La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas gruesas de lino, tiñendo de azul pálido y dorado las paredes de la habitación. El aire olía a piel tibia, a sábanas revueltas, a un perfume dulce que aún flotaba en el ambiente como el eco de la noche pasada. Una brisa suave entraba por la rendija de una ventana entreabierta, acariciando los rostros dormidos que compartían la misma almohada.Adrián abrió los ojos lentamente. Su cuerpo desnudo se sentía aún tibio bajo el edredón, pero su mente ya había retomado el peso de la realidad. El reloj marcaba las nuevas y cuarenta y cinco. Demasiado tarde para su costumbre. A su lado, Nelly respiraba con lentitud, abrazada a su brazo, su rostro relajado, su cabello enredado sobre su pecho como una corona desordenada. Se le veía hermosa, incluso entre sueños.Trató de deslizarse sin despertarla, pero apenas se movió, ella murmuró con la voz adormilada, cargada de ternura:—Cinco minutos más… Quédate un poco.Adrián sonrió, mirándola desde arrib
La luz del mediodía se colaba por entre las cortinas de lino blanco, iluminando suavemente la habitación con una calidez dorada que acariciaba la piel como un susurro tibio. El aire olía a flores frescas, a madera encerada y a los restos sutiles de un perfume masculino que aún flotaba en las sábanas revueltas.Nelly se estiró lentamente entre las sábanas, con una sonrisa adormilada curvándose en sus labios al recordar la madrugada. Su cuerpo aún guardaba el eco de caricias intensas, y sus piernas entrelazadas con el recuerdo de Adrián le dieron un escalofrío dulce. Miró el reloj de la mesilla: 12:14 p.m. —demasiado tarde para cualquier desayuno, pero justo a tiempo para un almuerzo indulgente.Se sentó en la cama, el cabello revuelto cayéndole sobre los hombros, y soltó un bostezo suave antes de arrastrarse hacia el baño. El mármol frío del suelo contrastaba con el vapor cálido que aún persistía en el ambiente. Abrió la ducha y dejó que el agua templada acariciara su piel, llevándose
Habían pasado un par de días desde aquella conversación con Alan. El ambiente en la casa se había vuelto extrañamente sereno, como si todos compartieran el mismo secreto tácito: que la felicidad, aunque frágil, podía habitar entre ellos por momentos.Nelly caminaba por los pasillos de la mansión arrastrando las pantuflas de felpa mientras bostezaba por tercera vez en la mañana. Llevaba una camiseta de Adrián que le llegaba a medio muslo y el cabello recogido en un moño flojo que parecía a punto de ceder ante la gravedad. En una mano, sostenía una taza humeante de chocolate caliente con malvaviscos. En la otra, un libro que no había abierto en dos días.El sol se filtraba a través de los ventanales altos, tiñendo de ámbar las paredes claras y creando reflejos danzantes en el suelo pulido. El aire olía a tostadas, a café recién hecho y a lavanda, gracias al difusor que Lucía había dejado en la esquina del recibidor. Todo tenía un ritmo lento, casi perezoso.—Pareces un gato recién despe
La noche se cernía sobre la ciudad como un susurro contenido, cargada de humedad y promesas rotas. El cielo, cubierto por nubes pesadas, parecía suspenderse sobre los tejados con una quietud tensa, como si presintiera el veneno que comenzaba a gestarse entre paredes doradas.En el interior del exclusivo salón del segundo piso, oculto en el corazón de un antiguo hotel boutique con fachada art déco, el lujo se mezclaba con la malicia en una fusión casi poética. Las paredes estaban revestidas de terciopelo azul petróleo, cuyo tacto evocaba misterio. Lámparas de cristal colgaban desde un techo alto, lanzando destellos cálidos y fugaces sobre copas de vino tinto, como chispas efímeras de una hoguera secreta. En el centro, una mesa circular de nogal, pulida hasta el extremo, reunía a las mujeres como si fuesen sacerdotisas de un rito oculto.Habían llegado una a una, como piezas de ajedrez dispuestas con cuidado en un tablero de sombras. Los tacones resonaban brevemente sobre el suelo de má
El murmullo del viento acariciaba las cortinas de lino blanco que se mecían con suavidad en los ventanales del salón. Desde el exterior, el cielo anunciaba una noche despejada, con una luna redonda y brillante que bañaba el lugar con un halo plateado. En el interior, todo vibraba con un ajetreo inusual. Los meseros entraban y salían, los decoradores daban los últimos toques a los arreglos florales con rosas azules y peonías, mientras la música instrumental flotaba desde las bocinas integradas a las paredes.Era el día de la gran fiesta. La que Karina había planeado con día de antelación. Cada detalle, desde las invitaciones con bordes dorados hasta las copas de cristal italiano, había sido seleccionado con un objetivo en mente: impresionar, deslumbrar y dejar en claro quién era la reina del lugar. O eso pensaba ella.En una habitación contigua, Karina se retocaba el maquillaje frente a un espejo iluminado por luces cálidas. Llevaba un vestido de terciopelo rojo que se ceñía perfectam
La fiesta estaba en su punto más álgido. Las risas falsas y las miradas calculadas inundaban el ambiente, mientras los camareros se deslizaban entre los invitados con bandejas repletas de copas burbujeantes. La orquesta tocaba un suave jazz que envolvía todo el salón en una atmósfera elegante, casi etérea. Las luces doradas se reflejaban en los cristales colgantes de los candelabros, creando destellos que parecían bailar sobre los rostros maquillados.Nelly se mantenía cerca de Adrián, su brazo enredado en el de él, sus sentidos alerta. Cada tanto, intercambiaban miradas, y él le dedicaba una sonrisa cargada de calidez que le hacía olvidar, por breves segundos, la tensión que Karina y sus secuaces provocaban.En un rincón, varios reporteros cuchicheaban entre sí, apuntando sus cámaras hacia donde estaban Adrián y Nelly. Fue entonces cuando uno de ellos, con un aire pretencioso, se acercó con Karina justo detrás.—Adrián, ¿podemos robarte un segundo para unas palabras y una fotografía?
La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz tenue de una lámpara junto al ventanal. Las cortinas se mecían suavemente con la brisa nocturna que se colaba por la rendija entreabierta, cargando el aire con un aroma mezcla de jazmín y ciudad mojada. El ambiente era cálido, pero no sofocante. Nelly sentía cómo la atmósfera parecía contraerse con cada segundo que pasaba.Adrián estaba sentado en el borde de la cama, desabotonándose la camisa con los dedos temblorosos. Su respiración era agitada, los ojos enrojecidos, brillantes, fijos en ella con un deseo contenido y al mismo tiempo desbordante. Se veía vulnerable, como si algo en su interior estuviera al borde del colapso.—Adrián... —susurró Nelly, dando un paso hacia él, con el corazón retumbando como un tambor en su pecho—. ¿Qué estás haciendo?—Te necesito —respondió él con voz ronca, sin dejar de mirarla. Su tono era una mezcla de súplica y ansiedad. Se quitó la camisa, dejándola caer al suelo, y se levantó, acercándo
La luz del amanecer se filtraba lentamente por las rendijas de las cortinas, tiñendo la habitación con un dorado suave, cálido, casi etéreo. El aire olía a una mezcla de sábanas usadas, piel sudada y los últimos vestigios del perfume de Nelly. Afuera, la ciudad despertaba con el rumor lejano de autos, de pasos apurados y voces apagadas.Adrián fue el primero en abrir los ojos.Parpadeó varias veces, desorientado, con la garganta seca como arena. El techo blanco lo recibió con indiferencia, inmóvil, silencioso. Sintió el roce de las sábanas sobre su piel desnuda, tibias todavía por el calor de los cuerpos que habían compartido la cama. Una cama que no era la de ellos.Frunció el ceño. Un zumbido persistente golpeaba su sien izquierda, como si una presión invisible quisiera partirle el cráneo en dos. Se llevó la mano a la frente, notando el sudor ya seco pegado a su piel. El vaho del alcohol y algo más... sí, había algo más.Un recuerdo nublado lo atravesó de golpe: una copa... la bebid