La música aún flotaba en el aire cuando Nelly y Adrián regresaron a su mesa, aún sonrientes, envueltos en esa burbuja íntima que los aislaba de los comentarios, los chismes y las miradas venenosas. Alan les ofreció una copa con una sonrisa burlona.—Vaya, si siguen así, más de una se va a desmayar.—Y no precisamente de amor —añadió Nelly con una sonrisa, tomando asiento y alisando su vestido con elegancia.Pero mientras los Cisneros reían con naturalidad, en la mesa cercana, el veneno comenzaba a fluir.—No puedo creer que se haya salido con la suya —masculló Susana, con las uñas perfectamente pintadas pero crispadas sobre el mantel.—Mírala, como si fuera la reina de la noche —agregó Isabel, agitando su copa con un gesto tan calculado como despreciativo.Karina se mantenía en silencio, la mandíbula tensa, los labios apretados. Sus ojos estaban fijos en Nelly como si pudiera prenderle fuego con la mirada. El hecho de que Adrián no la hubiese mirado ni una sola vez desde que ella entr
El ambiente en el salón comenzaba a recuperar su ritmo natural. La música de jazz, ahora con una melodía más ligera, fluyó entre las columnas doradas y los ventanales cubiertos con cortinas de terciopelo. El aroma del vino, de las flores frescas y de los perfumes caros flotaba en el aire como una promesa de sofisticación, ajeno al caos reciente. Sin embargo, debajo de esa capa de aparente normalidad, el aire vibraba con tensión.Los mesoneros se movían más atentos que nunca, los fotógrafos ahora cuchicheaban entre ellos mientras revisaban las fotos tomadas durante el escándalo. Algunos invitados seguían comentando lo ocurrido, otros simplemente intentaban disfrutar de la velada con fingida indiferencia.Desde su asiento, Karina cruzaba y descruzaba las piernas, jugueteando con la copa de champán. Su mirada iba y venía entre Nelly —quien ahora conversaba con Alan y Eduardo con una expresión serena y triunfante— y la entrada lateral del salón, donde varios asistentes empezaban a acomoda
La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas gruesas de lino, tiñendo de azul pálido y dorado las paredes de la habitación. El aire olía a piel tibia, a sábanas revueltas, a un perfume dulce que aún flotaba en el ambiente como el eco de la noche pasada. Una brisa suave entraba por la rendija de una ventana entreabierta, acariciando los rostros dormidos que compartían la misma almohada.Adrián abrió los ojos lentamente. Su cuerpo desnudo se sentía aún tibio bajo el edredón, pero su mente ya había retomado el peso de la realidad. El reloj marcaba las nuevas y cuarenta y cinco. Demasiado tarde para su costumbre. A su lado, Nelly respiraba con lentitud, abrazada a su brazo, su rostro relajado, su cabello enredado sobre su pecho como una corona desordenada. Se le veía hermosa, incluso entre sueños.Trató de deslizarse sin despertarla, pero apenas se movió, ella murmuró con la voz adormilada, cargada de ternura:—Cinco minutos más… Quédate un poco.Adrián sonrió, mirándola desde arrib
La luz del mediodía se colaba por entre las cortinas de lino blanco, iluminando suavemente la habitación con una calidez dorada que acariciaba la piel como un susurro tibio. El aire olía a flores frescas, a madera encerada y a los restos sutiles de un perfume masculino que aún flotaba en las sábanas revueltas.Nelly se estiró lentamente entre las sábanas, con una sonrisa adormilada curvándose en sus labios al recordar la madrugada. Su cuerpo aún guardaba el eco de caricias intensas, y sus piernas entrelazadas con el recuerdo de Adrián le dieron un escalofrío dulce. Miró el reloj de la mesilla: 12:14 p.m. —demasiado tarde para cualquier desayuno, pero justo a tiempo para un almuerzo indulgente.Se sentó en la cama, el cabello revuelto cayéndole sobre los hombros, y soltó un bostezo suave antes de arrastrarse hacia el baño. El mármol frío del suelo contrastaba con el vapor cálido que aún persistía en el ambiente. Abrió la ducha y dejó que el agua templada acariciara su piel, llevándose
Habían pasado un par de días desde aquella conversación con Alan. El ambiente en la casa se había vuelto extrañamente sereno, como si todos compartieran el mismo secreto tácito: que la felicidad, aunque frágil, podía habitar entre ellos por momentos.Nelly caminaba por los pasillos de la mansión arrastrando las pantuflas de felpa mientras bostezaba por tercera vez en la mañana. Llevaba una camiseta de Adrián que le llegaba a medio muslo y el cabello recogido en un moño flojo que parecía a punto de ceder ante la gravedad. En una mano, sostenía una taza humeante de chocolate caliente con malvaviscos. En la otra, un libro que no había abierto en dos días.El sol se filtraba a través de los ventanales altos, tiñendo de ámbar las paredes claras y creando reflejos danzantes en el suelo pulido. El aire olía a tostadas, a café recién hecho y a lavanda, gracias al difusor que Lucía había dejado en la esquina del recibidor. Todo tenía un ritmo lento, casi perezoso.—Pareces un gato recién despe
La noche se cernía sobre la ciudad como un susurro contenido, cargada de humedad y promesas rotas. El cielo, cubierto por nubes pesadas, parecía suspenderse sobre los tejados con una quietud tensa, como si presintiera el veneno que comenzaba a gestarse entre paredes doradas.En el interior del exclusivo salón del segundo piso, oculto en el corazón de un antiguo hotel boutique con fachada art déco, el lujo se mezclaba con la malicia en una fusión casi poética. Las paredes estaban revestidas de terciopelo azul petróleo, cuyo tacto evocaba misterio. Lámparas de cristal colgaban desde un techo alto, lanzando destellos cálidos y fugaces sobre copas de vino tinto, como chispas efímeras de una hoguera secreta. En el centro, una mesa circular de nogal, pulida hasta el extremo, reunía a las mujeres como si fuesen sacerdotisas de un rito oculto.Habían llegado una a una, como piezas de ajedrez dispuestas con cuidado en un tablero de sombras. Los tacones resonaban brevemente sobre el suelo de má
El murmullo del viento acariciaba las cortinas de lino blanco que se mecían con suavidad en los ventanales del salón. Desde el exterior, el cielo anunciaba una noche despejada, con una luna redonda y brillante que bañaba el lugar con un halo plateado. En el interior, todo vibraba con un ajetreo inusual. Los meseros entraban y salían, los decoradores daban los últimos toques a los arreglos florales con rosas azules y peonías, mientras la música instrumental flotaba desde las bocinas integradas a las paredes.Era el día de la gran fiesta. La que Karina había planeado con día de antelación. Cada detalle, desde las invitaciones con bordes dorados hasta las copas de cristal italiano, había sido seleccionado con un objetivo en mente: impresionar, deslumbrar y dejar en claro quién era la reina del lugar. O eso pensaba ella.En una habitación contigua, Karina se retocaba el maquillaje frente a un espejo iluminado por luces cálidas. Llevaba un vestido de terciopelo rojo que se ceñía perfectam
La fiesta estaba en su punto más álgido. Las risas falsas y las miradas calculadas inundaban el ambiente, mientras los camareros se deslizaban entre los invitados con bandejas repletas de copas burbujeantes. La orquesta tocaba un suave jazz que envolvía todo el salón en una atmósfera elegante, casi etérea. Las luces doradas se reflejaban en los cristales colgantes de los candelabros, creando destellos que parecían bailar sobre los rostros maquillados.Nelly se mantenía cerca de Adrián, su brazo enredado en el de él, sus sentidos alerta. Cada tanto, intercambiaban miradas, y él le dedicaba una sonrisa cargada de calidez que le hacía olvidar, por breves segundos, la tensión que Karina y sus secuaces provocaban.En un rincón, varios reporteros cuchicheaban entre sí, apuntando sus cámaras hacia donde estaban Adrián y Nelly. Fue entonces cuando uno de ellos, con un aire pretencioso, se acercó con Karina justo detrás.—Adrián, ¿podemos robarte un segundo para unas palabras y una fotografía?