La luz del amanecer se filtraba lentamente por las rendijas de las cortinas, tiñendo la habitación con un dorado suave, cálido, casi etéreo. El aire olía a una mezcla de sábanas usadas, piel sudada y los últimos vestigios del perfume de Nelly. Afuera, la ciudad despertaba con el rumor lejano de autos, de pasos apurados y voces apagadas.Adrián fue el primero en abrir los ojos.Parpadeó varias veces, desorientado, con la garganta seca como arena. El techo blanco lo recibió con indiferencia, inmóvil, silencioso. Sintió el roce de las sábanas sobre su piel desnuda, tibias todavía por el calor de los cuerpos que habían compartido la cama. Una cama que no era la de ellos.Frunció el ceño. Un zumbido persistente golpeaba su sien izquierda, como si una presión invisible quisiera partirle el cráneo en dos. Se llevó la mano a la frente, notando el sudor ya seco pegado a su piel. El vaho del alcohol y algo más... sí, había algo más.Un recuerdo nublado lo atravesó de golpe: una copa... la bebid
Días después de aquella noche donde las máscaras cayeron y los secretos quedaron al descubierto, la mansión Navarro recuperó una calma inusual, casi irreal. Como si el eco de la fiesta, los escándalos y los rumores se hubieran desvanecido tras el portazo silencioso con el que Karina abandonó la ciudad.Las mujeres de la alta sociedad, aquellas que alguna vez habían lanzado miradas como cuchillas hacia Nelly, parecían haberse esfumado del mapa. No llamadas, no invitaciones, ni siquiera una mención en los diarios sociales. El silencio era tan palpable que, por momentos, resultaba inquietante.Nelly, sin embargo, permanecía en una burbuja distinta. Seguía en casa, sin intenciones de salir. No porque tuviera miedo o vergüenza. Era algo más profundo. Una fatiga suave, constante. Un sueño que no la soltaba, como si su cuerpo reclamara descanso, pero también respuestas.Pasaba horas recostada en la terraza acristalada del segundo piso, donde los rayos de sol atravesaban los ventanales y acar
El ascensor descendía lentamente entre un leve zumbido mecánico, como un susurro constante que marcaba el paso de los segundos. Las luces cálidas del techo reflejaban sus destellos en las paredes de acero bruñido, duplicando las siluetas de Nelly y Alan en un juego de espejos silenciosos. El interior olía a metal limpio y a perfume floral, el de Nelly, que flotaba en el aire como un recuerdo dulce.Ella abrazaba su cuerpo con ternura, acariciando su vientre aún invisible con una sonrisa contenida, casi sagrada. El corazón le latía con una mezcla de emoción y temor, como si cada latido fuera un eco del pequeño corazón que latía dentro de ella. Alan, a su lado, no podía contener la euforia: su risa era clara, franca, desbordante como la de un niño en Navidad.—Voy a malcriar a esa criatura desde el primer día —declaró con ojos que brillaban como si ya viera el rostro del bebé—. Será el sobrino más consentido del planeta. ¡Haré una lista de nombres! Una lista completa, original, con sign
El zumbido agudo de las ruedas de las camillas contra el suelo encerado era lo único que se oía entre el caos. El ambiente del hospital estaba cargado con el olor a desinfectante, metal y miedo. Las luces blancas del pasillo, frías e impasibles, bañaban los rostros pálidos y tensos del personal médico que corría de un lado a otro con precisión quirúrgica, pero con la angustia bailando en sus pupilas.—¡Llévenlo al quirófano uno, ya! ¡Está perdiendo mucha sangre! —gritó uno de los doctores, con guantes manchados y el ceño fruncido mientras sujetaba la camilla donde yacía Alan, inconsciente, cubierto por sábanas empapadas en rojo oscuro. Un reguero carmesí quedaba a su paso como una estela de tragedia.—¡Y a ella, a la sala de trauma leve! ¡La herida del brazo necesita limpieza inmediata!Nelly fue arrastrada en una silla de ruedas, los pies desnudos temblando, la bata médica mal cerrada dejando al descubierto la piel salpicada de sangre. Su respiración era entrecortada, su pecho subía
La habitación estaba en penumbra, suavemente iluminada por una lámpara cálida en la esquina derecha. La luz era tenue, como si respetara el sufrimiento que había impregnado cada rincón. El sonido pausado del monitor cardíaco se entrelazaba con el leve zumbido del aire acondicionado, componiendo una sinfonía melancólica. Fuera, la noche abrazaba al mundo con un silencio espeso, un silencio que parecía contener el aliento del universo mismo, como si incluso las estrellas observaran con cautela.En la silla junto a la cama, Adrián parecía una estatua vencida por el cansancio. Su camisa estaba arrugada, tenía los puños desabrochados y los ojos enrojecidos. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, sin moverse, con el alma hecha pedazos y la respiración suspendida, contando cada pitido del monitor como una promesa de que ella seguía viva.Y entonces, las pestañas de Nelly temblaron.Fue un leve aleteo, casi imperceptible, pero bastó para romper el muro de angustia. Abrió los ojos con lentitud,
En un mundo donde las expectativas de la belleza parecen dictar la dirección de la vida de una mujer, Nelly Arriaga siempre se sintió fuera de lugar. Su figura curvilínea, lejos de ser un estigma, era su sello de identidad. Creció rodeada de prejuicios, de miradas furtivas y susurros detrás de su espalda, todo porque no encajaba en el molde de lo que la sociedad consideraba “hermoso”. A pesar de la presión constante para encajar, Nelly nunca dejó que las críticas socavaran su confianza. Sabía que su fuerza residía en lo que era, no en lo que los demás querían que fuera.El aroma del café recién hecho impregnaba la estancia cuando Nelly dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco. El líquido oscuro tembló en la porcelana, igual que su corazón en el pecho. Su madre la observaba con una expresión tensa, los labios presionados en una línea delgada, como si estuviera a punto de pronunciar una sentencia inapelable.Nelly ya tenía una idea de lo que su madre estaba por decir, no era una ton
El sonido de la lluvia golpeando los ventanales era lo único que rompía el silencio en la lujosa oficina de Adrián Cisneros. La luz tenue de la lámpara de escritorio proyectaba sombras alargadas en las paredes, dándole a la habitación un aire sombrío, casi lúgubre. Él estaba sentado en su imponente silla de cuero, la mirada fija en la pantalla del ordenador, pero su mente estaba lejos… atrapada en un pasado que nunca lo soltaba del todo.Creció en una casa grande, pero fría. No fría por el clima, sino por la ausencia de calidez. Su padre, Eduardo Cisneros, era un hombre de negocios duro, implacable. Un hombre que medía el valor de las personas por su utilidad. Su madre, Patricia, había sido una presencia casi fantasmagórica, sumisa a los deseos de su esposo, siempre con la mirada perdida y las palabras atrapadas en la garganta.Una cena cualquiera, años atrás…—Los hombres no se quiebran, Adrián —gruñó Eduardo, dejando su copa de vino sobre la mesa con un golpe seco.Adrián, de apenas
El restaurante privado en el último piso del hotel más exclusivo de la ciudad estaba diseñado para impresionar. Luces tenues, una vista panorámica de la metrópoli iluminada y un ambiente tan refinado que parecía sofocante. Nelly se ajustó el escote de su vestido rojo, cruzando las piernas con despreocupación mientras tamborileaba los dedos contra la mesa de madera oscura.No estaba nerviosa. Estaba furiosa.La habían obligado a estar allí, a encontrarse con un hombre que solo conocía por los medios y que, según su madre, era “una oportunidad que no podía desaprovechar”.Como si ella fuera un negocio.Levantó la copa de vino blanco y bebió un sorbo justo cuando la puerta de la sala privada se abrió.Adrián Cisneros entró sin prisa, con la seguridad de alguien que está acostumbrado a que el mundo se acomode a su voluntad. Su traje negro impecable parecía hecho para complementar su porte rígido y su expresión impasible. Nelly lo escaneó sin ninguna vergüenza, se podía decir que sería muy