Nicolás se quedó quieto, sintiendo la fría aceptación del trato que acababa de hacer. Era como si un peso invisible le hubiese sido quitado de los hombros, pero al mismo tiempo, algo mucho más oscuro y denso lo envolvía. Había entregado todo lo que le quedaba de su humanidad, y lo sabía. El hombre frente a él no decía nada, observándolo con esa mirada penetrante que parecía leer su alma.—Ya no hay vuelta atrás —dijo el hombre en un tono solemne, como si hubiese leído sus pensamientos—. Has cruzado la última línea, Nicolás. Pero también has ganado algo que pocos han tenido la fortaleza de aceptar: el poder absoluto.—¿Poder absoluto? —repitió Nicolás con una mezcla de escepticismo y curiosidad—. Hasta ahora solo he visto cómo ese poder destruye a los que lo buscan.El hombre esbozó una sonrisa leve, como si la respuesta de Nicolás fuera exactamente lo que esperaba.—Porque la mayoría no está dispuesta a pagar el precio completo. Todos creen que pueden aferrarse a algo de su vieja vida
Nicolás avanzó por los pasillos oscuros de su oficina en el rascacielos del centro, sintiendo el peso de las palabras que resonaban en su mente: tres días. Podía sentir el reloj implacable contando, como un espectro acechante que le recordaba que la línea final estaba más cerca que nunca. A pesar de su ambición, una nueva ansiedad lo perturbaba. Aquella llamada había removido algo en él, como si hubiera un enemigo más peligroso de lo que jamás había enfrentado.Mientras se sentaba en su amplio escritorio, una vibración suave lo sacó de sus pensamientos. Revisó su teléfono y, para su sorpresa, encontró otro mensaje de un número desconocido. La simple palabra que apareció en pantalla hizo que su pecho se contrajera:“**Instrucciones.**”Abrió el mensaje, solo para encontrar un breve texto:*Si quieres las respuestas, ve a la biblioteca central a medianoche. Sótano. No olvides el reloj que llevas en la muñeca, es la llave.*Nicolás entrecerró los ojos, examinando cada palabra, tratando d
Nicolás regresó a su oficina con la tarjeta aún en el bolsillo, sintiendo su peso como una carga pesada, un recordatorio de la conversación perturbadora en la biblioteca. La opresión en su pecho no desaparecía; esa figura encapuchada había despertado una oscura curiosidad y un malestar que no podía ignorar.Esa noche, mientras el viento azotaba las ventanas de su despacho, recibió una llamada de un número desconocido. No estaba de ánimo para más misterios, pero algo lo impulsó a contestar.—¿Valverde? —dijo una voz profunda al otro lado de la línea, una voz que no reconocía pero que cargaba una intensidad escalofriante.—¿Quién habla? —preguntó Nicolás, sin dejar que su tono revelara nerviosismo.—Alguien que tiene una oferta que no puedes rechazar.Nicolás rodó los ojos, pero permaneció en silencio.—Parece que no entiendes la magnitud de lo que tienes en tus manos. Esa tarjeta es la puerta hacia el verdadero poder, uno que va más allá de lo que cualquiera de tus enemigos, o incluso
La ciudad dormía bajo un manto de luces titilantes, pero Nicolás Valverde sentía que apenas podía respirar en ese silencio que le oprimía el pecho. El hotel Mirador había sido escenario de amenazas y promesas en un mismo susurro, y ahora, tras aquella conversación con la mujer desconocida, no podía sacudirse la sensación de que lo estaban acorralando. Todo parecía calculado, como si su propia vida ya no le perteneciera, como si alguien más moviera los hilos de su destino con la frialdad de quien traza un plan desde las sombras.Abandonó el hotel sin mirar atrás, y mientras cruzaba el vestíbulo, sus ojos captaron a uno de los guardias de seguridad que lo seguía disimuladamente. Era un hombre corpulento y de rostro inescrutable, vestido con un traje negro que resaltaba su presencia imponente. Nicolás, acostumbrado a descifrar intenciones en una mirada, comprendió que ese guardia no era cualquier empleado del hotel. Lo estaban vigilando, de eso no cabía duda. Pero se limitó a ignorar al
El día avanzaba con una lentitud exasperante, como si las mismas horas se estuvieran tomando el tiempo para atormentar a Nicolás. La presión que sentía en el pecho no era solo por la decisión que debía tomar antes de la medianoche; era también por la oscura intriga que parecía haber infectado cada aspecto de su vida. Ahora, no solo estaba en juego su futuro, sino también su reputación y su libertad.El mensaje que recibió en la madrugada, un recordatorio impersonal de que la oferta expiraba a medianoche, seguía grabado en su mente. La amenaza tácita detrás de esas palabras no le dejaba espacio para titubear. Nicolás sabía que estaba atrapado, forzado a elegir entre su independencia y la seguridad de aceptar esa oferta que lo alinearía con la red de poder que lo rodeaba.Durante horas, Nicolás caminó por su departamento, tratando de ignorar el eco de cada paso. Finalmente, llamó a Samuel, su única conexión real con el mundo exterior. Samuel contestó al segundo tono, y su voz sonó más f
Nicolás se miró en el espejo, el reflejo devolviéndole una imagen que casi no reconocía. Su rostro endurecido, con sombras profundas bajo los ojos, mostraba el desgaste de las últimas semanas. Las presiones externas lo habían empujado al borde de una decisión definitiva, y finalmente, la sumisión se había convertido en su única opción para sobrevivir en este mundo que lo consumía.La medianoche había pasado, y con ella, su última oportunidad de permanecer independiente. Ahora, no le quedaba más que inclinarse ante el poder que había intentado desafiar.“No soy un peón…” se repitió una última vez en un intento de convencerse, pero las palabras sonaban huecas. Se colocó la chaqueta y salió de su departamento hacia el edificio donde se reuniría con sus nuevos “aliados”. La presión en su pecho era sofocante mientras caminaba por las calles oscuras y desiertas, como si el mismo asfalto bajo sus pies fuera un reflejo de su propia alma marchita.A las afueras de un rascacielos imponente, un
Nicolás no podía ver nada más allá de las paredes negras del automóvil en el que lo habían encerrado. Sin ventanas, sin posibilidad de saber hacia dónde se dirigía o cuánto tiempo llevaba atrapado. El silencio que rodeaba el vehículo era opresivo, y la presencia de los dos hombres que lo escoltaban en la oscuridad, inquebrantables y vigilantes, solo aumentaba la tensión. Podía sentir sus miradas fijas en él, como si cada segundo de su existencia fuera observado y juzgado.Sabía que cualquier intento de resistencia sería en vano, pero su mente seguía activa, evaluando posibles salidas, cada oportunidad que pudiera surgir. Mientras el vehículo continuaba su recorrido, la tensión en su pecho crecía, y los ecos de sus propios pensamientos se convertían en un murmullo incesante.Finalmente, el vehículo se detuvo. Uno de los guardias tocó suavemente su hombro, señalándole que saliera. Al abrir la puerta, Nicolás quedó momentáneamente cegado por la luz que inundaba el exterior. Al acostumbra
Nicolás sintió que el peso de aquella llamada aún colgaba sobre él como una soga. Había tenido que enfrentarse a hombres tan duros como él, había vuelto a poner un pie en los negocios, pero aquella voz misteriosa le recordaba que, en su mundo, cada paso podía ser el último. Aun así, su mirada era dura y decidida. Sabía que estaba cerca de obtener de nuevo el poder, pero el camino solo se volvía más oscuro. Cada noche le acercaba más a una espiral de violencia y traición que absorbía cada aspecto de su vida.Era tarde cuando, camino a su auto, el rugido de una motocicleta cortó el silencio de la noche. Los faros iluminaron brevemente el rostro de un hombre con el casco oscuro, el cual no parecía un mensajero casual. Nicolás sintió un escalofrío. Era imposible reconocer al conductor, pero la expresión que mostró por un segundo antes de girar la moto no dejaba lugar a dudas. Aquella no era una coincidencia. Dio un paso hacia adelante, evaluando la situación; la motocicleta se alejó en un