La noche se cernía sobre la ciudad como un susurro contenido, cargada de humedad y promesas rotas. El cielo, cubierto por nubes pesadas, parecía suspenderse sobre los tejados con una quietud tensa, como si presintiera el veneno que comenzaba a gestarse entre paredes doradas.En el interior del exclusivo salón del segundo piso, oculto en el corazón de un antiguo hotel boutique con fachada art déco, el lujo se mezclaba con la malicia en una fusión casi poética. Las paredes estaban revestidas de terciopelo azul petróleo, cuyo tacto evocaba misterio. Lámparas de cristal colgaban desde un techo alto, lanzando destellos cálidos y fugaces sobre copas de vino tinto, como chispas efímeras de una hoguera secreta. En el centro, una mesa circular de nogal, pulida hasta el extremo, reunía a las mujeres como si fuesen sacerdotisas de un rito oculto.Habían llegado una a una, como piezas de ajedrez dispuestas con cuidado en un tablero de sombras. Los tacones resonaban brevemente sobre el suelo de má
El murmullo del viento acariciaba las cortinas de lino blanco que se mecían con suavidad en los ventanales del salón. Desde el exterior, el cielo anunciaba una noche despejada, con una luna redonda y brillante que bañaba el lugar con un halo plateado. En el interior, todo vibraba con un ajetreo inusual. Los meseros entraban y salían, los decoradores daban los últimos toques a los arreglos florales con rosas azules y peonías, mientras la música instrumental flotaba desde las bocinas integradas a las paredes.Era el día de la gran fiesta. La que Karina había planeado con día de antelación. Cada detalle, desde las invitaciones con bordes dorados hasta las copas de cristal italiano, había sido seleccionado con un objetivo en mente: impresionar, deslumbrar y dejar en claro quién era la reina del lugar. O eso pensaba ella.En una habitación contigua, Karina se retocaba el maquillaje frente a un espejo iluminado por luces cálidas. Llevaba un vestido de terciopelo rojo que se ceñía perfectam
La fiesta estaba en su punto más álgido. Las risas falsas y las miradas calculadas inundaban el ambiente, mientras los camareros se deslizaban entre los invitados con bandejas repletas de copas burbujeantes. La orquesta tocaba un suave jazz que envolvía todo el salón en una atmósfera elegante, casi etérea. Las luces doradas se reflejaban en los cristales colgantes de los candelabros, creando destellos que parecían bailar sobre los rostros maquillados.Nelly se mantenía cerca de Adrián, su brazo enredado en el de él, sus sentidos alerta. Cada tanto, intercambiaban miradas, y él le dedicaba una sonrisa cargada de calidez que le hacía olvidar, por breves segundos, la tensión que Karina y sus secuaces provocaban.En un rincón, varios reporteros cuchicheaban entre sí, apuntando sus cámaras hacia donde estaban Adrián y Nelly. Fue entonces cuando uno de ellos, con un aire pretencioso, se acercó con Karina justo detrás.—Adrián, ¿podemos robarte un segundo para unas palabras y una fotografía?
La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz tenue de una lámpara junto al ventanal. Las cortinas se mecían suavemente con la brisa nocturna que se colaba por la rendija entreabierta, cargando el aire con un aroma mezcla de jazmín y ciudad mojada. El ambiente era cálido, pero no sofocante. Nelly sentía cómo la atmósfera parecía contraerse con cada segundo que pasaba.Adrián estaba sentado en el borde de la cama, desabotonándose la camisa con los dedos temblorosos. Su respiración era agitada, los ojos enrojecidos, brillantes, fijos en ella con un deseo contenido y al mismo tiempo desbordante. Se veía vulnerable, como si algo en su interior estuviera al borde del colapso.—Adrián... —susurró Nelly, dando un paso hacia él, con el corazón retumbando como un tambor en su pecho—. ¿Qué estás haciendo?—Te necesito —respondió él con voz ronca, sin dejar de mirarla. Su tono era una mezcla de súplica y ansiedad. Se quitó la camisa, dejándola caer al suelo, y se levantó, acercándo
La luz del amanecer se filtraba lentamente por las rendijas de las cortinas, tiñendo la habitación con un dorado suave, cálido, casi etéreo. El aire olía a una mezcla de sábanas usadas, piel sudada y los últimos vestigios del perfume de Nelly. Afuera, la ciudad despertaba con el rumor lejano de autos, de pasos apurados y voces apagadas.Adrián fue el primero en abrir los ojos.Parpadeó varias veces, desorientado, con la garganta seca como arena. El techo blanco lo recibió con indiferencia, inmóvil, silencioso. Sintió el roce de las sábanas sobre su piel desnuda, tibias todavía por el calor de los cuerpos que habían compartido la cama. Una cama que no era la de ellos.Frunció el ceño. Un zumbido persistente golpeaba su sien izquierda, como si una presión invisible quisiera partirle el cráneo en dos. Se llevó la mano a la frente, notando el sudor ya seco pegado a su piel. El vaho del alcohol y algo más... sí, había algo más.Un recuerdo nublado lo atravesó de golpe: una copa... la bebid
Días después de aquella noche donde las máscaras cayeron y los secretos quedaron al descubierto, la mansión Navarro recuperó una calma inusual, casi irreal. Como si el eco de la fiesta, los escándalos y los rumores se hubieran desvanecido tras el portazo silencioso con el que Karina abandonó la ciudad.Las mujeres de la alta sociedad, aquellas que alguna vez habían lanzado miradas como cuchillas hacia Nelly, parecían haberse esfumado del mapa. No llamadas, no invitaciones, ni siquiera una mención en los diarios sociales. El silencio era tan palpable que, por momentos, resultaba inquietante.Nelly, sin embargo, permanecía en una burbuja distinta. Seguía en casa, sin intenciones de salir. No porque tuviera miedo o vergüenza. Era algo más profundo. Una fatiga suave, constante. Un sueño que no la soltaba, como si su cuerpo reclamara descanso, pero también respuestas.Pasaba horas recostada en la terraza acristalada del segundo piso, donde los rayos de sol atravesaban los ventanales y acar
El ascensor descendía lentamente entre un leve zumbido mecánico, como un susurro constante que marcaba el paso de los segundos. Las luces cálidas del techo reflejaban sus destellos en las paredes de acero bruñido, duplicando las siluetas de Nelly y Alan en un juego de espejos silenciosos. El interior olía a metal limpio y a perfume floral, el de Nelly, que flotaba en el aire como un recuerdo dulce.Ella abrazaba su cuerpo con ternura, acariciando su vientre aún invisible con una sonrisa contenida, casi sagrada. El corazón le latía con una mezcla de emoción y temor, como si cada latido fuera un eco del pequeño corazón que latía dentro de ella. Alan, a su lado, no podía contener la euforia: su risa era clara, franca, desbordante como la de un niño en Navidad.—Voy a malcriar a esa criatura desde el primer día —declaró con ojos que brillaban como si ya viera el rostro del bebé—. Será el sobrino más consentido del planeta. ¡Haré una lista de nombres! Una lista completa, original, con sign
El zumbido agudo de las ruedas de las camillas contra el suelo encerado era lo único que se oía entre el caos. El ambiente del hospital estaba cargado con el olor a desinfectante, metal y miedo. Las luces blancas del pasillo, frías e impasibles, bañaban los rostros pálidos y tensos del personal médico que corría de un lado a otro con precisión quirúrgica, pero con la angustia bailando en sus pupilas.—¡Llévenlo al quirófano uno, ya! ¡Está perdiendo mucha sangre! —gritó uno de los doctores, con guantes manchados y el ceño fruncido mientras sujetaba la camilla donde yacía Alan, inconsciente, cubierto por sábanas empapadas en rojo oscuro. Un reguero carmesí quedaba a su paso como una estela de tragedia.—¡Y a ella, a la sala de trauma leve! ¡La herida del brazo necesita limpieza inmediata!Nelly fue arrastrada en una silla de ruedas, los pies desnudos temblando, la bata médica mal cerrada dejando al descubierto la piel salpicada de sangre. Su respiración era entrecortada, su pecho subía