señor. Entonces miró hacia el frente y le comentó a Carelis. —En cambio, Adrián tiene a Cristo en su corazón y te tengo que decir algo importante, Carelis—la apuntó con el dedo y le dijo con autoridad—Nunca pierdas la fe. Háblale, llámalo y debes tener la seguridad de que en el fondo de ese sueño profundo Adrián te escucha y que va a encontrar el camino en medio de su sueño para volver a ti. Era extraña la forma en cómo
“Cuando era niña pensaba que era un comunicador colgado para que yo lo tomase y hablase con Dios—sonrió a lo tonto—y hay estrellas, pocas, pero las hay... Es un privilegio poder verlas, son como brillitos salpicando la noche, soñaba que eran parte de un vestido de la dama más elegante del mundo. ¿Recuerdas el chiste de que la luna te seguía? Solía reflexionar en eso mucho, opinaba que si corría y ella lo hacía donde estaba su sudor e incluso creía que su sudor se convertía en nuevas estrellas. El cielo es de un lindo color azul oscuro y hay pocas nubes en el firmamento, nubes blancas que se diluyen con el viento dando una sensación de difuminación al firmamento, así lo explicaría mi tío pintor. Afuera debe correr un rico viento de verano, ese viento helado que te traspasa hasta los huesos—sonrió—viento de cometas y de sueños… Recuerdo que cuando volé mi primera cometa fue la sensación más rica de todas, sentía que podía elevar cualquier cosa, ¿Sabes? Me gusta esta noche, a veces co